Carlo envió a Bella a su casa en taxi y durante todo el trayecto no dejó de fijarse en la hora. Estaba obsesionada con el tiempo. Faltaba cuarto de hora para las doce del mediodía. Leonardo había dicho que un coche pasaría a recogerla a las cuatro.
Tenía menos de cuatro horas para hacer las maletas, arreglar su vida y despedirse de Gabby después de haber compartido sus vidas durante más de cuatro años...
Bella no entendía nada. Aquella situación le superaba, no porque Eduardo jugara y hubiese perdido toda su fortuna. Las apuestas entre Eduardo y Leonardo no tenían nada que ver con ella ni con Gabriela. Si querían jugar, que viviesen con las consecuencias. Ella y Gabriela jamás debían sufrir por sus malas decisiones.
Y Gabriela sufriría si ella la abandonaba. Gabby ni siquiera había cumplido los cinco años, ¿y en cuántos hogares diferentes había vivido? ¿Cuánta gente le había dado amor de verdad?
«Amor», repitió Bella en silencio saliendo del taxi. Pero era amor lo que Gabby necesitaba, no cosas. Necesitaba amor, no dinero.
Una vez que Bella había decidido lo que tenía que hacer, también supo dónde tenía que ir. Cuando Gabby regresara del colegio, ambas se marcharían para siempre.
Bella miró en todos los dormitorios y descubrió que Johann estaba inconsciente en su cama. Sabía que no necesitarían muchas cosas para el viaje que iban a emprender. Algo de ropa y los juguetes favoritos de Gabby.
Y aunque sólo tenía unos pocos, no hubo suficiente dinero para juguetes aquel año.
Después entró en su dormitorio a hacer su maleta, ella y Eduardo jamás habían compartido dormitorio. Durante esa época del año haría frío en Inglaterra, mucho
más frío que en Mónaco o en el sur de Francia, pero allí estarían a salvo. Allí, Leonardo no sabría dónde buscarla.
Después de hacer las maletas, Bella volvió a comprobar que había metido los pasaportes y documentos que necesitaría una vez llegara a Inglaterra, y pidió un taxi.
Dentro de muy poco, Gabby y ella estarían lejos de Eduardo y sus problemas.
Empezarían una vida nueva que Eduardo no podría estropear con su problema con la bebida.
Sabía que Gabby saldría del colegio en cualquier momento, así que salió y dejó las dos maletas delante de la puerta principal, listas para meterlas en el taxi en cuanto éste llegara.
Bella vio a Gabby bajando las escaleras del colegio y levantó la mano para saludarla. Gabby le devolvió el saludo con alegría. Qué niña tan buena y dulce, pensó. Jamás había conocido a una persona tan dispuesta a compartir amor y a recibirlo. El corazón de Gabby era de oro macizo.
Gabby salió por la puerta del colegio y se abrazó a las piernas de Bella.
—¿Cómo te ha ido? —preguntó Bella abrazándola.
—Muy bien. Pero hoy era el día de compartir. Y olvidé traer algo. Pero luego la maestra dijo que podíamos compartir un cuento y yo conté una historia muy graciosa sobre un ratón que vivía en el bolsillo de papá y de las aventuras que vivía el ratoncito en el casino.
Bella palideció.
—¿Contaste una historia sobre tu padre y el casino?
—No, Bella. De papá no. Del ratón que él siempre lleva en el bolsillo.
—¿Y se quedó el ratón dentro del bolsillo de tu papá?
—No. Jugó a las cartas con papá en el casino. Pero era un ratoncito muy listo y no perdía nunca. No como papá. Todo el mundo quería ese ratoncito porque ganaba muchísimo dinero. Y nos compró a ti y a mí una casa muy grande y un coche sólo
para ti.
Gabby respiró hondo y miró a Bella.
—¿Te gusta la historia?
Sam se sentía disgustada por dentro.
—Eres una niña muy inteligente, Gabriela Grace, pero eso ya lo sabes tú, ¿verdad?
Gabby se rió sin más y ambas regresaron andando de la mano hasta la villa.
Pero cuanto más se acercaban a la villa más preocupada se sentía Bella. ¿Cómo iba a decir a la niña que se marchaban? ¿Cómo podía contarle que iban a vivir separados de Eduardo en un país desconocido?
Al llegar a la casa las cosas se complicaron, ya que, aparcado delante de la villa, estaba el coche deportivo rojo de Leonardo.
Leonardo apareció cuando ellas entraron en la casa.
—Buenas tardes, baronesa.
Gabby lo miró y sin ningún reparo preguntó:
—¿Quién eres tú?
Bella intentó pensar en una respuesta, pero Leonardo respondió con voz suave y tranquila:
—Un amigo de la familia.
Y le ofreció la mano a Gabriela.
—Soy Leonardo Belluci. ¿Y tú cómo te llamas?
—Gabriela Grace Von Tess.
—Qué nombre tan grande.
—Yo soy una niña grande.
La sonrisa de Leonardo se volvió irónica y se giró para mirar a Bella.
—Veo que ya has hecho las maletas.
De nuevo, el mundo se vino abajo.
—Sí, pero yo...
—¿Está papá aquí? —interrumpió Gabby tirando de la mano de Sam.
—Está arriba durmiendo —contestó.
Gabby se soltó y subió corriendo las escaleras. ¿Cómo podía Leonardo insistir en algo así? A lo mejor no era un caballero, sino un hombre despiadado y cruel.
Cuando Gabby desapareció, Bella se acercó a Leonardo y en voz baja le dijo:
—No puede hacernos esto. Piénseselo, por favor intente verlo desde la perspectiva de la niña. No conoce a otra madre más que a mí.
De repente la niña bajó corriendo las escaleras.
—¡Bella! Papá no está. Se ha ido.
Bella no estaba segura de si sentir miedo o alivio.
—A lo mejor se ha ido a pasear.
—No, Bella. Se ha marchado. Se lo ha llevado todo. Su abrigo y todo lo demás.
Gabby saltó los últimos tres escalones que quedaban.
—Seguro que se ha ido de viaje sin nosotras.
El alivio, el miedo, la esperanza y el pánico, una sensación detrás de otra, golpearon a Bella. Si Eduardo se había marchado, y Leonardo no quería a la niña, entonces Gabby acabaría en manos del gobierno hasta que encontraran a Eduardo.
Aturdida, Bella miró a Leonardo. Todo lo que estaba ocurriendo era culpa suya. Él era el mismo diablo, el mismo que le había invitado a copas a Eduardo y había jugado a las cartas con él. Bella sabía que había emborrachado a Eduardo a propósito, hasta que había jugado más allá de todas sus posibilidades.
Pero lo cierto es que Eduardo siempre había jugado por encima de sus posibilidades.
Bella no pudo dejar de mirar el rostro impasible de Leonardo. Él parecía totalmente indiferente. Y tal vez hasta entonces no le hubiese tenido ninguna simpatía, pero en aquel instante lo odiaba. Odiaba su seguridad, arrogancia y el poder que creía tener sobre ella.
—¿No le parece asombroso? —espetó ella— Se sienta a jugar a las cartas y cuando se quiere dar cuenta ha heredado la familia de un hombre.
Él no dijo nada, simplemente la miró fijamente con sus ojos de color de avellana.
—No tiene sentido. ¡Nada de esto tiene sentido! ¿Qué es lo que quiere de nosotras?
—A lo mejor soy un hombre generoso con un corazón bondadoso.
—¿Con corazón? Cuánto lo dudo, aquí está pasando algo más...
Se interrumpió a sí misma para no decir lo que estaba pensando. Era incapaz de decir aquellas palabras delante de Gabby. En lugar de eso, se tragó su furia y colocó la palma de su mano sobre la cabeza de Gabby.
—Voy arriba —dijo ella más calmada—Quiero comprobar si Eduardo ha dejado alguna nota. Estoy segura de que sí. Seguro que nos pide que nos unamos con él en cuanto llegue a su destino.