Sonó el teléfono y Bella se estiró en su cama para contestar. Probablemente sería otra llamada para Gabby de alguna de sus amigas. Con un padre famoso ganando carreras a todas horas, Gabriela Grace Belluci se había convertido en la
niña más popular de toda la costa azul.
—¿Sí? —preguntó Bella quitándole el volumen a la tele.
—Isabella.
Leo. No habían hablado durante semanas.
—Hola.
—¿Tienes un minuto?
—Sí. Gabby ya se ha ido a dormir.
El silencio se alargó entre ellos. Un silencio en el que Bella deseó escuchar sus palabras diciéndole que aún la amaba, que todo iba a salir bien porque ella quería que saliese bien.
—¿Tienes abogado? —preguntó él finalmente.
—¿Abogado?
—Que te represente.
—¿Necesito uno?
—Deberías. De ese modo estarás protegida. Tendrás a alguien que mire por tus intereses.
«Y pensé que ése serías tú, que mirarías por mis intereses durante el resto de la vida», pensó ella.
—Si necesitas algunos nombres...
—¿Vas a ayudarme a encontrar un abogado para nuestro divorcio?
—No quiero que pienses que me estoy aprovechando de ti.
—Nunca te has aprovechado de mí antes. No lo ibas a hacer ahora.
—Cuando se acaba, Isabella, se acaba.
—No sé lo que se supone que debe significar eso.
—Se supone que, si quieres algo, consíguelo ahora. ¿Conseguir? ¿El qué?
—¿Y qué crees que quiero conseguir?
—Tu parte del pastel.
—¡Nunca me ha importado tu dinero! Lo sabes, Leo.
—Te mereces algo de seguridad, Bella. Consíguela.
—Me aseguraré de que mi ayudante te envíe las referencias. Son nombres de gente en la que puedes confiar...
—Leonardo—dijo ella con urgencia, siendo incapaz de no interrumpir— ¿Es que tiene que ser así?
—Prometí que siempre cuidaría de ti, del modo en que tú cuidaste de Gabriela.
—Lo siento —dijo ella con voz temblosa mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas—Leo, lo siento mucho.
—Yo también —dijo él con voz fría como el hielo—Puedes quedarte con la villa y con el ático en Montecarlo. Veinte mil al mes de manutención. Veinte mil para la pensión de la niña. ¿Te parece justo? Recibirás los primeros papeles a finales de
semana. Haz que tu abogado los lea y me los reenvíe. ¿Alguna pregunta?
—No.
—Bella,no quiero que esto se alargue. Eso confundiría a Gabriela, aparte de hacerle daño.
—Lo entiendo.
—Tampoco quiero que esto aparezca en las noticias.
—Nunca iría a la prensa.
—Bien. Entonces creo que ya está.
Debió de decir adiós en algún momento, porque de pronto Bella oyó un clic y ya había colgado.
Dejó el auricular en su sitio lentamente y se tumbó boca abajo sobre la cama, con la cabeza oculta tras su brazo.
Antes, había sentido pánico al pensar que no podría soportar perderlo, que no podría contemplar la vida sin él.
Y lo había perdido.
Pero no se estaba muriendo. Se estaba divorciando de ella.
Lo cual en algunos aspectos era aún peor, porque sí tenían otra opción, sí podían encontrar la manera de solucionar sus diferencias. Sobre todo habiendo existido tantas cosas buenas entre ellos, tantas cosas que valía la pena guardar.
Cosas por las que valía la pena luchar.
Él no había luchado por ello, por ellos, por su relación. Pero ella tampoco.
Era lo más extraño de todo. Entonces abrió los ojos, levantó la cabeza y se incorporó rápidamente. Ella no había luchado por ellos en absoluto. ¿Por qué no?
Bella abandonó la cama, se dirigió al balcón y salió fuera.
No había luchado. No tenía sentido. Bella adoraba a Gabby porque era una niña
vivaz, con coraje. Admiraba a Leonardo por su fuerza, no sólo su fuerza física, sino la fuerza mental necesaria para recuperarse del accidente. Tanto Gabby como Leonardo eran duros, valientes. Eran luchadores. Y Bella quería eso. Quería su coraje y su fuerza.
Se inclinó sobre la barandilla del balcón contemplando el mar oscuro y pensó en todos los desafíos a los que se había enfrentado en su vida. Había aprendido.
Había cambiado y se había adaptado.
Podría hacerlo de nuevo.
Podría aprender a ser fuerte, a enfrentarse a sus miedos, a aceptar el riesgo.
Podría ser valiente y fuerte. Podría enfrentarse al peligro.
Sólo le faltaba encontrar una buena armadura, porque la iba a necesitar.
Cuatro días más tarde, Bella estaba sentada en el coche de Marcelle junto a Automobile Monegasque, el circuito que la escuela de conducción Belluci utilizaba para la sección europea.
—Marcelle, no puedes decírselo a nadie —dijo Bella—Nadie puede enterarse por si fracaso estrepitosamente.
—No fracasará, y yo no se lo diré a nadie —dijo Marcelle, que la había acompañado a su primer día de un curso de una semana de duración para preparar a pilotos de carreras.
— Simplemente, páseselo bien.
Bella salió del coche y miró el pequeño edificio que tenía enfrente. Allí estaba. Iba a ir a la escuela. Ese día había un curso para recordar las nociones básicas llamado Conducción de alto rendimiento. Al día siguiente tendría una introducción a
las carreras, y al final de la semana podría correr en el circuito en un coche de Fórmula 1
Iba a ser la peor semana de su vida.
Estuvo muy nerviosa aquel día. Tan nerviosa que vomitó dos veces por la mañana y una por la tarde, pero consiguió superarlo.
El martes fue igual de duro.
El miércoles no muy malo. Casi disfrutó conduciendo un Corvette C5.
El jueves aprendió a cambiar neumáticos y el funcionamiento del motor.
El viernes era el día de la carrera y y vomitó de nuevo. Se miró en el espejo del baño y pensó: «todo lo que tienes que hacer es conducir. No tienes por qué ir deprisa. No tienes que ser brillante. Sólo tienes que dar la vuelta al circuito. Te irá bien».
Salió del baño, se subió la cremallera de su traje y se recogió el pelo con una coleta antes de reunirse con Rodney, su instructor, junto al coche.
—Pareces una chica feliz —dijo Rodney.
—No trates de tomarme el pelo hoy, Rodney.
—Yo también estaré ahí en un coche. Sígueme, mantente cerca, toma bien las curvas y pásalo bien.
Aquello no iba a ser divertido, pero lo haría de todos modos. Iba a mirar al miedo a la cara y demostrar de una vez por todas que el miedo no la dominaba, sino que era ella la que lo dominaba a él.
En la zona de boxes, Leonardo miró su reloj por enésima vez. Eran las doce y veinte. A esa hora, el circuito debería estar despejado. Era su hora de entrenamiento, cuando probaba los diferentes coches.
—¿Quién sigue ahí fuera? —le preguntó a uno del personal.
—Rodney —dijo el mecánico señalando hacia el coche amarillo.
—¿Está dando una clase ahora? —preguntó al ver cómo un coche azul de Formula 1 lo seguía.
—Debería acabar pronto.
—Debería haber acabado hace veinte minutos —dijo Leonardo poniéndose en pie
—Que alguien traiga la bandera. Vamos a sacarlo de ahí. Tengo trabajo que hacer.
—Claro, jefe —dijo el mecánico, y otro de los del equipo sacó una bandera roja y comenzó a agitarla.
Carlo se abrochó el mono y vio cómo Rodney aparcaba junto a él, seguido del coche del estudiante.
—Eh, ¿qué tal va todo? —preguntó Rodney al salir del coche.
—¿Qué haces todavía en la pista? Las clases sólo son por las mañanas.
Rodney se encogió de hombros y dejó el casco en su coche.
—No he podido evitarlo. La chica necesitaba un poco de tiempo extra. Los nervios y todo eso. Tuvo un ataque de nervios al principio, pero creo que lo hemos superado. ¿Qué te parece?
—Bien, ¿por qué?