Mi instinto de protección y mis conocimientos sobre defensa personal me llevan actuar rápidamente, por lo que encaro a quien sea que esté allí y usando mi fuerza lo atrapo contra la pared. Pero al hacerlo e impactar su cuerpo contra esta, dicho individuo suelta un quejido de dolor; y al reconocer de quien es, inmediatamente aligero mi agarre y cuando lo hago el cuerpo de Elisa se desliza hacia abajo y cae en el suelo.
-¿¡Estas loca!? ¿Cómo se te ocurre hacerme esto? La tomo del rostro con mis manos y por la poca luz que se filtra por la puerta veo que está tratando de respirar.
Le dejé el aire.
-Levántate. Digo mientras uso esta vez mi fuerza para ponerla de pie y hacer que respire.
-Inhala y exhala. Poco a poco. ¿Estás bien?
-Ssii.
-Sigue respirando. Digo mientras le ayudo a levantar los brazos para que consiga llenar sus pulmones.
Cuando han pasado al menos cinco minutos y al oír que ella esta respirando con normalidad vuelvo a dirigirle la palabra.
-¿Estás bien?
-Si. Me dejaste si aire. Dice riéndose.
-No te rías pude hacerte daño.
-Pero no lo hiciste.
-No. No lo hice. ¿Qué haces aquí?
-Te tengo una sorpresa.
- ¿A mi? Digo extrañado porque nunca nadie me ha preparado algo.
-Sí. Espera.
La veo alejarse e ir a la puerta, veo como cierra con seguro y de repente nos quedamos en la oscuridad.
-¿Ya no le temes a la oscuridad? Pregunto al recordar que esa es una de las cosas a las que le teme.
-Resulta que...Que ya no.
Nuestra estancia se ilumina con una pequeña luz proveniente de una vela que ella sostiene en las manos.
-Ven. Dice mientras comienzo a observar en el lugar una mesa y sillas al rededor. Voy hasta donde me indica y tomo asiento para ver como ella lo hace al otro lado.
-Espero que te guste lo hice especialmente para nosotros.
No se que tiene esa palabra que hace que algo dentro de mi tiemble. Veo como abre un pequeño recipiente y sirve en dos platos distintos dos porciones de pastel.
-Pastel de chocolate y vainilla, mejor conocida como torta marmoleada.
Ella me mira como esperando que yo diga algo y lo único que puedo hacer es sonreír por este hermoso gesto y es que si los sigue haciendo, no se que haré... si lo sé...
... Terminaré enamorado de ella.
-Gracias, nunca nadie ha tenido un gesto así hacia mí. Confieso.
-¿Nadie? Dice sorprendida.
-Nadie. Nunca. Le hago saber.
-Pues me alegra que haya sido la primera. Pruébala deben de estar preguntándose por nosotros.
Recibo un cubierto que Elisa me entrega y al primer bocado mi paladar lo celebra como esa vez en su casa.
-Efta delifioso. Balbuceo y recuerdo a Rodrigo con su Arequipe.
-Gracias. Dice ella mientras sonríe y se lleva un trozo a la boca.
Y resulta, que así pasamos la mayor parte del rato hasta que ambos terminamos con nuestras raciones.
-¿Ya estoy perdonada?
Ante esta pregunta no puedo evitar quedarme sin habla por lo que preguntó y mas aún me sorprende su respuesta.
-No sé que hice mal para que desde esta mañana estés extraño conmigo, así que lo único que se me ocurrió fue hacerte un pastel.
Me reprendo mentalmente por ser un imbécil al dejar que ella piense que hizo algo mal.
-Tú no hiciste Nada Li. Digo usando el apodo que la mayoría de aquí utiliza para ella.
-Perdón por lo de anoche... Por más que digas que eso no debió pasar. Yo no me arrepiento. Quizás suene como una locura pero... Me gustas. Y la verdad es que no sé por qué algunas veces te comportas de forma extraña conmigo.
-Quizás porque soy un idiota. Susurro.
-Lo eres. Pero eso no me importa, quise hacerte este detalle con mucho cariño.
La miro y no se por qué esta mujer siempre hace que salten este tipo de impulso y justo en este instante me acerco a ella y la sujeto por el cuello para depositar un suave beso en su frente. No conforme con eso la levanto y envuelvo mis brazos a su alrededor para sentir su suave esencia inundando poco a poco mis sentidos.
-Y te lo agradezco muchísimo. De verdad... Si sigues haciéndome esto terminaré... A tus pies. Ella se aleja de mi pero sin perder contacto y me mira directamente al rostro.
-Pero no creas que voy a ir en este momento a prepararte un pastel, soy pésimo cocinero. Es más te confieso que nunca en mi vida he podido hacer ni una pasta sin quemarse. Al oír esto ella sonríe y reposa su cabeza en mi pecho.
Sé que al estar en esa posición es consciente de lo rápido que late mi corazón y no me importa que sepa la reacción de mi cuerpo por su cercanía. Al tiempo después y cuando ya mi corazón ha vuelto a su ritmo normal escuchamos voces cerca de la puerta y ambos nos sobresaltamos.