Buenas noches lectores! Espero que hayan estado super bien y que les este gustando la historia. Aquí un nuevo capítulo!!
La recta que costeaba la playa, más de una vez la había recorrido cuando nos mudamos. Poco a poco la fui dejando de lado ya que me recordaba lo que aquella noche había pasado, pero viéndola con las olas a sus costados y con el sol poniéndose, la hacían perfecta para romper la barrera que yo misma había puesto.
Respire muy profundo el aroma del mar que me caló hasta los huesos debido al frío que hacía, aunque extrañamente eso fue lo que me hizo relajar. El sonido de las olas, callaron las voces de mi cabeza que me decían que no lo volviera a hacer, aceleré el motor que rugió debajo de mí. Muchos me miraban extrañados al verme bajar de la Cross color azul y blanco que tenía. Este año planeaba venderla para comprarme un auto, aunque no me animaba, significaba renunciar por completo a mi libertad, pero también a soltar por completo el pasado.
Acomodé mi casco, ajustándose a mi cráneo que, en caso de caer, era lo único que tenía el poder para salvarme si poseía suerte. Bajé el visor y relajé los músculos al tiempo que exhalaba tratando de despejar mi mente, entonces puse el cambio y aceleré.
Comenzaba a cruzar el camino a paso veloz, primero diez, luego cincuenta, ochenta. Al llegar a esa marca, mi mano pareció resistir mi orden de seguir subiendo la velocidad. Se me cruzaron los recuerdos que nublaron mi mente.
“¿Qué has hecho?”
Bajé un poco la velocidad al ver unos pequeños desniveles y volví a la marcha llegando a los ochenta y cinco. Estaba cada vez más cerca de aquella curva cerrada que hace tiempo no pasaba. Faltando unos metros, más recuerdos me tensaron el cuerpo y me evitaron reaccionar.
Su cuerpo ensangrentado se ponía enfrente, unos segundos antes de la curva. Mis últimas palabras hacia ella fueron de odio, de resentimiento, de dolor. Tantos años acumulando una infancia difícil se multiplicaron en este último lustro después de su muerte. Se me llenaron los ojos de lágrimas y perdí el control antes de lograr pasarla por completo.
El deslizar sobre la rasposa arena se sentía como volver a tener debajo de mí, el asfalto que había dejado una cicatriz en mi pierna derecha, consecuencia del accidente. Aquella marca que me obligó a amar el invierno.
Desde el suelo y con las piernas llenas de arena me quebré en llanto. Tenían razón. No había hecho nada. Solo la había dejado allí, para morir sola. Todos estos años, con la misma pesadilla donde ella me pedía ayuda y solo la dejaba caer; la envidia que le tenía y los celos, se fueron acumulando llegando al punto de odiarla sin razón. Pero mi intención nunca fue dejarla morir, no la odiaba hasta ese punto. No puedo entender cómo es que dejé que eso pasara. Había escapado, lo pude haber impedido.
No podía renunciar a la segunda oportunidad que me dio el universo para hacer las cosas bien, debía intentarlo o morir.
Esta vez no podía dejarme vencer. La vida de mi hermano dependía de mí. No me importaba morir si él vivía, pero esa lucha constante de estar al borde del precipicio para que otros no cayeran, me estaba matando por dentro. La culpa de no poder, de no querer, hacer nada para que ella no cayera me mataba desde hace cinco malditos años. Un lustro, condenando a mi cabeza y envenenando mi alma, mientras cuidaba a todos lo que podía, no dejaba que lo hicieran por mí. No merecía estar lejos del precipicio. No luego de dejar caer a quien intentaba salvarme.
Con mucha dificultad, volví a la carrera desde la línea de salida con el cuerpo temblando. Traté de enviar todo ese miedo a algún lugar donde no me hiciera daño y no me afectara. Otra vez aumenté la velocidad llegando a ochenta y cinco, sentí mi cuerpo temblar, como cuando un sismo mueve todo en tu interior y no sabes de donde sostenerte.
“Pudiste haberla ayudado”
Noventa y cinco. El motor me empezaba a pedir un último cambio, me pedía que diera el paso o me detuviera. Que cayera o que sacrificara mi última promesa para salvar la vida de alguien más.
“Todo esto es tu culpa”
Le di el cambio y llegué a ciento cinco kilómetros por hora. Casi al final de la recta estaba la curva. Ese era el momento, o lo hacía o caía en el intento. Suspiré y sentí cada uno de mis músculos tensarse para luego, relajarse al ver cada vez más cerca. Mis ojos empañan poco a poco mi visión.
Veinte metros. Quince. Diez. Cinco. Fue un segundo de decisión. Incline un poco mi cuerpo bajando mi pie y girando el manubrio. Siento la rueda trasera deslizarse y vuelvo a acelerar. Lo había logrado. Ya estaba hecho y no había marcha atrás.
Llegué nuevamente a mi punto de partida. Al momento que dejaba caer mi vehículo mientras me bajaba y me recostaba en la arena mirando el cielo. Lo había logrado, rompí la barrera al igual que mi promesa. Dejé caer mis lágrimas junto con mi casco. Sentía como el sismo dentro de mí se exteriorizaba y me hacía estremecer al recuerdo de una promesa rota. Odiaba esa sensación de culpa. La odiaba. Los cinco años de silencio absoluto, me estaban pasando factura.
— ¡Elena! — oí a lo lejos. No quise levantarme, solo quería hundirme en mi miseria.
Me sentí la peor persona del mundo. Romper una promesa se había convertido en motivo de castigo, si bien físicamente estaba intacta, dentro sentía que se caían todas mis barreras, todo dentro de mí se derrumbaba, caía a pedazos y nadie se encontraba allí para ayudarme.
Seguí llorando al compás del temblor de mi cuerpo que, en cada sacudida, dentro de mí se seguía rompiendo todo. Acabando conmigo con cada respiro, con cada sollozo. La respiración entrecortada y la necesidad de soltar todo lo que en cinco años había guardado, se hicieron presentes.
— Ey, ey, ¿Estás bien? — los ojos de un James preocupado se pusieron frente a mí — ¿Dónde te duele? ¿Te has roto algo? — sin poder articular palabra de tanto llorar solo negué — ¿Qué te sucede? ¿Qué pasó? — apuntó.
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Editado: 07.12.2024