Juegos Peligrosos

《Capítulo 2. SOMBRAS》

El último sol de verano entra por la ventana y cae sobre mi rostro obligándome a abrir los ojos.

Lo radiante del sol es molesto a estas horas de la mañana para alguien que al parecer no ha tenido una buena noche.

Salgo de la cama y me tropiezo con una mesita, no recorbada haber puesto una mesa en ese lugar, me dirijo al baño pero me golpeo con la pared que se encuentra en lugar de la puerta.

Quito mis manos de mi rostro y abro los ojos, las paredes no son blancas como las de mi cuarto, son de un color gris que al parecer no se retoca hace mucho, la habitación es medianamente grande y espaciosa, es extraño que no recuerde como llegué a parar aquí, a mi izquierda se encuentra un espejo grande, me quedo paralizada al verme en el, traigo puesta una pijama de color rosa pálido muy pequeña, parece una lencería más que una pijama.

Debo salir de este lugar cuanto antes.

De pronto escucho ruido en la habitación de al lado, y la puerta detrás de mi se abre, volteo y veo entrar a un hombre alto, debe medir cerca de los 2 metros, tiene el cabello rubio y lo sujeta en una coleta, su mirada busca la mía y al encontrarla me regala una sonrisa cálida.

—¡Oh! Ya veo que despertaste bella durmiente— lo dice con tanta confianza que me asusta, mientras me devora con la mirada y se pasa la lengua por la boca al ver la pijama que llevo puesta.

Estoy paralizada totalmente, ¿dónde estoy?

Me tambaleo en mi lugar.

—¿Podrías dejar de cogerme con la mirada y decirme qué hago metida en este lugar?— Lo miro furiosa esperando respuestas con los brazos cruzados.

—¿Esa es tu manera de dar las gracias por haberte salvado de esos mafiosos?

¿Mafiosos? ¿Que está pasando?

¡Oh no! Ya puedo recordarlo, Cañetano debe estar buscándome.

¿Porqué no me ha encontrado? ¿Qué hago con este tío que no deja de deborarme con la mirada? Debería estar con él, en el corcel oscuro en algún lugar de este retorcido mundo y no aquí.

—No me salvaste, me tuviste encerrada, secuestrada.

—Hey, hey, bájale a tus acusaciones— lo interrumpo para seguir reclamandole.

—Me puedes explicar como es que llevo puesta esta lencería encima, eres un enfermo sexual, ¿eres uno de ellos? Claro que sí, de otra forma no me tendrías recluida en este lugar. ¿Dónde está Cañetano? ¿Qué hicieron con él? ¿Porqué no ha venido a buscarme?— la voz se me quiebra al pensar que pudo haberle pasado lo peor.

—Cálmate— Levanta sus manos y las mueve haciendo el gesto para que me calme, me dejo caer al piso y las lágrimas fluyen —Cuando te encontré estabas sola, lamento no poder darte noticias de ese al que llamas Cañetano.

Mi mente no está con mi cuerpo, solo puedo pensar en Cañetano, el hombre continúa hablando, no logro entender lo que dice, no le estoy prestando atención para nada, hasta que dice Fenix.

—¿Fenix? ¿Qué pasó con él? Responde— El sabe lo que pasó con Cañetano.

—Pronunciabas ese nombre cuando te encontré— es la segunda vez que lo dice.

—¿Dónde me encontraste?

—Estabas ensangrentada cerca al muelle San Carlos, creí que estabas muerta cuando te vi, pero no tardé más que unos segundos para notar que la sangre no era tuya, tenías golpes en la cara y en todo el cuerpo. Alguien les dio una paliza y al parecer a tu acompañante no le fue tan bien— siento como si disfrutara decir las últimas palabras.

—No puedes asegurar eso, no conoces a Cañetano— se echa a reír abiertamente como si no estuviera mirándolo.

—He pasado por el muelle cada día al salir del hospital desde que te encontré y no he visto a nadie buscándote por ese lugar.

—¿Cada día? ¿Cuánto tiempo llevo en este lugar?— cuando creo que esta situación no puede empeorar descubro que he pasado días en este lugar.

—Llevas ocho días conmigo— ¡ocho días! Trago grueso.

—¿Porqué no reportaste a la policía? No sé te ocurrió que talvez alguien podría estar buscándome, mi familia, Cañetano.

—Fue lo primero que pensé en hacer hasta que vi a esos hombres en el muelle, entonces comprendí que estabas en peligro y solo podía protegerte.

—Tú los viste, ¿podrías reconocerlos?

—Debes descansar, después hablamos de eso— lo que menos quiero es descansar, ya he estado muchos días sin hacer nada, y perdida para el mundo.

—¡No! Me iré a casa ahora mismo, no me quedaré aquí ni un minuto más— me mira sorprendido, como si estuviera pensando que jamás diría eso.

—No puedes irte.

—¿Perdona? Claro que puedo y lo haré.

—No puedes irte en ese estado, debo cambiar tu vendaje— mira la parte derecha de mi abdomen, levanto la pijama y llevo puesta una venda poco más arriba de mis caderas.

—¿Qué me pasó? ¡Au! Aún duele— se siente como si me hubieran perforado el cuerpo.

—Tenías una bala en ese lugar, tuviste suerte de que te encontrara.

Podría dejar de ser tan vanidoso por un momento y talvez olvidaría el hecho de que me ha tenido en este lugar.

—Échate en la cama para que pueda hacer mi trabajo— su voz es cálida. —Mientras más rápido termine, más pronto te irás.

Me dejo caer en la cama, en su cama, el se acerca y nuestros ojos se encuentran, desde aquí no se ve tan mal, lleva puesto unos shorts verde y una sudadera negra.

—Bien, esto tal vez duela un poco.

—Descuida, no es algo que no pueda tolerar.

De la mesita que patee al levantarme saca unas vendas, lo observo hacer su trabajo con cautela, sabe muy bien lo que hace, tiene unas manos hábiles.

—Ah por cierto, soy Matth.

—Summer

—Y soy médico, pero supongo que eso ya lo habías notado. Trabajo en el hospital general que está en el centro de la ciudad.

—Lo conozco, sé a cual te refieres.

—Ya puedes bajar la guardia Summer, no te haré daño, ahora sabes quien soy, donde trabajo y hasta donde vivo.

Que le hace pensar que voy a confiar en él,  el hecho de que sea el doctor más sexy que haya conocido no quiere decir que vaya olvidar todo lo que he pasado estos últimos días.



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En el texto hay: misterio, peligro, amor

Editado: 01.11.2021

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