—¿Por qué estás aquí y con qué autorización? —lo miro asustada pero rápido cambio la mirada.
—Soy parte de esto, que no se te olvide, Benjamín —lo miro con burla pero sigue mirándome desconfiado— ¿No puedo pasear por aquí?
—Pero debe ser con autorización —dice y se cruza de brazos—. Lo deberías saber.
—Hace unas horas que me han dado esto —señalo mi antifaz—, y en realidad no sé que función cumple.
—Cubrir parte de tu rostro —pongo los ojos en blanco ante su estupidez—. Eres una colaboradora.
—Ajá. Pero quería ver si Agar estaba para que más o menos me guiara un poco.
—El jefe —veo rabia en sus ojos al decir eso pero no lo expresa mucho—, tuvo que salir y no volverá por un tiempo.
—Mmm... entiendo. Entonces iré con los demás para ver que pasa.
—Ya no eres capitana —paro en seco y lo miro—, es una lástima, pero bueno.
—¿Entonces qué haré? —me coloco delante de él.
¿Qué puede ser peor? Lo entiendo, ahora soy una colaboradora pero...
—Te puedo enseñar muchas cosas de los colaboradores —dice con un tono juguetón.
—Bueno, mientras no me aburra, todo bien —y mientras más forme parte de esto... mejor y mayor información tendré.
—Debes empezar a aprender porque es muy duro y pesado.
—No le tengo miedo a nada —lo miro triunfante y el asiente lentamente, como si reflexionara mi comentario.
—Si no le tienes miedo a nada... ¿Al fuego tampoco?
¿A qué se refiere?
—¿Cómo? —hablo un poco confundida.
—Si juegas con fuego... —se acerca despacio a mi y su mirada a vuelto a cambiar por una de lujuria—, te puedes quemar. Eso lo decides vos.
—¿Y si te digo que sí quiero quemarme? —pasa un dedo por el contorno de mis labios—. ¿Qué pasaría?
—Pues... —se escucha abrir la puerta, nos alejamos y vemos a Agar—. Señor.
—¿Qué hacen aquí? —me mira serio, su mirada es una mezcla de confusión, dolor y enojo.
—Vine a buscarte y Benjamín dijo que no estabas —lo miro a los ojos, pero parece que no me cree.
—No puedes pasar sin autorización, colaboradora —lo miro sorprendida y me siento un poco dolida ¿Por qué?
—Le estaba explicando eso...
—Calla —mira a Benjamín, él asiente y se va.
—También me retiro, señor —le respondo con indiferencia.
—No quiero que te acerques a él, no es nadie para ti. ¿Me escuchaste? —dice antes de que empiece a caminar a la puerta.
—¿Por qué? —¿y ahora qué le pasó?
Se acerca más, me agarra de la cintura y me pega a él. ¿Por qué ese cambio tan repentino? No lo entiendo.
—Eres mía, Jana. Tienes que recordarlo —se quita la máscara, puedo verlo mejor ahora, pero no puedo parar de sentir esa sensación extraña cuando estoy con él—, así que no juegues con fuego.
—Porque me puedo quemar —se inclina y deja besos en mi cuello, yo se lo permito ladeando la cabeza a un costado.
—Entendiste —cierro los ojos y siento miles de cosas que otra vez hace dudar mis sentimientos por Agar—. Eres mía.
—Soy tuya... —me abraza fuerte y puedo sentir que está agitado y... ¿angustiado?; vuelvo a la realidad y me atrevo a preguntar—. ¿Por qué estás mal?
Y con eso... estalló la bomba. Ahora me arrepiento y lo seguiré haciendo.
—Vete y a trabajar —brusco se aleja de mí, abre la puerta y espera a que me vaya.
—Agar... —intento acercarme pero se aleja.
—Señor, para ti. Ahora vete —su voz fría me da tanto miedo que no me queda que obedecerlo.
—Escucha... —cierra la puerta con fuerza—. Agar...
No sé si odiarlo, pero mentiría si digo que lo odio...
Escapa...
Me voy corriendo a mi habitación y el pensamiento que pasó por mi cabeza hace tiempo volvió, y es el que me da fuerzas para hacer lo siguiente.
Entro y le coloco seguro a la puerta. Pude conseguir las llaves de las habitaciones, y especialmente la mía.
Busco en todos los cajones la invitación y el reglamento.
—Yo lo dejé por aquí —saco de debajo de la cama una cajita rectangular gris de metal la encuentro polvorienta, la abro y saco las dos cosas—. Listo.
Guardo las hojas dentro del libro que saqué de la oficina de Agar y me preparo para salir.
Abro la puerta observando si hay alguien en el pasillo, como no hay nadie, voy rápido pero sin hacer ruido. Sin interrupciones llego al ascensor, entro y marco el subsuelo. Las puertas se cierran y empiezo a rogar para que no me encuentren.
—Yo me largo de aquí, pero de una forma más inteligente y nadie va a volver a saber de mí.
Una vez que llego, la suerte sigue a mi favor, no hay nadie. Salgo sin que me vean, veo a lo lejos el bosque y no me queda de otra que ir hacia allá para después encontrarme con el camino que lleva al pueblo. Es mucho pero sé que valdrá la pena.
Sonia:
Ahora me obliga a ir a la mansión. No quería volver pero claro, no estoy en derecho de opinar ni contradecir órdenes de un loco, obsesionado, maniático y asesino. Pero yo como masoquista que soy siempre, debo caer de vuelta en donde no debo.
Antes de entrar me coloco la máscara verde oscuro que me asignaron.
Comienzo con mi antigua rutina: preparar los juegos y trampas para los jugadores... aunque no estaría mal para los colaboradores también...
—Miren lo que el viento trajo —esa voz chillona—, la favorita del antiguo jefe, la ofrecida.
Tranquila... lo hace para provocarte, no le sigas la corriente... no lo hagas.
—¿El gato te comió la lengua? —suspiro ondo y giro para mirarla.
—¡Oh, Lila! —creo que esta es mi mejor actuación—. Que gusto me da volver a verte.
—Te extrañaba, ofrecida. Te necesitaba de nuevo para que me ayudaras con... ya sabes —guiña un ojo y sonríe pícara.
¡Ja! Y después dice que soy yo la ofrecida.
Lila siempre creía que andaba con algo con el jefe anterior y con los otros anteriores también. Cosa que es mitad verdad y mitad mentira. ¿Por qué? Fácil, era la más aplicada en todo esto y por supuesto que ellos me admiraban.
Ella siempre me tuvo envidia. Muchas veces me pedía que la recomendara a ellos sólo para que pueda acostarse con los jefes y así obtener "beneficios extras", como lo llama ella.
Editado: 11.02.2021