Luego de participar de ese acto tétrico me sentía fatal, no podía creer a lo que habíamos llegado. Es decir, unas semanas atrás éramos chicos normales que se preocupaban por cosas triviales. Pero en ese momento estábamos siendo controlados por las necesidades más básicas que tienen los seres humanos como lo es alimentarse.
No sé qué me hacía sentir peor, si haber comido del cadáver de Mario o admitir que el hambre se había marchado y la fuerza física vuelto. Internamente no tenía ánimos, es cierto que anteriormente me prometí luchar, es solo que en ocasiones la motivación se esfumaba y no le encontraba sentido a nada.
Me distraje de mis pensamientos observando los cadáveres de las criaturas que se encontraban esparcidos alrededor nuestro. Dos yacían frente a mí, uno lejos a la izquierda y otro a la derecha. Los otros estaban detrás tendidos en el suelo a poca distancia.
Poniéndome de pie caminé hacia los que estaban en frente y empecé a observarlos con gran detalle. Su tamaño era grande en comparación con un humano promedio, su piel rústica, escamosa y de tez marrón claro. Sus brazos eran muy largos al igual que sus piernas, también sus ojos grisáceos no poseían iris.
Sus dientes se conformaban por un puñado de ellos igual que los de un tiburón, además todos parecían ser incisivos, aunque supe que tenían molares luego de abrir la boca de uno. Caminaban sobre sus dos piernas, pero algunas cuando corrían lo hacían en sus cuatro extremidades como un gorila.
Las observaba con miedo de que pudieran despertar a pesar de que sabía que estaban muertas. Pero mi curiosidad era mayor, estas criaturas representaban un enigma, unas bestias que nunca antes vi. De hecho, de no haberlos observado con mis propios ojos no daría crédito alguno de su existencia.
Fruncí el ceño cuando vi la espalda de una de las criaturas porque estaban grabadas unas letras y números de esta manera “GN64”. Rasqué mi cabeza e inmediatamente revisé los otros cadáveres, pero no tenían esa misma marca. Compartí el acertijo con los chicos y no pudimos descifrar nada pues era como armar un rompecabezas de mil piezas con una sola disponible.
Luego noté que la misma criatura que tenía grabadas las letras llevaba en su cuello un implante, era un pequeño micro chip. Quizás era una forma en que las personas que trabajaban allí rastreaban a estas bestias.
Partimos de ese lugar y Luciano tomó el hacha, yo era la única que no poseía un arma (solo una navaja). Mientras nos largábamos de ahí no pude evitar mirar atrás y observar el cuerpo de Mario destrozado y tendido en el suelo como si fuera cualquier cosa.
Si por un milagro del cielo lográbamos salir de ahí no tenía ni idea de cómo rayos le explicaríamos a los padres de nuestros amigos todo lo que pasó.
Pasábamos por las cavernas cuando a través de los aires se empezó a expandir el sonido de unos ladridos. Un perro salió corriendo hacia nosotros y se acercó a mi moviendo su cola, lo acaricié mientras les expliqué a los chicos que ya nos conocíamos. No terminaba de contarles la historia cuando nos rodearon unos militares y nos ordenaron soltar las armas y que pusiéramos las manos sobre la cabeza.
De en medio de ellos apareció una mujer alta con un traje militar, sus botas de cuero negro la hacían ver más gigantesca. Una sonrisa sarcástica se formaba en sus labios al mismo tiempo que lanzaba una mirada despectiva.
El perro huyó y no pude ver a donde se dirigía y los militares hicieron caso omiso del cachorro.
—¡Vaya me sorprende que aún estén con vida chicos! —aquella mujer continuaba sonriendo y ponía ambas manos en su cadera —. Llévenlos a la instalación “B” y enciérrelos en un cuarto, no me importa cuál sea —movió la cabeza a un lado hablándole al soldado que tenía a la izquierda —espérenme allá, yo iré detrás del perro. Con un poco de suerte me conducirá al objetivo principal de estar explorando esta cueva.
—Teniente —dijo el militar a su izquierda —¿los llevamos vendados?
—¿Acaso eres idiota? —torció los ojos —ellos ya han visto las instalaciones, así que no es necesario. —Hizo una pausa —pero si les ordeno que al menor acto de rebeldía que demuestren los aniquilen sin compasión.
Un militar caminó detrás de nosotros mientras los otros tres nos apuntaban con sus armas. Una cuerda áspera rodeó mis muñecas y se apretó cada vez más, mis manos quedaron a mis espaldas y por la posición me dolían los hombros. Después que nos ataron a todos nos ordenaron ir tras ellos.
Paramos frente a una pared de rocas y uno de los militares alzó su brazo izquierdo, levantando un poco sus mangas se descubrió un panel digital. Tecleó algunos números y el pitido que emitían las teclas sonaba en armonía.
La pared delante de nosotros comenzó a abrirse. Seguimos andando por un pasillo que terminaba en unas escaleras cuesta abajo y que a su vez daban entrada a una zona que mezclaba la cueva con la instalación. Caminamos por un sendero que estaba en medio del lugar y no pude evitar mirar a la derecha pues había personas vestidas de civiles que hacían una fila mientras esperaban que unos militares les entregaran un plato de comida. Además, a su alrededor se encontraban animales enjaulados de distintas especies, logré ver a unos tigres, gorilas, perros y puercos.
Del lado izquierdo otras personas eran examinadas por hombres vestidos con trajes de bioseguridad. Una escena en particular llamó mi atención porque examinaban a un niño de escasos doce años, entonces hubo un alboroto pues una mujer gritaba “¡no, él no por favor!”. Sin embargo, unos sujetos lo arrastraron apartándolo del resto y acabaron con su vida disparándole en la cabeza.
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Editado: 20.10.2022