Pocos minutos después de subirme al coche de Charles me empecé a plantear que todo lo que estaba haciendo fuera un error. No me lo había planteado como una posibilidad real hasta ese momento, sentada en el asiento de copiloto de su coche. Pero, ¿cómo no me lo iba a plantear? Él era Charles Brown, el jugador, el frío, el insensible, el mujeriego. Y yo... yo era yo. Raquel, la chica sencilla, sin demasiado atractivo, que no destaca por nada más que su silencio.
Éramos una mezcla extraordinariamente diferente que de alguna manera parecía comprenderse. Se podía notar hasta en las cosas más mínimas, como la música que él parecía tolerar en la radio y yo detestaba o las camisetas arrugadas en el fondo del coche. Yo lo conocía a él (o por lo menos creía hacerlo), y estaba segura de que él me conocía a mí mejor de lo que podía imaginarme.
Alomejor es por tal estúpido conocimiento que ambos estábamos dispuestos a apostar en este juego, por ver hasta que limite podíamos aguantar. Dos personas que se conocen lo suficiente como para saber que están mejor separadas juegan a ver qué tan fina es la línea. ¿Maduro? No mucho.
—¿Dónde vamos? —pregunté yo, mirando a través de la ventana que no había aparcado el coche ni remotamente cerca de nuestro bloque de edificios.
Nuestro bloque de edificios se encuentra casi a las afueras del pueblo y es el punto exacto que lo divide del pueblo vecino. Es una finca de hace unos diez años (aunque se conserva bastante bien) y siempre hay gente nueva, ya que siempre se están mudando personas e instalándose otras nuevas.
—No quiero que pienses que te llevo a mi casa para follar, así que he decidido que te inspiraría más confianza hablar en el parque.
Y el premio para la sencillez va para... Hay algo en su manera de hablar que es tan seca y directa que hace que el vello de mi nuca se erice de inmediato. Es un efecto inmediato, casi reactivo.
—No es mi culpa que te lo montes con todas las chicas que llevas a tu casa.
—No con todas. —aclaró él. Levanto mis cejas en signo de "¿Enserio pretendes que te crea?" —. Vale, alomejor follo con el 99.9% de esas tías, pero ninguna opone resistencia.
No me apetece oírle hablar de sus conquistas de una noche y de las millones de cosas que ha hecho o ha dejado de hacer con ellas así que me levanto del asiento del copiloto y abro la puerta del coche para dirigirme hacia el parque.
No hace demasiado frío para ser Otoño, cosa que agradezco, y las mesas de madera solo tienen unas pocas hojas por encima que me encargo de quitar con la mano.
Puedo sentir la mirada de Charles desde el coche pero procuro no prestarle demasiada atención. Mirarlo me distraería y volvería terriblemente más torpe de lo que ya soy de normal.
—¿Siempre eres tan organizada?
—¿Y tú siempre eres así de pesado?
—Touché, aunque yo no he hecho nada para ofenderte, lo que demuestra que ya voy ganándote en el juego.
—¿En qué se supone que vas ganando, exactamente?
Sus pasos son lentos mientras se acerca hacía mí. No despega su mirada de la mía y puedo notar como trata de intimidarme con sus ojos, pero no pienso bajar mi cabeza por nada del mundo.
Raquel competitiva mode on.
—Los opuestos se atraen, preciosa. Te empeñas tanto en nuestras diferencias que esa será tu perdición.
—O la tuya.
—Nunca la mía, preciosa. Tenlo presente siempre.
Le fulmino con la mirada y abro mi mochila para sacar una libreta y un bolígrafo, no dispuesta a rebatir sus supuestos argumentos. Escribo en bolígrafo rosa "Reglas del juego" en mayúscula y cursiva.
—Eres demasiado femenina.
—Y tú demasiado masculino, ¿continuamos?
—De las mejores peleas viene el mejor sexo, ¿lo sabías?
—No voy a follar contigo, esa es la primera norma.
—¿Lo juras? —pregunto él levantando sus cejas. Yo asentí, total y absolutamente convencida de lo que acababa de decir—. Pues entonces tendrás que tragarte tus palabras cuando gimas mi nombre tan alto que nuestros vecinos supliquen que te calles.
Sentí la sangre subir a mis mejillas a una velocidad de miedo. Siempre me había dado pudor todo lo relacionado con el sexo, los chicos y esas cosas. No tenía una justificación clara del porqué, simplemente me daba vergüenza y era un tema que me reservaba para mí. Oírle hablar de ello de manera tan vulgar, como si estuviera seguro de ello me hizo querer esconderme dentro de una roca y no salir nunca.
—Te has sonrojado, que mona.
Le pegué con la libreta en el hombro, aunque dudo que le hiciera siquiera un rasguño.
Procuré concentrar toda mi energía en escribir rápidamente la primera regla, rezando porqué el rubor bajara de mis mejillas antes de tener que levantar la cabeza de nuevo.
Regla número 1: El sexo o sus insinuaciones quedan prohibidos a menos que las dos partes estén cómodas haciendo las insinuaciones.
Charles frunció el ceño cuando leyó lo que había escrito. No dijo nada pero su cara de disgusto habló por si sola.