Casi me muero al verlo allí, en el borde del edificio, con un pie levitando por encima de la nada.
El aire dejó de llegar a mis pulmones y mi corazón comenzó a palpitar tan aceleradamente que no pude oír si quiera mi propia voz cuando me animé a tratar de llamar su atención para que volviera en sí, porqué definitivamente no estaba dentro de su mente racional.
Cuando Beatrice me llamó y me dijo que algo estaba mal con Charles y que necesitaba mi ayuda —entre sollozos— me imaginé lo peor, pero nunca pensé que lo peor sería que estaría colgando del borde de un edificio.
—¿No es obvio, princesa? —respondió él con sarcasmo, como si aquello fuera tremendamente divertido para él.
Lo voy a matar.
Si no se cae, lo mataré yo.
No le veo la gracia a la situación ni el motivo lógico por el cual él sonríe de repente con tanta intensidad.
¿Estará loco?
¿Se habrá vuelto definitivamente loco?
—¡Baja de ahí, idiota! —le gritó Jack y Charles perdió el equilibrio ante la sorpresa de oír otra voz externa, mucho más enfadada que la mía.
Mi cuerpo entero reaccionó ante su desequilibrio y avanzó hacía él —como si pudiera protegerlo de caer con acercarme—, pero consiguió incorporarse solo justo a tiempo y sin casi esfuerzo.
Sentía las lágrimas en mis ojos listas para salir por la intensidad de mis emociones en ese momento. Quería matarlo por estar allí arriba pero, al mismo tiempo, quería más que nunca que bajará y estuviera conmigo; a salvo, con los dos pies en la tierra.
—¿Pero tú eres gilipollas? ¿Cómo se te ocurre gritarle eso cuando está al borde de un edificio? —le reproché yo a Jack acusadoramente y este se encogió de hombros, como si no supiera muy bien el porqué de haberlo hecho.
Miré fijamente sus ojos y observé lo dilatadas que estaban sus pupilas.
¿Estaba drogado?
¿Estaba Charles drogado también?
Está al borde de un precipicio y tu pensando si esta drogado.
Muy bien Raquel.
Sigue así y el siguiente lugar en el que lo verás será en la tumba.
—No importa. —dijo Charles hablando de repente. No comprendo a que se refiere exactamente—. A nadie le importa si me tiro o no. No soy de la incumbencia de nadie.
Su tono oscuro me manda escalofríos a través de todo el cuerpo. ¿Cómo podía estar diciendo aquello tan a la ligera al borde de un edificio? Definitivamente estaba fuera de su mente, muy lejos de aquí.
—No es así. —pronuncie yo en el tono más suave posible.
—Claro que es así. A ti tampoco te importo. A nadie le importo. —volvió a repetir él como si fuera obvio y yo simplemente estuviera tratando de negarlo.
—¡Ni se te ocurra decir que no me importas! —le grité yo suavemente, acercándome más hacía donde él estaba y conducida por una sorprendente pequeña rabia—. Me importas más de lo que me ha importado nadie nunca y si no te has dado cuenta es que eres ciego. He venido desde una fiesta en la otra punta de la ciudad. ¡Por ti! Estoy hablándole a alguien al borde de un precipicio, sin saber muy bien que está pasando y cuando esa persona está claramente fuera de su estado racional. ¡Por ti! Estoy dejando mi dignidad a un lado una y otra vez ¡Por ti! Así que sí, me importas, y me importas más de lo que puedes imaginar.
Las palabras salen de mi boca tan instintivamente que no puedo pararlas. No sé muy bien en qué momento he pensado tales cosas (creo que, más bien, no he pensado) pero una vez formuladas en voz alta no hay vuelta atrás.
Sus ojos buscaron los míos, los cuales ya soltaban pesadas lágrimas por la tensión de la situación.
—Alomejor deberíamos dejar de hacer cosas el uno por el otro. No nos hace bien. ¿O soy el único que puede verlo?
No me puedo creer lo que está diciendo. ¿Me está pidiendo que lo deje tirarse del precipicio como si nada?
—Me da igual lo que pienses ahora mismo, Charles. Lo único que sé es que, bien consciente o bien inconscientemente me preocupo por ti y no voy a dejar de hacerlo en ningún futuro cercano. Así que cada vez que vayas a hacer una tontería de esta clase, piensa en mí y plantéate dos veces hacerlo si quieres que te deje en paz.
—No quiero que me dejes en paz. —pronuncia él en un susurro—. Quiero que estés conmigo.
Mi mente se vuelve un borrón de pensamientos confusos.
"Quiero que estés conmigo"
—Estoy contigo. Pero necesito que bajes del edificio para poder estar junto a ti, por favor.
Este parece meditar mis palabras. Extiendo mi mano hacía él y rezo para que la agarre y salga por fin de esta situación tan trágica.
Al final lo hace y por un segundo desearía no soltarla nunca.