Santi Sarmiento saltó la valla en un momento que no había ningún automotor en la calle. La valla, aunque con columnas de concreto, era de malla metálica, de modo que la salvó sin ninguna dificultad. Amortiguó el golpe y el ruido flexionando las rodillas. Avanzó para alejarse de la calle y se detuvo bajo la sombra de un árbol. Luego esperó.
Eran las nueve de la noche del 22 de diciembre. La luna era velada por grises nubes y la musiquilla que acompañaba a las parpadeantes luces navideñas le llegaba de todos lados. En esos momentos, agradeció el ruido. Hacía frío, pero no había llevado chamarra. En casa había pensado que sería más un obstáculo que ayuda. Empezaba a arrepentirse. Mientras escuchaba, se abrazó a sí mismo y se frotó los brazos.
Germán Cifuentes le había escrito hacía diez minutos para comunicarle que ya se encontraba con Lety y su primo. En efecto, aquello había sido idea de Santi. Se le ocurrió en cuanto vio el recorte de prensa y se enteró que los primos estaban solos en casa. También supo por qué había dicho a Germán que lo más conveniente era que mantuviera el contacto con Lety.
Al principio, Germán se había negado a citar esa noche a su exnovia. Así que Santi le contó que Lety y su primo estaban confabulados, que era seguro que Antonio López guardaba en su valija algo que perjudicaba a Camila, y que utilizaban ese algo para chantajearla. Era necesario recuperar ese material.
Con aquellos nuevos datos, Germán accedió. Fingió ponerse celoso al enterarse de que Lety tenía de inquilino a un extraño en su casa y exigió explicaciones. Para estar seguro de que de verdad eran primos y no amantes, los invitó a tomar una cerveza. Por último, le pidió a Santi que tuviera cuidado.
Así pues, ahí estaba, bajo la sombra de un árbol, atento por si oía ruido en el interior de la vivienda. Al cabo de unos minutos, decidió que no. Como la parte frontal quedaba iluminada por las lucecillas navideñas, había optado por entrar desde la parte posterior.
Palpó las ganzúas en su bolsillo y se movió en la noche. Las ganzúas eran el plan B, el plan A lo había convenido con Erick Gonzáles; en esta ocasión era Germán quien cubriría los honorarios del mozuelo. Curiosamente, cuando saltaba la valla estaba nervioso; ahora estaba por completo sosegado.
Llegó hasta la ventana más alejada de la puerta posterior y la empujó con suavidad. Durante un instante creyó que estaba cerrada, que Erick no había logrado correr el pestillo, pero aplicó presión y la ventana cedió con un leve chirrido. Erick había tenido razón, aquella ventana casi nunca se abría; fue a la que Santi recomendó quitar el pasador.
Saltó al interior, volvió a cerrar, sin poner el pasador, y sacó una diminuta lámpara que su madre había comprado para juguete de sus hermanitos. Permaneció un minuto en silencio y a oscuras, al no percibir movimiento en la casa, encendió la lamparilla y salió al pasillo. No perdió tiempo investigando el cuarto al que había saltado; Erick había dibujado un Croquis de la casa y había señalado a donde tenía que llegar.
Como siempre, el chico tenía razón. Santi no podía menos que sorprenderse por la memoria y agilidad del niño. Si no consintió que entrara con él, fue solo para no exponerlo al peligro. Bastante había hecho con entrar preguntando por su gato (que dicho sea, se pasaba tanto tiempo en casa de los López como en la suya), recorrer la casa en su búsqueda, y correr el pestillo cuando nadie veía.
Encontró la maleta contra la pared, era tal como la había descrito Erick. Sostuvo la lámpara con la boca y empezó a hurgar. Pero la maleta estaba vacía. No se desesperó. Empezó a buscar en el ropero, en el escritorio sobre el que descansaba una laptop, y al final, debajo de la cama. Quince minutos después había terminado de registrar la habitación y no había nada que pareciese evidencia para chantajear a una joven.
Santi empezaba a desesperarse. Le escribió un mensaje a Germán diciéndole que aún no hallaba nada, luego encendió la computadora. La luz de la pantalla era más potente que la de su lámpara; tuvo que parpadear varias veces hasta que sus ojos se acostumbraron a la nueva iluminación. Antes de que apareciera el escritorio, la pantalla pidió la contraseña.
Santi ya había temido que la computadora tendría contraseña. Probó con el nombre de Camila, de Lety, de Antonio, agregó números, letras, usó abreviaturas, distintas combinaciones…, sin embargo, ninguna le dio acceso.
Escribió otro mensaje a Germán y empezó a recorrer la casa, cada vez más desesperado. Buscó escritorios con cajones, cómodas y roperos; encontró revistas, libros, porno, incluso dinero, pero nada le era útil. Empezó a temer que lo que buscaba, sin saber qué exactamente, no estaba en la casa.
Abatido, se sentó en una cama. Por la decoración, debía ser la habitación de una niña.
«Notó la falta del recorte de prensa y escondió el resto —concluyó. No cabía otra explicación—. Ahora bien, si yo fuera un tipo sin corazón, y pretendiera esconder algo que me permite chantajear a otra persona ¿dónde lo escondería?»
Sin embargo, no tuvo tiempo para pensar una respuesta. Escuchó voces y risas en el exterior, luego, el sonido de las llaves, la puerta se abrió y de pronto había luz en la casa. Para entonces, Santi era presa del miedo e intentaba dilucidar qué hacer.
«No saben que estoy aquí —se dijo, en un intento por calmarse—. Aunque toqué mucho, tuve el cuidado de dejar todo como estaba. No hay manera de que sepan de mi presencia en esta casa.»
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Editado: 07.08.2022