Mamá cortaba el zapallito y la cebolla con tanta furia que pensé que iba a traspasar la tabla de picar, había recogido su pelo rubio y ondulado en una coleta que le rozaba los hombros y danzaba al ritmo de sus protestas. Llevábamos al menos una hora discutiendo el mismo tema. No iba a volver y menos ahora que todo el pueblo estaba en vilo. Quería ver todo de cerca. Además me había ofrecido como testigo del rastrillaje en los predios que cercaban ambas casas. La mía y la de Sofía. Esa misma mañana cuando el inspector llego desolado, Enzo me había prometido que esa noche montaría guardia otra vez en caso de que me quedara. Ya hablaría yo con el inspector para que al menos hasta que se resuelva medianamente el caso alguien estuviese en casa velando por mí.
-¡No puedo creer que hagas esto! –bufó mamá –¡No tiene pies, ni cabeza que decidas quedarte en este lugar! ¿Qué motivo tenés? ¡Siempre que acabe esto podés regresar! ¡Por ejemplo el verano que viene!
-¡No mamá! –ya estaba hasta la coronilla de discutir con ella –¡no me voy a ir de mi casa. Además tengo la obligación de cumplir con lo que le prometí al inspector. Ellos van a cuidarme!
-¡Dios! –me miró y destilaba rabia por las pupilas. Yo la entendía y sabía de sobra que tenia razón. Pero no iba a irme y era una decisión tomada – ¡es patético lo que decís. Apenas pueden con un cuerpo muerto! ¿En serio pensás que van a poder cuidarte viva? Este es un pueblo en el que no pasa nada nunca. Nadie esta preparado para un caso así.
-Mamá no es necesario desmerecer -supliqué. Enzo me había dicho que al mediodía se iba dar una vuelta, podría estar cerca y escuchar.
-Quizás es como dice tu padre –volvió a arremeter contra las verduras a cuchilla limpia –quizás es una venganza para los padres. –bajó la voz una octava. Como si los padres de Sofía pudiesen escucharla con una cuadra de arboleda de por medio. –son gente de mucha plata. Empresarios según sé.
-No sé mamá. Es lo que menos me importa. Lo terrible es que sea una venganza o no, Sofía esta muerta.
-Me da la impresión de que los padres no quieren hablar. Como si tuvieran miedo de pisar el palito. –dijo poniendo su cara de suspicacia, que consistía en achicar los ojos, suspender todo aquello que estuviese haciendo con las manos y mirar a un punto fijo en la distancia, como si la verdad se desprendiese de ese acto de mirar.
-¡Mamá! –sentencié – ¡córtala!
-¡Déjame cavilar! –seguía mirando un punto fijo en la distancia. –es así como se han descubierto los casos mas extraños del mundo.
Puse los ojos en blanco. Papá me observaba desde la puerta de la cocina, la que daba salida al patio.
-Creo que deberíamos quedarnos hasta que esto se aclare un poco –suspiró –podría pedir unos días en el trabajo.
-¡No pienso quedarme acá más de dos días! –protestó mamá – ¡me voy!
-Vamos a quedarnos –papá nunca se exaltaba, su tono de voz fue el mismo de siempre, relajado y grave. Pero en si guardaba una orden que solo quienes lo conocíamos de siempre podíamos notar. Era una decisión tomada. No había nada que decir.
Mamá no dijo nada más. Se dedicó los tres cuartos de hora siguientes a preparar toneladas de comida. Siempre que cavilaba, como decía ella, preparaba comida. Quizás la ayudara a concentrarse, o en este caso a apartarse de papá y de mí. Cada tanto nos miraba de soslayo, y aunque aparentaba estar en calma, brotaba de sus ojos y sus gestos casi mecánicos la ira más pura. Mejor no estar cerca de ella. Me quedé dando vueltas por la casa durante un buen rato más. Acomodé algunas cosas, ordené mi ropa desperdigada y preparé una habitación para ellos. El aire de la casa estaba viciado de olor a café y a verduras salteadas. No había abierto una rendija en todo el día. Ahora con papá en la casa y Enzo cerca me sentía más segura, al menos lo suficiente como para abrir los vidrios y persianas durante un rato.
-Veo que no pegaste ojo en todo este tiempo –Enzo surgió entre los árboles de un momento a otro.
-Veo que vos tampoco –sonreí quedamente. Traía el pelo revuelto y la camisa del uniforme desajustada – ¿Algo nuevo?
-No se sabe nada. No hay nada. No tenemos nada –masculló con rabia –simplemente se esfumó.
-No puede ser –un escalofrió me recorrió la espalda. Nadie puede desaparecer así como así.
-Además –se acercó hasta mi lugar en la ventana que acababa de abrir –intervino el caso la federal. Puede que te interroguen de nuevo.