-Entonces –se acomodó suspirando en mi futón – ¿Usted no oyó ni vio nada de nada?
-Sí –respondí por vigésima vez. Los oficiales de la federal hacia al menos dos horas que me interrogaban una y otra a vez. Retrocedían en los relatos, me preguntaban lo mismo de distintas maneras. Querían comprobar que no estaba involucrada. Y lo cierto es que me estaban hartando.
-Usted –me señalo con un dedo que parecía relajado, pero sabía que me quería inculpar de un modo u otro. –dice que estando a metros de distancia ni oyó, ni vio nada. Pero estaba levantada y había sacado a su mascota a hacer sus necesidades. Sinceramente me cuesta creerle.
-Oficial –tomé aire y conté al menos hasta veinte. Su otro compañero no había dicho absolutamente nada de nada después de saludar al llegar, y eso me ponía aún más incordiosa –ya le dije todo lo que sabía. Créalo usted o no. Para inculparme necesita pruebas, y no las tiene.
Se recostó en el sillón y me sonrió asquerosamente. Encendió otro cigarrillo. Enzo me hizo señas de que me calmara. Él y el inspector vigilaban la escena con los federales.
-Tenemos entendido –otra vez se preparaba para atacar –que usted ya participó en otro homicidio sin esclarecer.
La sangre me dejó momentáneamente de circular y algo pastoso se me endureció en el estómago. Sentí deseos de escupirle la cara, de pegarle, de echarlo. ¿Acaso estaba insinuando que a mis diez años había estado involucrada en el asesinato de mi prima? Enzo frunció el entrecejo y percibí como papá se revolvía atrás mió.
-¡Tenía diez años oficial! –Exclamó mamá – ¡No puede acusarla de eso! ¡Por amor a dios!
-Solo compruebo cabos sueltos –masculló –Comprenda señorita –me miró y sentí que quería atravesar mi alma para saber que escondía –que todos son sospechosos hasta que se demuestre lo contrario. Usted entiende, después de lo que ha vivido, que es necesario darles una respuesta a los padres.
-Por supuesto que lo sé –tomé aire intentando diluir la amargura, la rabia, de que ese sujeto asqueroso hubiese indagado en la vida de Clara. Sentía que con solo posar sus ojos en las fotografías de ella, en las líneas de su caso, la ensuciaba. Que corrompía lo poco que quedaba.
-¿Tiene usted un perro, no es así?
-¿A qué viene eso? –rugí sin poder contenerme.
-Quisiera verlo –continuó. Llamé a Francesco y este seguramente tuvo que abandonar su lugar cálido junto a la cocina en la que mamá hacia la cena para presentarse ante ese sujeto.
-No parece peligroso –repuso riéndose.
-No lo es –gruñí.
- Es todo por hoy –su compañero había hablado al fin cerrándole la boca. –es notorio que esto le ha afectado señorita Foster. En cualquier caso volveremos a pasar.
-Cuando gusten –respondí secamente. Aunque era capaz de matarlos si volvían a fastidiarme de ese modo.
Ambos se levantaron al mismo tiempo y extendieron su mano a modo de saludo. Acomodaron su traje negro y se dispusieron a abandonar la propiedad acompañados por el inspector y papá. Tomé a Francesco en brazos y desaparecí en la cocina. Tenía el estómago revuelto y necesitaba descansar con urgencia. Hacía casi seis días que no pegaba ojo. Cuando creía que la federal me había eximido del interrogatorio, habían aparecido en la puerta de casa. Su método era darle cuerda al principal sospechoso para que se ahorque solo. Y no era difícil adivinar quién era el sospechoso ahora. Enzo me había seguido junto con mamá silenciosamente. Vestía civil, y su camiseta ceñida al torso dejaba ver un cuerpo trabajado en el gimnasio.
-Siento lo de tu prima –susurró.
-Gracias –mascullé y me senté de un golpe.
-¡Comé y acóstate! –ordenó mamá. Iba a hacerle caso una vez en la vida sin rechistar. Estaba agotada.
- Son así –comentó Enzo mientras ayudaba a mamá a poner la mesa. En tan solo días parecía haberse convertido en uno más de la familia. –sospechan de todo el mundo y todo el mundo puede ser culpable.
-Ya lo sé –rasqué la cabeza de Fran que me miraba con cariño –no te preocupes pequeñín, nada me va a pasar –sí se lo decía a él, en parte me lo creía y me sentía obligada a cuidarlo y cumplirle.