Julieta quiso quedarse

Alfas

   Los lobos eran diecisiete. No contaban con más armas que no fuera su condición de lobos. Sus garras, sus dientes, su fuerza. Viajaban andando, con pesadas mochilas al hombro en donde llevaban sus mantas y bolsas de dormir, algunas prendas y los cacharros para cocinar alguna que otra cosa. No todos se acostumbraban a la carne cruda. Lamar era uno de ellos.

    El clima los había acompañado todo el trayecto. Las noches eran estrelladas y cálidas, serenas. Para no llamar demasiado la atención bordeaban los ríos y arroyos a su paso, donde podían asearse y acampar sin ser molestados, exceptuando los millones de mosquitos y bichos de toda clase, la mayoría comestibles. En algunos lugares, los conejos, las liebres y las ardillas escaseaban, así que si podían robaban alguna que otra gallina o cordero. Había que alimentar a diecisiete bocas que no se saciaban fácilmente, y que además debían continuar el viaje y mantenerse fuertes. Los lobos se resistían a la tecnología por naturaleza más que por capricho. Su parte salvaje necesitaba de la naturaleza como si de agua se tratase. Nada de autos, casas lujosas, computadoras. Últimamente por tema de necesidad manejaban celulares, pero no era algo que les simpatizara. La bestia salvaje que llevaban dentro no soportaba depender de diversos mecanismos eléctricos.  

    Por otro lado, Alain a pesar del pronóstico, seguía en pie. Y hasta parecía un poco recuperado. Solo un poco. Se alimentaba bien y lo dejaban dormir más horas de las permitidas sin que lo notase. Estaba sumamente abstraído en sus cavilaciones y en las estrategias e investigaciones que hacía con Lamar. Al menos los surcos violáceos debajo de los ojos comenzaban lentamente a disiparse. Alain parecía estar en eje con el universo cuando sus actividades viraban hacia la planificación y estrategia y no la matanza. Y eso se notaba en todo su ser.

    Gracias a Sofía y su padre que ahora los acompañaban de rehenes, y que a base de golpes y transformaciones forzadas habían proporcionado alguna que otra información, los lobos se las habían apañado para interferir varias comunicaciones de los Beta y estaban al tanto del asesinato de otro cazador. Y este no era uno cualquiera, sino el hijo del Jefe mayor. Un pez gordo. Alain se afanaba para intentar hallar el modo de robar su cadáver. Necesitaban pruebas. Lamar sostenía que los mismos Beta lo habían asesinado para culparlos, pero nadie más creía esa teoría. Francamente era estúpida. El Jefe de los cazadores no mataría jamás a uno de los suyos, mucho menos para echarles la culpa a ellos. No cuando desde siglos se mataban unos a los otros por el solo hecho de que creían que eso era lo mejor para el mundo. Aparte no había un precedente que pudiesen utilizar para sostener lo que Lamar creía, y a decir verdad, el Alfa de los Wolfekrieger los estaba hartando.

     Clara había tenido que presentarse y contar una historia falsa a los Alfas. No sabía si le habían creído o no, pero parecían lo bastante convencidos. Alain había insistido en decir la verdad, pero Clara se había negado rotundamente. A pesar de que le diera muerte años atrás, ella lo quería lo suficiente como para pasar por alto una cosa así que salvara a Alain de una deshonra para la manada. Así que había decidido que ella sería la última sobreviviente de los Gefallen, y junto con John habían determinado los detalles de la historia.

 

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