Enzo se afanaba en preparar una tortilla en la cocina. El olor a cebolla quemada impregnaba toda la casa. El ruido de los cacharros de cocina era testigo de que no se le daba bien eso de preparar comida, el olor también. Después de la discusión que habíamos tenido, se había ofrecido para prepararme algo rico. Como el día se había tornado nublado y fresco, se me ocurrió comer tortilla.
Sentada como estaba, aparentaba una inmutable tranquilidad. Pero en realidad estaba lejísimo de estar siquiera rozando la calma. No dejaba de darle vueltas a lo de esa madrugada y todo lo que había pasado desde mi llegada al pueblo. No era mi culpa claro, pero me daba la sensación de que todo se había desencadenado por mi causa. Desconfiar de Enzo me revolvía la panza, pero después de todo, tenía que reconocer que él nunca me había cerrado del todo. Tendría que investigar de qué iba la cosa. El que no dijese una sola palabra de nada me daba la pauta de que era algo secreto, y estaba segura de que nada concerniente a su trabajo. Y además urgente, de lo contrario no hubiese estado discutiendo detrás de un árbol a mitad de la noche. Tampoco podía entender cómo había llegado tan rápido desde el patio a mi habitación, o cómo se habría percatado de que me disponía a salir. Sentí que las ideas que comenzaban a surgirme me mareaban, porque las explicaciones que ideaba mi mente no eran posibles. No eran reales.
Afuera el viento de la costa se había tornado violento. Los árboles crujían como si se lamentasen, o fueran a quebrarse. El aire frío arrastraba gotas de lluvia, sal y el perfume exquisito de los árboles. Me gustaban las noches de tormenta, los truenos, los rayos. En mi interior parecía gestarse una. Salí al jardín a tomar un poco de aire. Fran no quiso acompañarme, me miraba del otro lado del vidrio, las noches de tormenta le daban miedo. Caminé por el pasto húmedo descalza. El contacto con él me relajaba un poco y el aire frío parecía suspender las sinapsis neuronales. Era como si pusieras tu motor a enfriar.
Caminé unos minutos sin rumbo y decidí idear un plan no solo para saber de Enzo sino para poder abandonar la casa un poco. Al día siguiente trabajaba bastantes horas. Tendría tiempo de ir hasta su casa y revisar algunos documentos, fotos y demás. Quizás alguna conversación. Saber algo de él. Como iba a pasar la noche en casa, le había robado las llaves. Estaba segura de que no tendría que pasar por su casa. Y después, iría a visitar a la amiga de Sofía. Se lo había prometido y quería quedar bien con ella.
Dirigí mis pasos al patio. Las luces que delimitaban mi propiedad y la de Sofía todavía estaban allí. Brillaban tenuemente entre los árboles como si fueran luciérnagas. Rodeé la casa, por la ventana pude ver como Enzo seguía allí luchando con la comida. Tenía las mejillas enrojecidas por el calor del vapor, y sus ojos verdes fulguraban detrás de sus pestañas espesas. El pelo revuelto le confería un aspecto más que sexi, le caía todo el jopo para un costado y cada tanto lo apartaba de su frente con un leve movimiento de cabeza. Estaba concentrado, lo que significaba que unas rayitas le arrugaban la frente y sus movimientos parecían mecánicos. En ese momento deseé que mis sospechas y ese sentimiento de extrañeza fuesen infundados. Me quedé unos momentos más observándolo desde la oscuridad del patio. Ese chico era lo mejor que me había pasado desde hacía mucho.
Rodeé el patio de nuevo para volver a la casa. Pero algo me llamó la atención, percibí algo que me recorrió la columna de cabo a rabo. De un momento a otro sentí que no estaba sola. Giré bruscamente y miré en dirección a los árboles. El viento seguía moviendo violentamente las ramas, y una fina lluvia comenzaba a caer, al límite de mi patio la franja de luces seguía brillando. En cualquier dirección que mirase no veía nada. Noté que la adrenalina reptaba por mis brazos y piernas. Hacía frio pero yo sentía un calor naciendo del pecho. A pesar de que la razón me pedía a gritos que volviera a la casa, me obligué a caminar hacia el patio de nuevo. Estaba segura de que no era nada más que los recuerdos traumáticos que poseía de la noche en que todo había comenzado. No había visto ni escuchado nada que me alarmase. Recorrí el patio con la vista, obligándome a ser valiente. Todo estaba en su lugar. Miré en dirección a mi casa otra vez, Enzo ya no estaba en la cocina pero la luz del toilet estaba encendida. Decidí regresar convencida de que podía superar los miedos que había pasado. Caminé a paso firme y antes de entrar me giré una vez más para comprobar que no había sido nada. Con una noche así cualquiera se asusta. Pero al hacerlo sentí que las fuerzas abandonaban mi cuerpo, que me convertía en una roca. No podía despegar los ojos de lo que veía, porque no podía ser real. Cuando mi cerebro logró que el cuerpo le respondiese comencé a caminar hacia atrás, tratando de alcanzar la puerta. De escapar de aquella visión horrible. A tan solo unos escasos metros, había aparecido como vomitada por las sombras. Me miraba fijo, sin sentimiento alguno en los ojos. Sentí que algo húmedo y frío me nadaba en el estómago. Fran empezó a ladrar desaforado y no tardé en escuchar los pasos rápidos de Enzo.