-¡Perfecto! –Blaz estaba realmente feliz. Sus ojos rebalsaban un entusiasmo que Amara solo había visto pocas veces. O bien cuando el brujo conociera a Senta o bien cuando alguna de sus fechorías salía como deseaba. Lo segundo era lo más factible.
-Julieta estaba aterrada –Amara había sentido verdadera pena por la chica, miedo de que le pasase algo, incluso verdadera culpa. Ella era inocente, al menos por ahora.
-¡Era la idea querida! –Blaz le extendió una copa de vino tinto y espeso.
-¿De tu mejor cosecha? –levantó la copa delante de los ojos brillantes del brujo.
-¡Por supuesto, para festejar solo lo mejor!
Amara asintió y volvió a pensar en Julieta. Debía seguir temblando en la casa del cazador.
-¿Él sabe qué es ella? –Amara no lograba contagiarse de la felicidad de su compañero. El vino le había logrado calentar las venas en tan solo segundos, pero su mente seguía rígida y fría.
-¿El cazador? Si es hábil sí. –Blaz tomó de un sorbo todo el vino. – ¿Ella sabe quién es él?
-¿Por qué la protegió hoy? –Amara no se sentía del todo segura con Blaz.
-¿Por qué no iba a hacerlo?
-Ella no es realmente una humana común Blaz. Más allá del patético engaño que le procuramos en esa familia.
-Am ¿Podrías en algún momento disfrutar? ¿O al menos relajarte? –el brujo ya se sentía embriagado de un sopor casi mágico.
- ¡No Blaz! ¡Esa chica a su edad debería saber qué es! ¡Algún día todo va a manifestarse! ¿Y qué va a hacer? ¡No podremos controlarla!
-Am –la bruja había logrado molestarlo. Nada peor que arruinar su experiencia con los vinos de su creación –Que sea legítima no significa que sea imparable –no estaba seguro de lo que decía, pero hasta el momento nada de lo existente era inagotable o imparable, exceptuando a la misma naturaleza, claro está.
-De verdad que no disfruté lo de hoy. –recordó los ojos grises de Julieta mirándola espantada. Recordó como una chispa se encendía en ellos, como su poder la dejaba atontada. Siempre pasaba al principio. Pero ella solo recordaría estar helada del susto.
-No fue tu culpa, fue Sofía –Blaz se rió estruendosamente y con demasiadas ganas. Hacía rato que no disfrutaba de un trabajo bien hecho. Amara casi sintió odio por él. Era un cínico.
-No puedo negar que el anima hider me haya salido bastante bien –comentó la bruja.
-Estabas igual al día en que murió –Blaz le alcanzó una nueva copa –los detalles fueron fundamentales. La ropa rota, el pelo, la cicatriz. ¡Sos buena, en serio!
-Hice lo que me pediste. Igual, no creo que ella haya reparado en detalles. Estoy segura de que creyó que era un fantasma.
-Pero el cazador no creyó lo mismo –dijo el brujo ufano –él no va a creerse eso. Ha visto cosas peores que un fantasma. Un Gefallen por ejemplo.
La bruja lo miró y no pudo evitar recordar ciertas épocas. Los enfrentamientos que ellos mismos habían tenido con los Beta. Los lobos, principalmente los Gefallen eran un peso en contra. Demasiadas víctimas, demasiada crueldad. Demasiado. Ella misma había sentido un tremendo alivio cuando supieron que la manada original estaba extinta, que al fin habían podido acabar con ellos. Y sin la ayuda de los Beta. Los lobos caídos no eran más que un error de cálculos, un efecto secundario de la licantropía.
-¿Crees que Clara o Sofía sean Gefallen?
-No me caben dudas. –Blaz estaba serio. Lo que más detestaba en la tierra era hablar de Gefallen. Su mujer había muerto en las fauces de uno.
- ¡Tendríamos que hacer algo al respecto! ¡No podemos permitir que vuelvan a ser una manada!
-Si Clara sigue con vida debe estar en manos de tu heroico Alain. Si es así no hay de qué preocuparse. El odia a los Gefallen tanto o más que nosotros.
-Sofía no es el mismo caso. –Amara no era un ser violento, pero no toleraba a esa especie de licántropos. Nadie lo hacía. Eran lo más despiadados e insensatos seres que conocía. Aún más que los Beta. Y eso era mucho decir.
-No la van a dejar vivir –Blaz se sentó en el sofá de terciopelo rojo – ¿No te parece?
Amara se dió cuenta de que se preocupaba demasiado. Confiar en los efectos del plan de Blaz no le parecía lo mejor del mundo, pero era lo que tenía en ese momento. Después de todo, el muy maldito había sobrevivido tantos años gracias a sus tretas.