Pasaron al menos dos horas del encuentro con Sofía y aún estaba temblando. El emparedado, había logrado calmar el vacío que sentía en el estómago, y gracias a dios ya no hiperventilaba. Milo no se había despegado de mi lado y jugaba incansablemente con Fran, aunque se veía preocupado, ensimismado.
Me revolví en el sofá. Matt se había ido con su padre hacia un rato demasiado largo. Era obvio que con el miedo que tenía mi mente alteraba todo, inclusive el tiempo. Pero de todos modos, ninguno de los dos había regresado, y desde que se habían marchado el silencio era todo lo que se oía.
-Milo, voy a volver a casa –la sola idea me aterraba, pero era obvio que habían salido a hacer alguna cosa y no pretendía ser una molestia.
-No Julieta, no podes volver sola –me tironeó de la ropa en cuanto me levanté del sofá. – ¿Por qué querés irte?
-No quiero estar molestando, ya es tarde. Supongo que Enzo me debe estar buscando. Olvidé mi móvil, asique no voy a poder comunicarme con él para que venga a por mí.
-No voy a dejar que salgas de la casa –el chico se paró y a pesar de su corta edad, era ya de mi altura.
-Milo, es un fantasma –me costó ponerlo en palabras, porque algo dentro de mí me decía que aquello que había visto, estaba lejos de ser lo que pensaba. Una alarma se encendió en mi estómago, y me sentí mareada.
-Da igual lo que sea Julieta –pude ver en sus ojos y en la forma en que desvió la mirada, que él o sabía algo o pensaba lo mismo que yo. Aquello no había sido una aparición. –no podes irte sola por ahí.
-Milo, no va a pasarme nada. Ando en auto –hice amague de salir de la casa, pero me retuvo del brazo. Su gesto era duro.
-¡Dije que no iba a dejarte salir! –su puño era rígido en torno a mi esquelético brazo.
-Yo… -no pude seguir hablando porque una explosión a tan solo metros de nosotros nos dejó clavados al suelo.
Ambos miramos en derredor aterrados, pero todo seguía en orden. Había sido fuera. Intenté ganar la puerta pero Milo de un empujón me derribó y llegó primero, dejándome encerrada dentro de la casa. Corrí a la ventana y a los manotazos abrí la persiana. Todos los vidrios de mi auto habían explotado. El jardín de las estatuas de metal estaba regado de millones de gotitas de vidrio. Pensé que mis ojos iban a salirse de las orbitas ante lo que veía.
-¡Milo! –grité –¡abrí la puerta!
Entró como un vendaval y me tomó del brazo. En cuanto salí al jardín, Matt y su padre aparecían desde las sombras de detrás de la casa como alma que lleva el diablo. Me abalancé sobre mi auto. No solo no tenía ni un solo vidrio, la pintura estaba rayada en todos lados como si de las garras de un animal salvaje se tratara. Ahogué un grito de terror.
-¡Julieta! –Matt me tomó del brazo y me arrastró a su lado como si de una pluma se tratara. Me volví a mirarlo, iba a decirle algo, o a gritar. Pero me quedé muda al ver en su rostro una mueca de espanto. Miraba hacia adelante. Desvié la mirada y vi que tanto su padre como Milo también lo hacían. Me giré en redondo, sintiendo que el terror inundaba mi cuerpo como un veneno. Allí estaba ella otra vez, a escasos cinco metros. Aunque parecía más alta y mucho más amenazante que la última vez que la había visto. Tenía un gesto casi burlón en su rostro y de la cicatriz gruesa de su garganta brotaban hilillos de sangre espesa en los que se pegaban sus cabellos opacos y ralos, que el viento no paraba de agitar. Sus brazos larguísimos terminaban en unas manos antinaturales, vueltas una especie de garras.
Miraba fijamente al padre de mis amigos, y él a ella. Para mi sorpresa, el hombretón la miraba con pena en los ojos, como si aquella figura destruida y espantosa que se había vuelto, mostrara algo por lo que alguna vez había sentido cariño. Sofía no avanzaba, en cambio nosotros retrocedimos hasta estar en la puerta de la casa de nuevo. Matt me apretaba tanto el brazo que por un momento pensé que iba a arrancármelo. Traté de zafarme pero me resultó imposible.
-¡Vete! –Gritó el padre de Matt –¡Te daremos unos minutos para escapar!
Traté de comprender lo que el padre de Matt decía, pero no lograba encontrarle la lógica. ¿Acaso ellos se dedicaban a cazar este tipo de cosas? El espanto no se inmutó siquiera. Pero si miró calle arriba. Seguí su mirada y vislumbré luces entre los árboles que bordeaban el camino y que avanzaban rápidamente. El ronroneo de la chevy de Enzo no tardó en hacerse oír. –¡Julieta entrá! –ordenó Matt –¡vas a estar más segura dentro!