Clara comía su tercera hamburguesa con queso con más voracidad con la que había comido la primera. Los nervios le provocaban aún más hambre de la habitual para un Gefallen. John, al contrario apenas rozaba sus papas con queso doble y miraba por la ventana, cómo los pocos chicos del barrio jugaban a la pelota de vereda a vereda.
-¿Vas a seguir ahí toda la vida? –dijo masticando groseramente.
-En cualquier momento llega el brujo, y quiero estar atento –se volvió hacia ella y le ofreció una botella de jugo –nunca nos ha fallado, pero es un brujo y no uno cualquiera.
-¿Cuál es su nombre? –Clara miró con ganas la hamburguesa de John.
-Blaz –John recordó inevitablemente el pasado. Blaz lo había salvado incontables veces cuando vivían en Europa y él a Blaz. Recordó, fugazmente todas las batallas en las que habían peleado codo a codo, en las borracheras que se habían dado los tres, con Alain. Y recordó por supuesto, cuando también gracias al brujo había conocido a Amara, en un baile de su aldea. La recordaba como en un video que se había repetido millones de veces en su mente. Una y otra vez, hasta el hartazgo. Cerró los ojos y se dejó llevar por la marea que creaba su mente en torno a ella.
-John, ¿Te pasa algo? –Clara se acercó y vio un relámpago de tristeza en sus ojos.
-No Clara, no me pasa nada –frotó el brazo escuálido de su compañera –son años, eso es todo.
La chica permaneció unos instantes en silencio, observándolo. Lo conocía y podía adivinar a las claras que algo le pasaba. Era inútil que se lo ocultase.
-¿Sos amigo del brujo? –tomó las papas que le ofrecía John. Estaban frías y saladísimas, pero no le importó.
-Eso creo –dudaba de que Blaz tuviese verdaderos amigos ahora que la vida los había turbado tanto a los dos, pero a él siempre lo había ayudado. No podía quejarse.
Clara estaba terminando las últimas papas, cuando advirtió que algo en el aire mutaba radicalmente. Como si de pronto sintiese que le apretaban los pulmones. Le hizo señas a su compañero que seguía inmerso en quien sabe que cosas y este se puso en guardia. Por la vereda de enfrente vieron acercarse a un viejito que apenas avanzaba. Lo miraron fijamente y vieron como su anima hider se desvanecía para mostrar ante sus ojos lupinos la verdadera cara del brujo. Era Blaz.
Al igual que ellos, el brujo los había percibido cuadras atrás. Supo en cuanto posaron sus ojos en el que estaban espiándolo y les dedicó una asquerosa sonrisa, como solo él sabía hacerlo. Clara se estremeció, casi que sintió asco por él. El viejito cruzó la calle y John abrió la puerta. En cuanto ingresó en el pequeño apartamento, ambos sintieron que el aire se expandía o que de las paredes brotaban ojos.
-¡Querido John! –saludó el brujo – ¡No te imaginas lo mucho que te eché de menos!
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