Le serví una segunda taza de café a Emma. La pobre había dejado de hablar hacía más de media hora. Solo escuchaba el relato detallado que le contaba. Trataba de hacerlo lo más fiel posible, y solo continuaba porque la chica no parecía lo suficientemente espantada. Porque ella no me mostraba miedo, ni siquiera sorpresa. Cuando no tuve nada más que decir, tomé mi taza de café y solo contemplé mis manos aferradas a ella. Emma no decía nada, solo respiraba y bebía café. Daba la impresión de que mi voz había sido parte de un programa radial que había estado escuchando, dejé de existir en cuanto deje de hablar.
-¡Julieta! –Dijo después de una intolerable pausa que no me atreví a romper – ¿Qué es lo que propones?
-Quiero que te quedes en esta casa –declaré. Ese era mi plan, no sabía si allí estaría cien por cien segura, pero estaríamos juntas –al menos nos tenemos una a la otra.
-Está bien –dijo al cabo de un tiempo que se me hizo interminable, y me miró –creo lo que decís. Y me parece una buena idea la tuya.
-¿Entonces aceptás?
-¡Si Julieta! –Titubeó –o sea, para mí es muy loco todo esto. Pero si te creo –en ese momento pensé que le dolía la cabeza.
-No perdamos tiempo –me levanté de un golpe y tomé mi bolso –vayamos a por tus cosas –tomé a Fran entre mis brazos y caminé hacia la puerta esperando que me siguiera.
Emma se levantó con su lentitud y pasividad y me siguió fuera. Antes de salir le avise a Blanca que limpiaba las habitaciones y se ofreció a llevarnos.
-¿Por qué vivís sola Julieta? –musitó.
-No vivo sola… Enzo, pasa mucho tiempo conmigo.
-¿Es tu novio?
-Sí, perdón que no te lo conté antes –la miré, su rostro se veía imperturbable. Pero, aun así tuve miedo de que botara la idea de vivir todos juntos.
-No te preocupes –posó su suave y liviana mano sobre mi antebrazo –se lo preocupada que estas por todo esto.
- Desde que llegué a este lugar y todo comenzó a pasar dejé un poco de ser quien era Emma. Han sido tiempos duros.
-¡Ojalá nunca hubiese iniciado! –me miró a los ojos y por un segundo creí que miraba mi propio reflejo. Teníamos los mismos ojos. Un estremecimiento me recorrió la espalda. Con Clara también teníamos los mismos ojos.
-Va a pasar -palmeé su hombro –todo pasa. Es cierto que creo que nos encontramos en peligro. Pero lo vamos a solucionar.
Emma sonrió y pareció relajarse. Yo también lo hice. Ahora solo faltaba ir a por sus cosas y encerrarnos en la casa. El día anterior había hecho colocar varios sensores y cámaras más. En la habitación de huéspedes había colocado un pequeño monitor que me permitía controlar todas las cámaras, y un sensor antipánico. Enzo había cambiado sus horas del atardecer y la noche por horas de la mañana todas las mañanas. Funcionaría. En realidad no tenía idea a que cosa nos enfrentábamos, pero sea lo que fuere anticiparíamos su llegada. O eso quise creer.
-No podemos tomarnos esto a juego –musitó Emma mientras subía al auto y yo aseguraba la puerta y encendía todos los dispositivos de seguridad –no creo que sea una cosa de niños.
-Sea lo que sea tenemos la obligación de solucionarlo.
Blanca se volvió a mirarnos. No había escuchado lo que yo le contaba a Emma, porque estaba en las habitaciones de arriba limpiando. Por eso nos miró con intriga, luego se tropezó con mis ojos un tanto asustados y volvió a mirar hacia adelante disimuladamente. Lo último que necesitaba era que Blanca contase por ahí que la nueva estaba loca y veía fantasmas. No debía haberle dicho nada, nunca.
-Blanca, esto puede quedar entre nosotras ¿Verdad?
-Si Juli ¿A quién le voy a contar? –lo dijo como algo obvio. Pero su mirada no era la de siempre, era la de las personas cuando les contás algo que no solo no creen, sino que les parece ridículo y de paso lo quieren disimular. ¡Maldita sea!
-Bueno vamos entonces –el motor del auto ronroneó y salimos del estacionamiento.
-Supongo que no va a ser por mucho tiempo –comentó Emma –la policía está haciendo un buen trabajo. Confió en que atrapen al culpable lo más rápido posible.
De camino a casa de Emma, la conversación viró sobre los temas más superfluos posibles. Emma había captado mi preocupación por Blanca y con una simple mirada me lo había hecho saber. En su casa, un pequeño departamento en el centro, la ayudamos a juntar sus prendas y la ropa de cama que se había llevado consigo. En eso consistía todo su equipaje. De allí partimos al mercado del pueblo y no aprovisionamos como para uno cuantos días.