No nos había costado ningún esfuerzo ingresar en la casa de la rubia que habíamos visto con Julieta. Apenas habíamos manipulado un alambre y la puerta se había destrabado casi por arte de magia. Dentro no encontramos la gran cosa: muebles pelados, una cama deshecha, comida en mal estado en la heladera que olía horrible, decenas de saquitos de té usados en la mesada de la cocina y nada más. Daba la sensación de que el departamento había sido desocupado hacía una semana y no tan solo unas horas.
Revisamos todo una vez más para sacarnos la duda de que nada se nos había pasado por alto.
-Si había algo interesante se lo llevo con ella –dije mirando en derredor.
-Puede que sea normal y ya –dijo Milo.
-No lo creo hasta que no lo veo –barrí con la mirada todo cuanto había a mi alcance.
- Vayámonos –insistió Milo –nos puede encontrar alguien. Yo creo que es mejor que estemos cerca de Julieta por si las dudas, a metidos en un lugar que no tiene nada que ofrecernos.
-Puede –dije, pero a cada segundo que pasaba la rubia esa despertaba más sospechas en mí –vayamos donde esta Julieta.
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