Julieta quiso quedarse

Alain

   Los lobos permanecieron en silencio un buen rato. Más del que ninguno hubiese soportado antes. Madre les había enviado una carta. Una extensa y reveladora carta. Les contaba su plan, desde los comienzos. Incluido lo de Clara. El viejo Alain se había terminado de desinflar en cuanto Ranulf había leído aquello para todos.

   Nadie había emitido palabra alguna acerca de Clara. Nadie sabía mucho que decir tampoco. Roderica les estaba confiando toda la historia desde los comienzos. Desde Amarna, lugar en que los había conjurado.

   Alain lo había entendido todo, aun así estaba seguro de que jamás llegaría a perdonarle el haber causado la muerte de Clara, para la que lo había utilizado a él.  Nunca lo hubiese sospechado. Y quizás hubiese sido mejor no saberlo. ¿Por qué a él y no a otro? Los motivos de ser el elegido para la dichosa empresa no los había mencionado, pero de seguro no había sido algo al azar. Roderica no dejaba nada librado a su suerte. Nada. 

   Bertram fue el primero en animarse a romper el hielo. Rebuscó entre su ropa la moneda y la colocó sobre la carta que yacía abierta sobre la mesilla ratona. Los demás a su tiempo hicieron lo mismo. Inclusive Lamar, que era lejos el más conflictivo de todos ellos. Alain fue el último. Todos los ojos reposaban en él.

-No tenés que explicarnos nada viejo –dijo Bertram –Ninguno de nosotros ha sido un santo. Al menos, cuidaste de ella todos estos años.

-Tendría que habérselos confiado –meneó la cabeza –pero las cosas no estaban bien entre nosotros –Alain sentía que toda la confianza que había entre ellos estaba rota para siempre.

-Creo –Augustos sonó aburrido –que no es momento de culparnos de cosas tan nimias como las que hayan acontecido en un pasado de casi veinte años. Madre nos ha enviado un plan y tenemos que discutir el ayudarla o no.

  Todos se volvieron nuevamente a Alain. Querían oír su voz al parecer.

-No creo que esto sea una nimiedad Augustus.

-El pasado no puede arreglarse hasta donde sabemos. Si madre conoce tal formula agradecería que se la pidas después de ocuparnos de nuestra situación actual.

-Creo que tiene razón Augustus –secundó Lamar.

-Nadie va a juzgarte por algo a lo que fuiste inducido –Comentó Ranulf – ¿Además cómo podes saber si no te obligó también a callar la verdad? Nadie puede asegurar no estar corrompido por ella ahora.

  Las palabras de Ranulf les provocaron una densa y carcomedora inquietud.

-¡Me enferma pensar que ninguna de las decisiones que tome fueron mías en realidad! ¡Pero debo aceptar que quizás tengas razón!

-¿Y qué dicen de los motivos que nos llevaron a pelearnos? Quizás fue para que a ojos ajenos nos viesen débiles. –Siguió Ranulf.

-¡Ya no quiero escuchar! –gimió Alain.

-Quiero decir –continuó Ranulf –que no importa lo que haya pasado antes, ahora somos nosotros mismos. Y nos está dando la opción de elegir.

-¿De qué hablas? –Lamar estaba inquieto.

-Nos reveló su plan para saber con quién cuenta en realidad y con quién no. De lo contrario nos hubiese inducido a hacerlo de todos modos. Quiere saber quién apuesta por ella. ¡Y quiere una respuesta ya!

  Un nuevo silencio, cargado de respiraciones entrecortadas y miradas furtivas se instaló entre los licántropos.

-Quizás hay un precio para los desertores –comentó Augustus.

-Quizás –susurró Alain –de todos modos desertar no está en mis planes. No puedo llevar a la manada a un enfrentamiento con madre.

-Nadie está en condiciones de hacer eso –susurró Bertram –o al menos eso creo yo.

-Por mi parte pienso estar en el bando de madre. –Ranulf estaba decidido. 

-Y yo –afirmó Lamar.

-¿Alguien se opone? –preguntó Alain.

  Todos se recorrieron con las miradas.

-Nadie –terminó Augustus –todos vamos con Madre.

 

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