Alain ya no podía pensar, su racionalidad humana, la poca que quedaba de ella lo había abandonado. Todo su ser emanaba una fiereza que John no recordaba haber visto nunca en él anteriormente. Ni siquiera en sus más crudos momentos de lucha. John esquivó varias embestidas, pero lo cierto era que no duraría mucho más a merced de Alain. Sabía que en un momento, su fuerza lo abandonaría y el viejo alfa acabaría con él de un mordisco. Aquello no era algo que hubiese imaginado jamás. Tampoco era un buen momento en el que ponerse a pensar en todo lo que los había conducido a ese tiempo y a ese lugar. Trató varias veces de establecer comunicación lupina, pero Alain rehuía. Solo atacaba incansablemente. John entonces aceptó su rendición. De todas las muertes que hubiese temido alguna vez, esta era la mejor de ellas, moriría con su alfa. Lo único que le dolió antes de caer rendido fue el no poder volver a esos días con su Amara. No podría ya despedirse de ella, ni de Clara. No vería el triunfo o la derrota de Madre, todo eso se lo perdería.
John no se sintió triste, solo percibía paz en su interior. Había vivido lo que diez hombres juntos, o quizás mucho más. Entonces relajó su cuerpo y se preparó a morir. Casi podía percibir en la carne como su lupi lo abandonaba, como se desintegraba en su interior. Alain se había detenido momentáneamente, lo observaba con ojos asesinos, unos escasos metros los separaban de la estocada final. El alfa se encorvó, flexionó sus patas, preparándose para el golpe. Entonces saltó sobre su víctima, pero, contra toda lógica posible, Alain no logró dar el salto que tan bien había calculado. Una fuerza demoledora y nueva le había parado los pies, expulsándolo hacia atrás. El lupi colisionó contra el grueso tronco de un árbol, que le arrancó un agudo aullido de dolor. El viejo alfa sucumbió desmayado al terrible golpe. John recorrió con la mirada el bosque que los circundaba. La película acostumbrada del peligro no lo envolvía, no se sentía alerta. Tenía que ser ella, no cabía otra explicación. Su casa estaba a tan solo unos metros entre el follaje. Pero, ¿Cómo? Julieta no sabía usar su magia aún. Olisqueó el aire, un delicado perfume a fresas le llegó como una caricia. Era ella. Oteó nuevamente el follaje y entonces ella surgió desde detrás de uno. Caminaba a los tropezones y se veía débil. John supo que debía abandonar su condición lupina, en cuanto sus ojos chocaron con los de la chica que pareció desfallecer, o quizás comprender con terror alguna cosa. Alain, despertó y comenzaba a buscar incorporarse. Julieta se detuvo en cuanto los vio a ambos. No tenía la mínima idea de lo que allí hacía, o como había logrado que esa fuerza escapara de sus manos y detuviese a lucha que se desencadenara unos momentos antes entre esos monstruos. Pero si sabía una cosa, esos lobos eran los asesinos. Ellos habían matado a Sofía. No podía ser de otra manera. Sintió los pasos de Enzo y Matt acercarse a ella, mientras la llamaban a los gritos. Pero entonces y solo entonces, una verdad aún más cruda, mucho más desgarradora se instaló como un todo en su mente y su cuerpo. Esos lobos, le habían arrebatado a Clara.
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