En el preciso momento en que vi a esos hombres inmensos rodeando la casa, sentí miedo. Papá me hubiese reprendido si me veía asustado frente al enemigo. Pero ahora, después de años de matanzas y penurias, comprendía lo estúpido y malvado de nuestra cacería. Solo eran hombres queriendo vivir en paz.
-Cuidaremos de tu hermano –dijo uno –lo llevaremos a nuestra guarida con los lobos pequeños. Estará bien. –su voz era ruda y su inmensa figura cubierta de tatuajes impresionaba a cualquiera. Menos a Julieta que lo miraba casi con ternura.
-Mi compañero Lamar –dijo otro –dice verdad, pero solo a cambio de que nos des una pista más acerca de Joel. Tememos que este ideando un plan macabro.
Sentí que la espina dorsal se me congelaba y los músculos agarrotaban. Papá se había ido sin más y aún no comprendía que se proponía, pero mi intuición de cazador me decía que vendría a por Julieta.
-No sé a dónde se fue, solo que se llevó nuestros ahorros y los amuletos. Por lo que deduzco que ha salido al exterior. –dije, la voz casi se me quiebra en dos oportunidades. Julieta enlazó en un intento por ayudarme sus dedos entre los míos y desencadenó una tormenta a su paso. –Mis años de cazador –me animé a decir –me dicen que viene por Julieta, pero no tengo pistas que lo confirmen.
Miré a Milo que se hallaba parado a mi izquierda con Francesco entre sus brazos. No había nada en sus ojos. Pensé que iba a ofenderse de que boconeara a papá o que lo mandase con el enemigo a vivir a sus guaridas. Pero no hallé sentimiento alguno. Tenía la frente en alto y en cuanto los mandamases le hicieron una seña avanzó hacia ellos sin que le tiemble un solo músculo. Se me estrujó el estómago. Ya no era un niño. En cuanto llegó cerca del tal Lamar, se giró y vi sus ojos llenos de lágrimas. No pude contenerme y corrí a él. Si algo le pasaba a ese enano cargoso moriría.
-¡Cuídate Milo! ¡Y por favor cuida a mi pequeño! ¡Va a estar mejor con vos que conmigo! –Balbució Julieta mientras se despedía en un abrazo sin fin. Ya había llorado lo suficiente en cuanto supo que mi hermano partiría. Había sido suya la idea de que se llevara a su amigo peludo –Nos vemos pronto. –acarició al can y se apartó.
-Si Juli, vamos a estar bien –respondió él limpiándose la nariz.
Alain nos miraba con pena en los ojos. Un sentimiento que jamás esperaba encontrar en los ojos de un lupi. Pero allí estaba.
-Es hora –dijo el lupi, y señaló a otro de sus compañeros que en un abrir y cerrar de ojos dejó salir a la bestia es un estallido de piel rajada y sangre. No puedo negar que me impresioné, ni hablar Julieta.
Milo avanzó hacía el lupi sin miedo y se subió a su lomo. Viajarían así para llegar más pronto a donde dos lobas esperaban para llevarlo al destino final con las manadas.
-¡Chau enano! –dije y me largué a llorar, mientras mi hermano desaparecía entre los árboles.
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