Los que menos necesitaba ahora mismo, era que los cazadores nos jugaran una mala pasada. Madre había asegurado que ella los tenía bajo control. Pero no cabía duda de que se acercaban a la casa de la colina. Precisamente la Convención de los brujos y hechiceros quedaba para el otro lado. En un hueco junto al mar, envuelto en magia. Ningún humano normal accedería jamás; pero ellos sí, y Madre los había llamado para eso. Que estuvieran allí, solo significaba una cosa: iban por Julieta.
-¿Dónde está Matt? –preguntó Julieta en cuanto me vió entrar sin la compañía del cazador.
-Los suyos se aproximan y tememos que sea su padre.
-Milo –balbució –Si su padre se entera que el enemigo lo tiene va a matarlo.
-No va a enterarse. Tiene que distraerlos. Ellos no tienen un brujo o hechicero que los guie. –dije mientras sellaba la puerta de la casa. Nadie que no fuera Matt podría pasar.
-¿Entonces van a atacar mi casa? –gritó y pensé que iba a salir disparada en pos de defender esas cuatro paredes.
-Juli, no vas a salir de acá. Ahora es cuando me tenés que ayudar a concretar el plan de Madre.
-¿Qué plan? ¡Es su plan! ¡No el mío! –esquivó mis intentos de aferrarla –¡Tengo que salvar a Matt!
-¡Nadie va a hacerle daño a él Julieta! –dije gritándole por primera vez desde que la conocía –¡A menos que no me hagas caso, no va a pasarle nada!
-¡Enzo por favor! –pidió la hechicera –Tratemos de calmarnos.
Julieta se había detenido junto a la puerta y me contemplaba con una furia contenida en sus ojos grises y secos. Su magia iba a destruirme si no me calmaba y lograba calmarla a ella.
-Entonces –gruño, y sus ojos eran los mismos que lo que había visto en todos los lupi que conocía –decime que hago.
-Seguime –dije haciendo ademán de subir las escaleras que conducía a la habitación principal, la que había sido de Sofía.
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