Julieta quiso quedarse

Matt

    En cuanto seguí a Julieta dentro de esa habitación, supe que algo raro pasaba. Es decir, desde que ella llegó a este pueblo todo se ha puesto patas para arriba. Pero esto era distinto, lo sentía en los huesos. Mi instinto de cazador estaba al límite. Pero de todas las cosas que esperaba ver, mi madre, era la última de todas. No a ella. El horror volvió a habitar en mi mente en cuestión de segundos, y su muerte bailó delante de mis ojos como si la viera por vez primera. Una herida seca se reabrió en mi pecho, y puedo asegurarles que una puñalada literal, dolía menos. Gracias a vaya a saber que dios, Milo no estaba junto a mí para verlo.

   Tuve ganas de zamarrear a Julieta y gritarle también. No tenía derecho a tenerla ella en su poder. Por más bruja que sea. ¿Igual de donde había sacado Julieta a mamá? ¿Acaso Sofía…? ¡No!, no entendía nada.

   Entonces recordé el pacto que había hecho con Roderica o Emma o como le gustase a esa mujer del demonio llamarse. Ella había prometido traerla de nuevo. Pero en cuanto me acerqué y toque su cuerpo, supe con certeza, que seguía muerta. Su piel estaba igual que cuando se había ido, tersa, suave y fría, espeluznantemente fría, su perfume a flores flotaba en derredor suyo, su pelo lacio renegrido cayendo sobre la almohada, y sus manos, juntas sobre el abdomen, delataban la labor de años, la crianza a pulmón de sus hijos. Un nudo más pesado que el plomo se instaló en mi pecho. Todo menos esto.

   -Matt –la vocecita de Julieta bailó en mi mente como un aliciente. Al contacto con su voz, todo parecía doler menos –ahora o nunca.

   - ¡Alguien entró! –chillé. A pesar del dolor brumoso que me asediaba, había oído entrar a alguien a lo bestia.

    -¡Por eso mismo! ¡Confía en mí! –dijo, y sus ojos cambiaron como un millón de veces en pocos segundos. Como si muchos pares de ojos habitaran en ella. Muchos seres. Muchas razas.

    -Está bien –me oí decir. No podía hacer otra cosa.

   Entonces vi a Julieta dudar por un instante, o pensar o quizás romper algo en su interior. Porque yo no soy ni de lejos una persona perceptiva, pero el cambio fue visible en ella. Como si definitivamente, se resignara a su destino. Pobre Julieta. Miserable el que tiene que vivir bajo la mentira de ser algo que no es.

   Lo que sea que hizo dió resultado porque la magia vino a ella con toda la furia. Cortó mi mano e hizo fluir mi sangre formando una esfera flotante delante de mis narices. Yo solo esperaba que supiera lo que hacía.

    Entonces comenzó a recitar en un idioma antiguo, uno que había visto a mi padre aprender, y que obviamente no entendía, ni esperaba entender. Algo parecido a un viento de energías entró en la habitación y comenzó a girar enloquecidamente alrededor nuestro, la luz eléctrica se extinguió y las paredes desaparecieron de mi vista. Julieta brillaba y de sus manos escapaba una especie de luz plateada y dorada a la vez. Encendió un montón de cosas que no había visto, en un cuenco, con solo un chasquido de sus dedos largos y pálidos. Entonces las cosas se pusieron difíciles. Todo allí dentro comenzó a girar con una terrible violencia. Con un viento imparable, que logró helarme la sangre en la venas.

   Algunos recuerdos de mi pasado en los extensos y agobiantes entrenamientos Beta, se proyectaron en mi mente. Las historias que nos habían narrado hasta el hartazgo en aquellos entrenamientos, hablaban de brujos poderosos, resucitadores, demonios sobre la tierra, capaces de alterar el curso natural de la vida solo para acarrear demonios y pestes al mundo. Julieta, recién ahora lo entendía, era una bruja poderosísima. Una de aquellas brujas a las que me habían enseñado a temer y odiar. Una legítima. La miré, por sus ojos pasaba la historia del mundo como si de una película se tratase. El mayor tesoro de la tierra no se había perdido: el conocimiento. Que idiotas los Beta habíamos sido cuando creyéramos muertas a las brujas. Unos simples humanos destruyendo a la creación. Sentí deseos histéricos de reírme, o de que aquel torbellino acabara por absorberme. No las habíamos matado, solo logrado que fueran aún más fuertes.

   Entonces ocurrió lo imposible. Como si de una película de terror se tratase, comenzó a dibujarse por sobre todo el cadáver de mi madre una luminosidad acuosa que parecía vibrar. Julieta intensificó sus rezos, y entró en una especie de trance superior, y el halo blanco por sobre mi madre, ganó aún más fuerza y brillo, adoptando la misma figura que yacía en la cama. Su alma estaba siendo rescatada del mundo de los muertos, y traída con arrolladora fuerza por Julieta. Sus palabras brujas, traían en sus alas, todas, un pedacito del alma brillante de mi madre.




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