El brujo, al igual que su Madre, vió con una inexplicable tristeza, como la batalla daba inicio. Sentía en su carne que aquello traería más penas que alegrías. Una guerra, nunca podría traer cosas buenas, más allá de como la vendieran. Él y Amara no participarían en aquel rollo, su madre se los había prohibido. Y aunque no lo hubiese hecho, Blaz, para sorpresa hasta de sí mismo, no iría.
-No va a durar mucho –dijo Amara palmeando suavemente su hombro –Julieta no es una guerrera, sus planes no consisten en ver sangre derramada.
-Ya lo sé.
-¿Dónde está tu hijo? Debería estar acá –la bruja miró en derredor. Aquello era una pocilga, de la que no sabía cuánto tiempo hacía que Blaz no salía.
-No lo sé –dijo Blaz, y sintió como algo se rompía en su interior.
-¡Tranquilo! ¡Julieta no permitirá que le suceda nada!
-Nada se puede hacer contra el destino querida –sus ojos para sorpresa de Amara se poblaron de lágrimas.
-¿De qué hablás?
-¡De intuición Amara! –dijo con gravedad –de eso.
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