Nunca antes la destrucción me había dolido tanto. Nunca había sido tan helada la navaja del dolor. Jamás. La convención que tanto había soñado con destruir, se alzaba sobre mí como el cadáver de un mundo ajeno. Los cientos de hechiceros muertos por las calles, parecían dormir. Los que habían sobrevivido a la desposesión, no recordaban nada. Su mente era el blanco absoluto. A veces no hay que morir físicamente, para que tu vida termine. El golpe brutal de Julieta, había acabado con ellos para siempre. Incluyendo a mi hijo. ¿Qué sentido tendría ahora vivir? No me había quedado absolutamente nada. Nada de nada. ¿Había ganado o perdido al final de cuentas?
La pregunta estaba de más.
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