Apoyé mi cabeza en la ventanilla del auto, estaba tan cansada que dormiría en esa posición si no fuera por la mirada de advertencia que me daba el tal Alek.
Me miraba de una manera que hacía pensar que estaba ordenándome algo.
Algo que yo no iba a obedecer.
Me acurruqué más sobre la ventanilla y cerré los ojos relajándome al instante.
Estaba a punto de quedar dormida cuando un golpe en mi cabeza hizo que abriera los ojos de golpe.
― ¡Oye!― chillé sobándome la zona adolorida.
Él muy maldito había girado en U y no me había avisado.
― ¡Deja de reírte!― me senté de forma que podía ver sus ojos mieles a través del espejo.
Volteé mi cabeza y me crucé de brazos. Mía me miró con una ceja arqueada y con una sonrisa pícara.
Rodé los ojos.
No era bueno que la mente sucia de Mía se pusiera a trabajar. No sabía, ni quería saber que estaba pensando en esos momentos.
Alek carcajeó mirando a Mía a través del espejo retrovisor.
― ¿De qué te ríes idiota?― masculló Mía, ante mi atenta mirada y la de Nina.
Esta vez, los ojos de Alek se posaron en mí― De tu mente sucia.
Abrí los ojos desmesuradamente al escuchar lo que salió de los labios de Alek.
¿Cómo…él supo lo que pensaba?
Bueno, tal vez él no me había “leído” la mente, tal vez habíamos pensado lo mismo, al mismo tiempo.
Solo tal vez.
☆☆☆☆
Bajé del auto a la vez que sacudía mi ropa, no estaba sucia pero era una costumbre que tenía desde pequeña.
Caminé hasta la puerta de mi casa y la abrí con la llave que tenía en mi polera.
Un milagro que no se me haya caído del bolsillo en todo este tiempo.
Todos los chicos pasaron y cerré la puerta. Al voltearme, todos tenían su atención puesta en mí.
Era realmente incómodo, pero valía la pena, tenía que descubrir que estaba pasando. Y haría lo posible para saberlo.
―Vamos.― murmuré guiándolos a la sala.
Todos no sentamos y quedamos en silencio por unos minutos.
Realmente no sabía que decir.
De un día para otro, mi vida se había vuelto extraña. Mi mejor amiga me estaba ocultando algo turbio, unos sujetos con ojos Violetas y filosos colmillos me habían atacado. Y para colmo, dos chicos desconocidos llegaron a mi vida sin explicación.
¿Qué persona normal tenían ojos violetas y colmillos?
No sabía que cosas eran.
Y aquello me asustaba.
― Maylin.― ladeé mi mirada y la observé.
Sus manos se movían impacientes mientras trataba de hablarme.
Estaba nerviosa.
― Yo… no sé cómo decirte esto.― miró a Alek en busca de ayuda.
Era ridículo, ella nunca había tenido problemas en decirme algo.
― Cuéntale la historia.― murmuró Alek quien tenía una mirada adusta.
Mía asintió, se aclaró la garganta y comenzó―En un lugar muy lejano, existía un pueblo llamado Vintalle que era invisible al ojo humano. En ese lugar existía una princesa, se llamaba Julieta. Todos amaban a la princesa, les gustaba lo dulce y tierna que solo ella podía ser.―su mirada se llenó de tristeza― Ella era una vampira, una de las más poderosas que había en Vintalle. Aunque algunas personas envidiaban a Julieta por tener tres habilidades al ser una vampira pura, nadie tenía la valentía de decirle nada ya que ella poseía de cinco protectores que velaban por ella y la cuidaban. Cuando cumplió dieciocho años, se armó una guerra, el objetivo fue matar a la princesa. Sus padres al enterarse, intentaron mandarla al mundo humano donde supuestamente ella y sus protectores pasarían de desapercibida, pero en medio del escape Julieta murió dando por finalizada la guerra. Lo que los atacantes no sabían, era que alguien mediante un hechizó logró hacer que la princesa reencarne en el mundo de los humanos. Los reyes ordenaron a los protectores buscar a la bebé y cuidarla.
Tras escuchar a Mía no pude evitar reírme.
¿Vampiros? ¿Pueblo fantasma? ¿Princesas? Estábamos en pleno siglo veintiuno.
¿Cómo pensaba que me iba a tragar eso? Aquello parecía sacado de una historia de Fantasía y no de la realidad.
Me levanté del sillón y encaré a Mía.
― Si no querías contarme la verdad, no hubieras dicho nada. Pero inventarse una historia de ese grado…― resoplé― es infantil.
Alek empezó a reír.
― Cariño, esa es la verdad. Ahora, tú decides si la crees o no.― ignoré el apodo que me puso y me acerqué desafiante hacia él.
―Bien. Supongamos que todo eso sea cierto. ¿Por qué no me lo dijeron antes?― cuestioné alzando la ceja.
Se acercó hasta quedar a centímetros de mi rostro. Tuve que alzar la mirada puesto que era más alto que yo.
Maldita estatura.
― Hay cosas que no te podemos decir todavía, no lo entenderías.― espetó serio.