Antes de que pudiera despellejarla, Black intervino.
—La señorita Herrero no es una cosa —manifestó, sin dejar de sonreír—. Pero sí hace un excelente trabajo controlando el caractercito de Micael. Supongo que si quieres una empleada así, tus hijos también deben tener su caractercito, ¿no es así? —Alisha endureció su gesto en respuesta. Quise gritarle «¡En tu cara, inmunda!», sin embargo, me contuve. Black la había dejado en su lugar como yo no la hubiese dejado; de la forma más sutil posible—. Debemos irnos. Tengo prisa por llegar al trabajo.
—Por supuesto, yo también llevo prisa —dijo ella. Apenas y podía sostener su sonrisa falsa—. Nos vemos, señorita Herrero.
Sonreí, sabiendo que era una declaración de guerra jurada.
Ambos le dimos la espalda y caminamos por la acera. El bus que nos llevaría a los edificios se detuvo en la parada y tuvimos que corretear un poco para llegar a él. No era nada fácil correr con tacones, no obstante, hace mucho había logrado dominar la técnica. No había asientos en el autobús. Un chico bien parecido me ofreció el suyo. Le sonreí, agradecida. Una parada después, Black logró sentarse a mi lado. Negué, decepcionada.
—No puedo creer que te hayas revolcado con esa mujer.
Black miró hacia todos lados y luego me encaró, perplejo.
—¡¿Qué?! ¡Yo no…! —enarqué una ceja, incrédula. Volvió a dirigir su vista al frente, serio—. No sé de qué hablas.
—Ay por favor. Si hubiese tenido un cuchillo en mano hubiese podido cortar la tensión sexual. Le sonreíste como las veces en que las chicas con las que te acostabas en la universidad se acercaban para saludarte mientras estabas conmigo —susurré. Presionó sus labios en respuesta. Hice una mueca despectiva—. No me sorprende porque siempre fuiste un sinvergüenza, pero esa mujer hizo sentir mal a Micael.
—Fue hace mucho. Me había divorciado, ella también era divorciada, es sexy y… ¡Ni siquiera sé por qué te lo estoy contando! —me miró, enojado—. No es su problema, señorita Herrero. Solamente es mi empleada. No tiene derecho a opinar en mi vida personal.
— No estoy inmiscuyéndome en su libertina vida personal. Simplemente, estoy indignada porque se revolcó con una mujer que despreció a Micael y tiene más agua oxigenada que greñas en la cabeza —repliqué—. No ha perdido la costumbre, ¿eh?
Varios de los que estaban en el autobús estaban oyendo disimuladamente nuestra conversación. No me importó, sin embargo, a Black le enojó mucho. Acercó su rostro al mío, molesto.
—Hablas como si fuese un mujeriego sin causa —susurró.
—Siempre has sido un mujeriego sin causa —ignoré su risa amarga—. Pensé que habías cambiado, pero sigues metiéndote con locas desquiciadas.
—¿Te incluyes en esa lista? —me estremecí al sentirlo tan cerca, murmurándome, como si fuese un secreto íntimo—. Porque tú la encabezas. De todas las mujeres con las que he estado, eres la más desquiciada y loca de todas —espetó.
Apreté mi mandíbula, rabiosa. El autobús se detuvo de golpe. Su rostro se acercó un poco más al mío. Odiaba con todas mis fuerzas no poder hacer nada porque me sentía inevitablemente atraída y ensimismada en su cercanía.
—Disculpa, chica —escuché la voz del hombre que me había cedido el asiento antes. Lo miré de reojo, no obstante, no aparté mi mirada asesina de Black. Estaba esperando a que continuara para fulminarlo—. Me preguntaba—
—No, ella no quiere tu número —le interrumpió Black con brusquedad. No dejó de mirarme con la misma rabia que yo destilaba. Vi de refilón como el chico bajó. No me inmuté. Estaba muy molesta y no estaba dispuesta a ceder ante aquel duelo de miradas. Nunca perdía los duelos de mirada— Lo que tuvimos no te da derecho a opinar en absolutamente nada. Ahora eres mi empleada. La conversación que tuvimos esa noche no fue un pase para que me trates como lo haces ahora. —apreté mis labios con fuerza para reprimir mi mueca. No quería que notase que su última oración me había afectado—. Sí, Micael me recordó a ti, sin embargo, eso no quiere decir que sigas significando algo para mí —aseveró con dureza—. No cruce su límite, señorita Herrero. Si quiere conservar su trabajo, jamás vuelva a tocar el tema acerca de nosotros. Está fuera de lugar y es de mal gusto.
Se apartó y miró hacia adelante, imperturbable. Me sentía humillada y derrotada porque no pude rebatir nada en su contra. No podía quitarle la razón, había cruzado el límite al dejar que mi afecto por Micael hablase.
Alcé la barbilla, fingiendo que sus palabras me habían importado muy poco. Me puse de pie y presioné el botón de la parada.
—¿Dónde va?— inquirió con el ceño fruncido.
—Puede adelantarse e ir a su trabajo —manifesté, despreocupada. Eché mi cabello hacia atrás—. Iré a buscar ese número.
—¡K.O.! —me susurró una de las chicas que se sostenía de la barra del autobús. Por lo visto se había gozado toda nuestra discusión—. Soy tu fan, amiga.
Le sonreí. Las puertas del autobús se abrieron y bajé. Solo cuando pisé la calle y oí el autobús marcharse pude respirar con normalidad. Tenía un enorme nudo en la garganta. Tragué con fuerza y negué.
Nada de nudos en la garganta, Rouse. No hay razón para eso.
Caminé a grandes zancadas. No mentí cuando dije que iba por en busca del hombre que me había dado el puesto. Había sido muy amable al darme el asiento y Black había sido un idiota.
Quería ese número. Al menos por cortesía.
No había quedado tan lejos de su parada. Muchas personas yendo de un lugar a otro por la acera. Perdí la esperanza de encontrarlo. De seguro iba rumbo a su trabajo y llevaba prisa. Decidí dejarlo así. Había una cafetería en la esquina. Los capuchinos no estaban dentro de mi presupuesto para pagar la hipoteca, pero necesitaba algo de cafeína para sobrellevar mi derrota. Acomodé mi bolso sobre mi hombro y fui decidida a gastar mi dinero en ese capuchino.
El local estaba lleno. La fila no tardó tanto en avanzar. Pagué mi capuchino y busqué una mesa para tomar asiento. Mientras que Micael se encontrase en el colegio no tendría nada que hacer. No iba a volver al departamento y correr el riesgo de encontrarme con Black. Decidí matar unas cuántas horas allí antes de volver y alimentar a Rosi.
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Editado: 25.11.2024