Juntos, ¡pero jamas revueltos!

Capítulo doce (parte uno): la realidad...

Rouse Herrero no resultó ser la persona que pensaba que era.

Fue mi error idealizarla. No debí creer que —aquella hermosa chica que bailaba en el escenario de forma tan sublime mientras sonreía con dulzura—, fuese cálida y gentil. 

Mi madre siempre me lo había dicho; no tenía que dejarme llevar por las apariencias. Nunca lo había hecho, pero la mirada y la sonrisa de Rouse fueron como una especie de somnífero que me adormeció. Extinguió cualquier atisbo de racionalidad.

Después de nuestros primeros encuentros, parecía que las cosas entre ambos marcharían bien. Estaba encantado, como nunca antes lo había estado por alguna chica. Rouse era preciosa, segura de sí misma y con un sentido del humor que congeniaba muy bien con el mío. Cada vez que la veía no podía evitar sentirme nervioso. Ella siempre parecía tener las riendas de la situación. Eso me fascinaba.

Todo cambió cuando comenzó a asistir a la universidad.

Me alegré porque obtuviera la beca, pero temí que nuestra amistad se viera afectada. Más aún, temía que la posibilidad de estar con ella se desvaneciera.

Mi reputación en el campus…, no era la mejor de todas. En mi defensa, la mayoría de las cosas que se decían de mí eran actos cometidos por mi hermano gemelo cuya fama era intachable y admirable a ojos de todos, pero que hacía de las suyas usando mi nombre. 

Maldito Helios.

Nunca me había molestado. Al contrario, disfrutaba de mi mala fama. Tuve muchas relaciones, pero ninguna había funcionado y siempre terminaban mal. Solía aburrirme con facilidad. Mi reputación era una buena forma de espantar a cualquier hipócrita.

Aunque le aclaré las cosas a Rouse y esta pareció convencida, nos distanciamos.

Y mostró su verdadera naturaleza. 

Desde que la veía en los ensayos del teatro, supe que no era la clase de persona que hacía amigos con facilidad. Sin embargo, nunca imaginé que su carácter había sido forjado en el mismísimo infierno.

 Verla desenvolverse en el campus me hizo sentir aliviado por haberme salvado de una bruja arisca y despiadada.

 Era alta y estilizada, por lo que a simple vista lucía intimidante. Su mirada te hacía sentir inferior a ella y helaba el ambiente con su presencia. Era mucho peor con los estudiantes que pertenecían a la hermandad Cavet (una de las hermandades masculinas más antiguas de la universidad), ya que ella se había convertido en miembro de la fraternidad Kuvira, la fraternidad femenina del campus que se había declarado enemiga jurada de los Cavet.

Yo era uno de los miembros principales de la hermandad.

Obviamente, nuestra relación no se dio de la forma romántica y dulce que imaginé.

Terminé detestándola y quedé desilusionado al conocerla más a fondo. 

Lo que había imaginado de ella se fue por el caño. Rouse tenía un carácter de los mil demonios y un alma consumida en la esencia del mal. Era egoísta, fría, insensible, manipuladora, maquiavélica y muy cruel cuando se lo proponía. Era una más de esas chicas remilgadas que solo le importaba mantenerse bellas y hacían sentir inferiores a los demás. Me hizo la vida imposible en su primer año de universidad e incluso me engañó para que su fraternidad se saliera con la suya y humillar a la mía. No importaba los métodos, hacía todo lo que estuviera a su alcance para dejarme mal parado.

Era una psicópata. La versión femenina de mi hermano menor.

Así que, aquella fugaz fascinación que había sentido por ella, de pronto se convirtió en un desprecio que me resultaba imposible disimular.

 Ese sentimiento se acentuó en una ocasión en particular. Ella había entrado a la cafetería del campus, como si fuese la reina a la que había que rendirle pleitesía, alzando su mentón con arrogancia y sacando su pecho como un cisne.  Se acercó a uno de los chicos que estaba en la fila esperando su comida. Lo conocía, se llamaba Lendel y estaba en el tercer año de ingeniería en sistemas. Era bastante tímido. Esa clase de chico que temblaba cuando personas desconocidas se acercaban para hablar con él. A ella no pareció importarle eso, ya que se acercó justo en el instante en el que él tomó la bandeja y volcó "accidentalmente" toda la comida en su ropa. La camisa de Lendel se llenó de salsa y sopa.

Rouse no se disculpó, solamente pisó la bandeja en el suelo para que no la recogiera, luego se agachó y le susurró algo al oído. Por los ojos espantados del pobre chico, imaginé que no debió ser una disculpa. 

Me levanté al ver como Lendel le entregaba su bolso. Ella se lo arrebató con brusquedad y él agachó la cabeza, completamente humillado por ella.

¿Qué estaba haciendo?

¿Qué edad tenía para comportarse como una bravucona en la universidad?

Nadie se atrevió a hacer nada, en parte porque todo se veía políticamente correcto. Aunque era evidente que algo andaba mal, la gente siempre prefería mantenerse en sus asuntos. Sobre todo cuando se trataba de Rouse. Era muy intimidante.

Me acerqué y observé a Lendel, preocupado.

—Oye, ¿todo bien?—inquirí.

El chico asintió efusivamente. Su temblor empeoró. Quizá yo no era la persona más indicada para calmarlo cuando tenía la peor reputación del campus. Sin embargo, no pude quedarme sentado viendo como Rouse actuaba como una tirana.

La enfrenté, enojado. Ni siquiera se inmutó. Medíamos lo mismo. Yo también era intimidante cuando me lo proponía. El hecho de que mi padre fuese el rector de la universidad también era una de las razones por la que nadie se atrevía siquiera a mantenerme la mirada por mucho tiempo.

Todos menos Rouse. 

Quizá se debía a que había conocido mi verdadera personalidad y me había visto usando su leotardo rosado.

No, no se debía a eso. Rouse era así por naturaleza. Nunca agachaba la mirada y tampoco retrocedía ante nadie. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.