«Mi dulce, precioso e inigualable... nuevo hogar», pensé al ver las cuatro paredes principales que desde ahora en adelante iban a ser mis mejores amigas. Echo un vistazo rápido al departamento, me percato que todas las paredes son de un mismo color blanco antiguo, cuyo color me acompañara hasta no sé por cuánto tiempo, puede que venga de ida y me regrese después de dos días a mi país natal. Lo denomino un cambio a medias para mi vida. Soy muy indecisa, es una de mis debilidades.
Regresando al tema del color, esto no parece un departamento, más bien es un ilustre de aquellas habitaciones de hospitales en donde entras por una simple cita y al final terminas en una camilla; esas las que parecen un infierno angelical cuando te toca quedarte internada, la mismita que te aburren de ver el mismo color todos los días en la mañana cuando abres tus lindos ojos. A mi parecer es más bonito ver todos los días el sol, aunque te ardan lo ojos, no estar entre paredes pintadas todas de blanco. Sé que el blanco te trae paz, pero... prefiero el negro, gris, morado, azul marino, entre otros colores que se acoplen a mi personalidad y el color blanco es excluido completamente en mi vida.
Dos sofás largos, cada uno ubicado en las esquineras de la sala, en el centro se encuentra una pequeña mesa de madera sin ningún pequeño decorativo que la reluzca. Ni más creo en el internet y sus recomendaciones de alojamientos.
Había un espejo que se encuentra a lado de la puerta principal donde exponía mi reflejo de pies a cabeza «¿Si te ves?», dije para mí misma. Mi aspecto físico no era la gran cosa, ummn: chica de estatura media, un poco delgada, en realidad antes mi cuerpo estaba en mejor forma, pero ahora he sobrepasado un poco mi alimentación, sin embargo tengo el don de comer y no engordar, de igual forma he visto que al sentarme los rollitos me saludan alegremente; ruedo mis ojos y continuo viendo mi reflejo enfocándome ahora en mi rostro: ojos como el chocolate, labios gruesos, nariz perfilada, cabello rizo el cual cae suavemente hasta llegar un poco más debajo de mi hombros... No soy perfecta. Lo único que amo y destaco es el color rojizo de mi cabello. Aquel hermoso color natural no lo tiene cualquiera, agradezco a mi padre por sus fuertes genes, su cabello es igual de rojizo sólo que mi tono es un poco más intenso como las llamas del fuego junto con el color carmesí de la sangre. A pesar de todo siempre me ha gustado el color del cabello de mi madre, puesto que es entre castaño y rubio. Ella no necesita tintes para mejorar su color de cabello, suficiente con su color natural que la hace diferente al resto.
Encojo mis hombros aceptando lo que soy... ¿Qué soy? Asshh, no sé que soy, nunca supe, nunca lo sé y nunca lo sabré. Niego con mi cabeza a mis malos pensamientos, mejor me encamino a revisar el resto del departamento para verificar que hay que cambiar para sentirme cómoda.
—¡Vaya! —alego con mis manos reposando sobre mi cintura, observando todo lo que se puede modificar o mejor dicho cómo podre modificar todo el departamento-. Hay que hacerte un cambio de look querido departamento, pero ¡Yaaa! -posee un estilo francés moderno, me gusta, no obstante, necesita más vida. Espero me permitan decorar el departamento a mis preferencias en decoraciones cool.
—¿Samara?
Salgo de la habitación al escuchar mi nombre a través de una voz masculina. Hubiera entrado en pánico si no conociera la bonita voz que me llama, pero sé a qué viene, me lo supongo por los leves y apresurados golpes que provienen de la puerta principal.
—¡Un momento! —contesto para ir directo a la puerta.
Antes de ir aquella, hago un chequeo rápido de mi aspecto, me arreglo el pequeño rizo rebelde que cae en mi frente, hecho un último vistazo en que todo esté en orden. Una chica siempre quiere estar bonita y presentable para su chico ¿no?, o eso creo.
Abro la puerta, sonrío levemente al encontrarme con la jovial mirada de mi chico, lo cual me confirma mi hipótesis.
—¿Lista? —me pregunta sin ni siquiera saludarme amorosamente, como yo deseo que lo haga, obviamente no se lo voy a pedir si a él no le nace.
Él es más alto que yo, cabello igual al mío con la única diferencia que no es de un color rojizo, sino que es un castaño oscuro que lo hace parecer que fuese negro. No puedo negar que tiene un buen cuerpo, por último, cumple con el aspecto del típico chico malo que con solo detenerse frente a una chica es lo más seguro que de inmediato la va a traer loca, excepto a unas pero son pocas, muuuy pocas. Cabe admitir que lo malo atrae más que lo bueno (en mayorías de casos).
Él ya conocía todos los lugares que se sitúan en este hermoso país el cual es Estados Unidos, en cambio yo, yo apenas sé que estoy parada en un apartamento de un edificio que se localiza en la cuidad de Los Ángeles, lo peor es que ya no recuerdo cómo se llama y eso que recién acabo de llegar, supongo que más adelante cuando la vejez me alcance sufriré de Alzheimer.
—¿Lista? ¿Para qué? —aquí va de nuevo mi costumbre de olvidar las cosas, o sea recordé que debía salir, pero no recuerdo para qué ni para dónde.
Escucho un resoplo exagerado por parte de él.
—Íbamos a una fiesta, ¿lo olvidaste, Samara? —resignado por mi olvido, decide darme la espalda.
Olvide decir que aparte de tener sus 'fortalezas' como chico malo y guapo, también cuenta con su oposición: el ser más dramático que pueda existir, es como un niño haciendo rabietas porque no le compran lo que quiere.
—Tengo muchas cosas en mi cabeza, no estoy para pensar en diversiones, Frederick —creo decir la excusa más convincente.
—¿Vamos o no? —preguntó impaciente, moviendo la punta del zapato contra la cerámica. Da la vuelta acortando el espacio ente nosotros, puedo decir que no se ve nada feliz.
Alzo mi rostro, cruzo mis brazos sobre mi pecho y por una vez en mi vida decidí cambiar mi rumbo preferido para preferir el cual más odiaba: quedarme en casa, pero necesito de urgencia un descanso.
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Editado: 03.10.2022