Kai

2.Un desconocido ¿un leopardo?

Un desconocido... ¿un leopardo?

—¿Quién carajos eres tú? —solté sobresaltada.

Este chico no me da pena, me da terror. Siento un alivio que no sea un fantasma, aunque sin mentir se asemeja bastante a uno.

Su aspecto es tan horrible. Tiene su cabello todo desordenado, ojeras evidentes de malas noches, rostro cansado, sus ojos bailarines se mueven con desespero hacia todos los lados en busca de lo que desee encontrar. Consigo ver en él la angustia, el dolor, la esperanza y la mejor parte que me gusta reconocer es la fuerza de mantenerte en pie cuando sientes que tu mundo se cae en mil pedazos.

—Amelia —suelta como un loco, alzando sus manos con la intención de tocarme.

Retrocedo un poco miedosa.

—Hey, creo que te has equivocado amigo —puedo confirmar que se ha pasado de tragos o consumió mucha droga, espero sea la primera opción.

—¿Qué? —pregunta con puro desconcierto, elevando sus cejas haciendo que unas diminutas líneas marquen su frente.

«Ten paciencia querida, tu misma quisiste abrir la puerta», me regaño. Ok, no necesito regañarme, no iba a dejar que este imbécil me interrumpiera las pocas horas que me quedan de sueño.

Me acerco un poco con sumo cuidado sin pensar porqué carajos lo estoy haciendo, maldita sea, me puede matar. Ahora entiendo todo, el tipo desborda licor por todos lados, de seguro habrá ingerido como si no existiera un mañana. Mi miedo se calma al saber que no es un acosador, ladrón o maniático, solo... solo es un chico estúpido que le va mal en el amor.

—Mi nombre es Samara, imbécil. En mi maldita vida te he visto —trato de parecer mala casi gritándole. Soy grosera cuando me joden la vida en el momento que solo quiero paz.

De repente, mejor dicho en segundos sus ojos me recorren de pies a cabeza, «estas buena, dice» pensé. Me calle para mí misma, no necesito recordar el odio hacia mi cuerpo. Su rostro no manifiesta ninguna reacción evidente. Parece una estatua, solo sus ojos realizan un movimiento muy poco disimulado al visualizarme de abajo hacia arriba, agradezco llevar un jean normal y una blusa holgada mangas largas, sencilla.

—Oye —lo señalo de manera amenazante—, he sido buena contigo, así que deja de estar mirándome de pies a cabeza como si fuera un bicho raro. Bueno, si lo soy, pero no para ti o bueno quizás sí. ¿Sabes qué?, olvídalo—. Mi ánimo se fue al carajo junto con mi paciencia.

Sigue sin realizar ningún movimiento estoy pensado seriamente que, si puede ser un fantasma, pero de nuevo alejo esos terribles pensamientos aquellos no me ayudan en absoluto. Estoy esperando que diga algo, al parecer es taciturno, aquel silencio que mantiene me quita la paciencia que poco conservo de la parte que se esfumo en todo este tiempo desde que abrí la puerta para "atenderlo".

—¿Me permites entrar? — dice pidiendo permiso, a la vez que mueve levemente su mano izquierda que queda en el aire y señala con su dedo índice en dirección al departamento.

Este tipo está loco, Dios mío ¿Por qué a mí?

Ahora sí, ya me estoy preocupando.

—¡¿Qué?! No te conozco—hable, elevando mi tono de voz la cual ni lo inmuta.

—Lo siento, ¿ok? No sé dónde estoy —responde, observando como un loco desesperado para todos los lados de su alrededor.

Bajé la cabeza disimuladamente, para resistir las inmensas ganas de reírme de las causas que tiene el trago en las personas—. Este tipo está loco —lo vuelvo a decir en un susurro.

—¿Perdón? —dice, aclarándose la garganta.

¡Mierda, me escuchó!

Elevo mi cabeza sintiendo la vergüenza que viaja por todo mi cuerpo, trato de controlarla para no darla a notar. Falle, sentía mi cara caliente, un buen aviso para saber que mis mejillas están como una salsa de tomate. Debo aprender a no burlarme en momentos serios.

Cruza sus brazos sobre su pecho. Su postura ya no era la del tipo de unos minutos antes, estaba firme demostrando una seriedad genuina que solo he podido ver y sentir en este mismo instante— Amelia, mírame— ordena y yo ruedo mis ojos, cansada.

—Oh, no —chille estresada, me quiero arrancar ahora mismo mi cabeza y morirme de una vez —, ¿otra vez amigo? ¿quieres que te muestre mis documentos de identidad? Créeme que no encontrarás ninguna Amelia allí —dije señalando mi departamento, dejando mi vergüenza en un pasado. Para que sentir vergüenza si el tipo que tengo en frente de mí no me recordará nunca —. Oye si no sabes, te informo que son las tres de la madrugada y si tú no tienes vida me da pena, pero esta señorita de aquí llamada SA-MA-RA, si la tiene—concluí.

Me adentré a mi departamento lista para cerrar la puerta frente a la cara del desconocido que me sacó de casillas, me van a salir canas muy pronto.

—Espera —me detuvo en el momento que retuvo la puerta con la punta de su zapato.

—¡Y si te lastimabas el maldito pie! —exclame, asustada— Imagínate si te lastimabas el pie, yo no tengo para llevarte a un hospital o una clínica, nunca hagas estas cosas. No crees que tus zapatos son del material más resistente y fuerte ¿no?

—Deja de exagerar —me calló— ¿Puedo quedarme aquí?

—¡¿Quéeeee?! —exclame más fuerte.

En pocos segundos tuve su mano en mi boca, mis ojos de seguro se iban a salir y caer al piso, me iba a quedar ciega por culpa de un irrespetuoso tipejo joven—. Haz silencio, te recuerdo que son las 3 am o bueno ya serían las 4 am. La gente necesita tranquilidad para dormir, no tus ruidos chillones capaces de romper todo a su paso con su vibración irritante.

Fruncí mi ceño, extrañada al escuchar tremendas palabras que para mí son fuertes. He gritado miles de veces así, y nadie me ha dicho nada, ¿les daba pena decirme que mis gritos son lo más espantosos? Qué vergüenza, lo tuve que saber por un desconocido loco. Recordé que tenía la mano del desconocido en mi boca, entonces, lo miré desafiante.




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