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𝐶𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑙𝑎 𝑙𝑢𝑛𝑎 𝑐𝑎𝑚𝑏𝑖𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑢𝑔𝑎𝑟, 𝑙𝑜𝑠 𝑚𝑢𝑛𝑑𝑜𝑠 𝑠𝑒 𝑎𝑙𝑖𝑛𝑒𝑎𝑛.
𝐸𝑛 𝑐𝑎𝑑𝑎 𝑢𝑛𝑖𝑣𝑒𝑟𝑠𝑜 𝑒𝑥𝑖𝑠𝑡𝑒𝑛 𝑟𝑒𝑦𝑒𝑠, 𝑒𝑗é𝑟𝑐𝑖𝑡𝑜𝑠, 𝑔𝑢𝑒𝑟𝑟𝑒𝑟𝑜𝑠, 𝑒𝑠𝑐𝑙𝑎𝑣𝑜𝑠, 𝑝𝑜𝑏𝑟𝑒𝑠 𝑦 𝑟𝑖𝑐𝑜𝑠, 𝑠𝑎𝑛𝑜𝑠 𝑦 𝑒𝑛𝑓𝑒𝑟𝑚𝑜𝑠 𝑦, 𝑠𝑜𝑏𝑟𝑒 𝑡𝑜𝑑𝑜, 𝑙𝑎𝑠 𝑖𝑛𝑚𝑖𝑛𝑒𝑛𝑡𝑒𝑠 𝑔𝑢𝑒𝑟𝑟𝑎𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑠𝑡á𝑛 ℎ𝑒𝑐ℎ𝑎𝑠 𝑐𝑜𝑛 𝑒𝑙 𝑝𝑟𝑜𝑝ó𝑠𝑖𝑡𝑜 𝑑𝑒 𝑐𝑜𝑙𝑜𝑛𝑖𝑧𝑎𝑟 𝑙𝑎𝑠 𝑡𝑖𝑒𝑟𝑟𝑎𝑠.
𝐷𝑒𝑛𝑜𝑚𝑖𝑛𝑎𝑚𝑜𝑠 𝑙𝑜𝑠 𝑚𝑢𝑛𝑑𝑜𝑠 𝑒𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎𝑠, 𝑝𝑜𝑟𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑒𝑟𝑡𝑒𝑛𝑒𝑐𝑒𝑚𝑜𝑠 𝑎 𝑑𝑖𝑠𝑡𝑖𝑛𝑡𝑎𝑠 𝑔𝑎𝑙𝑎𝑥𝑖𝑎𝑠, 𝑑𝑖𝑠𝑡𝑖𝑛𝑡𝑎𝑠 𝑟𝑒𝑎𝑙𝑖𝑑𝑎𝑑𝑒𝑠 𝑦 𝑢𝑛𝑖𝑣𝑒𝑟𝑠𝑜𝑠. 𝑀𝑖 𝑛𝑎𝑐𝑖𝑚𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑓𝑢𝑒 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑒𝑙 𝑑𝑒 𝑢𝑛𝑎 𝑒𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎 𝑓𝑢𝑔𝑎𝑧, 𝑎𝑝𝑒𝑛𝑎𝑠 𝑎𝑢𝑑𝑖𝑏𝑙𝑒.
𝑃𝑎𝑟𝑎 𝑢𝑛𝑎 𝑝𝑜𝑏𝑟𝑒 𝑒𝑠𝑐𝑙𝑎𝑣𝑎 𝑒𝑚𝑏𝑎𝑟𝑎𝑧𝑎𝑑𝑎 𝑦 𝑎𝑏𝑢𝑠𝑎𝑑𝑎 𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑜𝑠 𝑠𝑜𝑙𝑑𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑣𝑎𝑙𝑘𝑜𝑠 𝑒𝑙 𝑠𝑖𝑙𝑒𝑛𝑐𝑖𝑜 𝑒𝑟𝑎 𝑚𝑒𝑗𝑜𝑟 𝑞𝑢𝑒 𝑙𝑎 𝑚𝑢𝑒𝑟𝑡𝑒.
𝑁𝑎𝑐í 𝑐𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑙𝑎 𝑙𝑢𝑧 𝑑𝑒 𝑚𝑖 𝑒𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎 𝑠𝑒 𝑜𝑐𝑢𝑙𝑡ó, 𝑒𝑙 𝑢𝑛𝑖𝑣𝑒𝑟𝑠𝑜 𝑡𝑒𝑚𝑏𝑙ó 𝑡𝑟𝑎𝑠 𝑙𝑎 𝑝é𝑟𝑑𝑖𝑑𝑎 𝑑𝑒 𝑢𝑛 𝑟𝑒𝑦 𝑦 𝑠𝑢 ℎ𝑖𝑗𝑜 𝑐𝑟𝑢𝑒𝑙 𝑙𝑙𝑒𝑔ó 𝑎𝑙 𝑡𝑟𝑜𝑛𝑜. 𝑁𝑜 𝑒𝑟𝑎 𝑢𝑛 ℎé𝑟𝑜𝑒, 𝑒𝑟𝑎 𝑢𝑛 𝑎𝑠𝑒𝑠𝑖𝑛𝑜 𝑛𝑎𝑡𝑜. 𝐸𝑟𝑎 𝑢𝑛 𝑐𝑜𝑛𝑞𝑢𝑖𝑠𝑡𝑎𝑑𝑜𝑟 𝑣𝑖𝑜𝑙𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑞𝑢𝑖𝑠𝑜 𝑎𝑟𝑟𝑎𝑠𝑎𝑟 𝑐𝑜𝑛 𝑠𝑢 𝑠𝑒𝑑 𝑑𝑒 𝑝𝑜𝑑𝑒𝑟 𝑝𝑜𝑟 𝑡𝑜𝑑𝑜 𝑙𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑒 𝑝𝑢𝑑𝑖𝑒𝑠𝑒 𝑐𝑜𝑛𝑜𝑐𝑒𝑟.
𝐹𝑢𝑖 𝑎𝑟𝑟𝑎𝑛𝑐𝑎𝑑𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑏𝑟𝑎𝑧𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑚𝑖 𝑚𝑎𝑑𝑟𝑒 𝑠𝑖𝑛 𝑝𝑒𝑡𝑖𝑐𝑖ó𝑛 𝑎𝑙𝑔𝑢𝑛𝑎, 𝑐𝑜𝑛 𝑡𝑎𝑛 𝑠𝑜𝑙𝑜 𝑢𝑛 𝑑í𝑎 𝑑𝑒 𝑛𝑎𝑐𝑖𝑚𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜.
𝐸𝑙 𝑢𝑛𝑖𝑣𝑒𝑟𝑠𝑜 𝑐𝑜𝑛𝑡𝑒𝑚𝑝𝑙ó 𝑙𝑎 𝑚𝑎𝑙𝑑𝑎𝑑 𝑑𝑒 𝑛𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑜 𝑟𝑒𝑦 𝑇ℎ𝑒𝑜𝑛, 𝑢𝑛 𝑣𝑎𝑙𝑘𝑖𝑟𝑖𝑎𝑛𝑜 𝑑𝑒 𝑠𝑎𝑛𝑔𝑟𝑒 𝑝𝑢𝑟𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑒 𝑒𝑛𝑐𝑎𝑟𝑔𝑜 𝑑𝑒 𝑎𝑔𝑜𝑡𝑎𝑟 𝑛𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑎𝑠 𝑟𝑒𝑠𝑒𝑟𝑣𝑎𝑠 𝑒𝑛 𝑔𝑢𝑒𝑟𝑟𝑎𝑠 𝑐𝑜𝑛 𝑠𝑢𝑠 𝑝𝑢𝑒𝑏𝑙𝑜𝑠, 𝑠𝑖 𝑎𝑙𝑔𝑢𝑖𝑒𝑛 𝑙𝑜 𝑑𝑒𝑠𝑜𝑏𝑒𝑑𝑒𝑐í𝑎 𝑒𝑟𝑎 𝑐𝑟𝑢𝑐𝑖𝑓𝑖𝑐𝑎𝑑𝑜, 𝑛𝑜 𝑒𝑥𝑖𝑠𝑡í𝑎𝑛 𝑟𝑒𝑏𝑒𝑙𝑑𝑒𝑠 𝑒𝑛 𝑒𝑠𝑒 𝑟é𝑔𝑖𝑚𝑒𝑛 𝑚𝑖𝑙𝑖𝑡𝑎𝑟.
𝐸𝑛 𝑚𝑖 𝑖𝑛𝑓𝑎𝑛𝑐𝑖𝑎 𝑓𝑢𝑖 𝑢𝑛𝑎 𝑒𝑠𝑐𝑙𝑎𝑣𝑎 𝑝𝑜𝑟 𝑠𝑒𝑟 ℎ𝑖𝑗𝑎 𝑏𝑎𝑠𝑡𝑎𝑟𝑑𝑎, 𝑡𝑎𝑙 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑚𝑖 𝑚𝑎𝑑𝑟𝑒, 𝑦𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑙𝑙𝑎 𝑓𝑢𝑒 𝑟𝑎𝑝𝑡𝑎𝑑𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑒𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎 𝑑𝑜𝑛𝑑𝑒 ℎ𝑎𝑏𝑖𝑡𝑎𝑏𝑎: 𝑅𝑦𝑏𝑦. 𝐿𝑜𝑠 𝑣𝑎𝑙𝑘𝑜𝑠 𝑒𝑟𝑎𝑛 𝑐𝑜𝑛𝑜𝑐𝑖𝑑𝑜𝑠 𝑝𝑜𝑟 𝑠𝑒𝑟 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑏𝑒𝑠𝑡𝑖𝑎𝑠, 𝑛𝑜 𝑠𝑜𝑙𝑜 𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑎 𝑚𝑎𝑛𝑒𝑟𝑎 𝑑𝑒 𝑚𝑎𝑡𝑎𝑟, 𝑠𝑖𝑛𝑜 𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑎𝑠 𝑐𝑒𝑟𝑒𝑚𝑜𝑛𝑖𝑎𝑠 𝑦 𝑟𝑖𝑡𝑜𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑡𝑒𝑛í𝑎𝑛.
I𝑚𝑝𝑙𝑖𝑐𝑎𝑏𝑎 𝑠𝑎𝑛𝑔𝑟𝑒, 𝑡𝑟𝑎𝑑𝑖𝑐𝑖𝑜𝑛𝑒𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑜𝑟 𝑠𝑖𝑔𝑙𝑜𝑠 𝑒𝑠𝑡𝑢𝑣𝑖𝑒𝑟𝑜𝑛 𝑝𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡𝑒𝑠. 𝑉𝑖 𝑙𝑎 𝑚𝑎𝑙𝑑𝑎𝑑 𝑦 𝑙𝑎 𝑠𝑒𝑛𝑡í, 𝑒𝑛 𝑐𝑎𝑑𝑎 𝑙𝑎𝑡𝑖𝑔𝑎𝑧𝑜 𝑦 𝑔𝑜𝑙𝑝𝑒 𝑞𝑢𝑒 𝑟𝑒𝑐𝑖𝑏í.
𝑇𝑜𝑑𝑜 𝑐𝑎𝑚𝑏𝑖ó 𝑒𝑛 𝑢𝑛 𝑎𝑏𝑟𝑖𝑟 𝑦 𝑐𝑒𝑟𝑟𝑎𝑟 𝑑𝑒 𝑜𝑗𝑜𝑠, 𝑐𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑦𝑎 𝑛𝑜 ℎ𝑎𝑏í𝑎 𝑎𝑔𝑢𝑎 𝑦 𝑛𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑜 𝑚𝑢𝑛𝑑𝑜 𝑛𝑜 𝑠𝑒 𝑝𝑜𝑑í𝑎 ℎ𝑎𝑏𝑖𝑡𝑎𝑟. 𝑄𝑢𝑒𝑑𝑎𝑚𝑜𝑠 𝑒𝑛 𝑙𝑎 𝑛𝑎𝑑𝑎. 𝐴𝑠í 𝑞𝑢𝑒 𝑇ℎ𝑒𝑜𝑛 𝑡𝑜𝑚ó 𝑟𝑒𝑝𝑟𝑒𝑠𝑎𝑙𝑖𝑎𝑠, 𝑑𝑒𝑏í𝑎𝑚𝑜𝑠 𝑖𝑟𝑛𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑛𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑎 𝑒𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎 𝑦 ℎ𝑎𝑏𝑖𝑡𝑎𝑟 𝑒𝑛 𝑜𝑡𝑟𝑎, 𝑢𝑛𝑎 𝑣𝑎𝑐í𝑎, 𝑜 𝑒𝑠𝑜 𝑝𝑒𝑛𝑠𝑎𝑏𝑎. 𝑃𝑒𝑟𝑜 𝑛𝑜 𝑒𝑟𝑎 𝑎𝑠í.
𝐶𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑙𝑎𝑠 𝑙𝑢𝑛𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑐𝑎𝑑𝑎 𝑒𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎 𝑠𝑒 𝑎𝑙𝑖𝑛𝑒𝑎𝑟𝑜𝑛, 𝑇ℎ𝑒𝑜𝑛 𝑜𝑟𝑑𝑒𝑛ó 𝑎𝑙 𝑚𝑎𝑔𝑜 𝑑𝑒𝑙 𝑝𝑢𝑒𝑏𝑙𝑜 𝑐𝑜𝑛𝑠𝑡𝑟𝑢𝑖𝑟 𝑢𝑛 𝑝𝑢𝑒𝑛𝑡𝑒 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜 𝑠𝑒 𝑝𝑢𝑑𝑖𝑒𝑟𝑎 𝑑𝑒𝑡𝑒𝑐𝑡𝑎𝑟 𝑑𝑒𝑠𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑒𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎 ℎ𝑎𝑠𝑡𝑎 𝑅𝑦𝑏𝑦, 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑡𝑜𝑑𝑜𝑠 𝑝𝑎𝑠𝑎𝑟𝑎𝑛, 𝑑𝑒𝑠𝑑𝑒 𝑔𝑢𝑒𝑟𝑟𝑒𝑟𝑜𝑠 ℎ𝑎𝑠𝑡𝑎 𝑐𝑎𝑚𝑝𝑒𝑠𝑖𝑛𝑜𝑠. 𝐷𝑒 𝑒𝑠𝑒 𝑚𝑜𝑑𝑜, 𝑒𝑚𝑝𝑒𝑧ó 𝑙𝑎 𝑔𝑢𝑒𝑟𝑟𝑎 𝑒𝑛 𝑅𝑦𝑏𝑦, 𝑒𝑛𝑡𝑟𝑒 𝑠𝑢 𝑟𝑒𝑦 𝐿𝑜𝑟𝑡𝑒𝑛𝑡ℎ𝑜𝑡 𝑦 𝑇ℎ𝑒𝑜𝑛.
𝐿𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑑𝑒𝑠𝑐𝑜𝑛𝑜𝑐í𝑎 𝑒𝑙 𝑟𝑒𝑦 𝑑𝑒 𝑚𝑖 𝑒𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎, 𝑒𝑟𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝐿𝑜𝑟𝑡𝑒𝑛𝑡ℎ𝑜𝑡 𝑒𝑟𝑎 𝑚á𝑠 𝑎𝑠𝑡𝑢𝑡𝑜 𝑦 𝑝𝑒𝑙𝑒𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑐𝑜𝑛 𝑙𝑜𝑠 ℎ𝑜𝑚𝑏𝑟𝑒𝑠 𝑑𝑒 𝑇ℎ𝑒𝑜𝑛, 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑟𝑎𝑛 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑏𝑒𝑠𝑡𝑖𝑎𝑠 𝑠𝑎𝑙𝑣𝑎𝑗𝑒𝑠, 𝑙𝑜𝑔𝑟ó 𝑔𝑎𝑛𝑎𝑟. 𝑌 𝑝𝑟𝑜𝑛𝑡𝑜, 𝑑𝑒𝑠𝑎𝑝𝑎𝑟𝑒𝑐𝑖𝑒𝑟𝑜𝑛, 𝑙𝑎 𝑚𝑎𝑦𝑜𝑟í𝑎 𝑑𝑒 𝑚𝑖 𝑚𝑒𝑑𝑖𝑎 𝑒𝑠𝑝𝑒𝑐𝑖𝑒 𝑞𝑢𝑒𝑑ó 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑙𝑖𝑚𝑏𝑜, 𝑜𝑙𝑣𝑖𝑑𝑎𝑑𝑜𝑠.
𝑁𝑜 𝑡𝑜𝑑𝑜𝑠. 𝑇ℎ𝑒𝑜𝑛 𝑦 𝑎𝑙𝑔𝑢𝑛𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑠𝑢𝑠 𝑠𝑒𝑐𝑢𝑎𝑐𝑒𝑠 ℎ𝑖𝑐𝑖𝑒𝑟𝑜𝑛 𝑙𝑜 𝑚á𝑠 𝑖𝑛𝑡𝑒𝑙𝑖𝑔𝑒𝑛𝑡𝑒 𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑒 𝑝𝑢𝑑𝑜 ℎ𝑎𝑐𝑒𝑟 𝑦 𝑓𝑢𝑒 𝑣𝑜𝑙𝑣𝑒𝑟 𝑑𝑒 𝑟𝑒𝑔𝑟𝑒𝑠𝑜 𝑎 𝑉𝑎𝑙𝑘𝑎, 𝑎 𝑙𝑎 𝑛𝑎𝑑𝑎.
𝑌𝑜 𝑛𝑜 𝑒𝑠𝑡𝑢𝑣𝑒 𝑎ℎí, 𝑝𝑒𝑟𝑜 𝑝𝑜𝑑í𝑎 𝑎𝑝𝑟𝑜𝑣𝑒𝑐ℎ𝑎𝑟 𝑙𝑜𝑠 𝑔𝑒𝑛𝑒𝑠 𝑑𝑒 𝑚𝑖 𝑚𝑎𝑑𝑟𝑒, 𝑙𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑢𝑛𝑎 𝑝𝑖𝑠𝑐𝑖𝑎𝑛𝑎 𝑐𝑜𝑛 𝑙𝑎 𝑝𝑖𝑒𝑙 𝑦 𝑜𝑟𝑒𝑗𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑢𝑛𝑎 𝑣𝑎𝑙𝑘𝑖𝑟𝑖𝑎𝑛𝑎, 𝑎𝑠í 𝑞𝑢𝑒, 𝑎𝑝𝑟𝑒𝑛𝑑í 𝑎 𝑐𝑎𝑧𝑎𝑟 𝑦 𝑎 𝑠𝑢𝑏𝑠𝑖𝑠𝑡𝑖𝑟 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑑𝑖𝑒𝑟𝑎 𝑙𝑢𝑔𝑎𝑟.
𝑀𝑒 𝑒𝑠𝑐𝑜𝑛𝑑í 𝑒𝑛 𝑙𝑎𝑠 𝑚𝑜𝑛𝑡𝑎ñ𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑅𝑦𝑏𝑦, 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑜𝑒𝑠𝑡𝑒, 𝑑𝑜𝑛𝑑𝑒 𝑝𝑜𝑑í𝑎 𝑐𝑜𝑛𝑡𝑒𝑚𝑝𝑙𝑎𝑟 𝑙𝑎𝑠 𝑒𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎𝑠, 𝑑𝑜𝑛𝑑𝑒 ℎ𝑎𝑏í𝑎 𝑣𝑖𝑑𝑎𝑠 𝑦 𝑑𝑖𝑓𝑒𝑟𝑒𝑛𝑡𝑒𝑠 𝑒𝑠𝑝𝑒𝑐𝑖𝑒𝑠. 𝑌 𝑠𝑒𝑛𝑡𝑎𝑑𝑎 𝑐𝑒𝑟𝑐𝑎 𝑎 𝑢𝑛 𝑟𝑖𝑎𝑐ℎ𝑢𝑒𝑙𝑜, 𝑠𝑜𝑙𝑜 𝑝𝑒𝑛𝑠𝑎𝑏𝑎 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑠𝑖𝑔𝑢𝑖𝑒𝑛𝑡𝑒 𝑝𝑎𝑠𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑑𝑎𝑟í𝑎 𝑇ℎ𝑒𝑜𝑛, 𝑝𝑢𝑒𝑠 𝑛𝑜 𝑒𝑟𝑎 𝑢𝑛 𝑔𝑢𝑒𝑟𝑟𝑒𝑟𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑒 ℎ𝑎𝑐í𝑎 𝑙𝑎 𝑖𝑑𝑒𝑎 𝑑𝑒 𝑝𝑒𝑟𝑑𝑒𝑟.
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Durante el solsticio en Valka se acostumbraba a hacer un rito, los machos salían a cazar a sus hembras, por el aroma que ellas dejaban, los mitos contaban que este acontecimiento normalmente procreaba más soldados pues los machos eran completamente sensibles a la lujuria de la carne.
Recordé aquello cuando miré mi reflejo en el cristal, la palabra no era linda, era provocativa.
Tomé aire con profundidad llenando mis pulmones de oxígeno, preparándome para la celebración. Lo bueno, era que yo no estaba en Valka, estaba en Štír, intentando concentrarme en la serie de instrumentos musicales que hacían eco al fondo.
La ninfa enredó su uña gruesa en los mechos del frente de mi cabello sacándolos de la trenza que me rodeaba la coronilla.
—Ya quedó— me avisó, satisfecha.
—Gracias.
Me levanté de la silla marrón sosteniendo todavía el regalo y ella me indicó la salida.
No podía hablar con mi acompañante, pues estábamos infiltrados, daba un poco de gracia, yo, la bastarda valkiriana armando un plan contra los valkos. Pero no me arrepentía.
Una vez salí, me moví hacía el salón del trono, dónde todos cantaban y bailaban música alegre, mientras el rey mantenía sus manos sobre los brazos de la silla de oro. Su hijo estaba a su derecha y me encargué de avanzar lo suficiente hasta que el rey y el príncipe centraron su atención en mi.
—Vengo de la casa imperial—mentí con una sonrisa en el rostro—mis amos les mandan nuestras más sagradas bendiciones.
Agaché la cabeza flexionando el cuerpo y estiré el cofre.
Noté las miradas fijas y lo pude comprender cuando una mano rasposa tomó mi barbilla con delicadeza para alzarme el rostro.
—Que preciosa criatura—el príncipe susurró observando mis ojos mientras yo veía los de él que eran marrones— me pregunto ¿por qué la casa imperial siempre esconde lo mejor que tiene?
Solté una risita evitando rodar los ojos ante aquel comentario, en mi papel, yo debía mostrarme sumisa.
—Americe— su padre llamó a la otra ninfa dorada que llevaba un vestido transparentoso en el cuerpo.
Ella tomó el cofre y el príncipe aprovechó para tomarme la mano mientras me enderecé.
—Seria un desperdicio dejarte a la mitad de la nada con ese vestido, lady—besó mis nudillos— ¿Me concede esta pieza de baile?
—Por supuesto—le sonreí con dulzura, como si fuese la valkiriana más tímida que él conocía.
Me llevó hacía el centro del salón dónde varias parejas seguían danzando, seres de toda clase, algo que estaba totalmente prohibido. Y algo que solo castigarían los celestiales.
Mientras los otros bailaban como damas y caballeros, el príncipe deslizó las manos desde mi espalda hasta mis glúteos. Por un momento me tensé, pues mi instinto era asesinar, nada más. Sin embargo, me obligué a poner mis manos sobre sus hombros, ignorando el hecho.