Después de griego volvimos a tener al señor Castor en francés. Estábamos estudiando vocabulario importante y expresiones básicas. Mi hermana Christina se veía encantada, ya que era su asignatura favorita. La mía es educación física, así que no estaba muy contenta.
Luego teníamos lengua y, para nuestra sorpresa, ¡con el señor Castor por tercera vez! El profesor de lengua estaba enfermo y tenían que suplirle.
Sivir se encontraba en el séptimo cielo, ¡tres clases con su profesor favorito! Era la primera vez que nos daba lengua, así que empezó a hacerse notar. Se acercó a su mesa, le dijo por qué parte del libro íbamos e incluso le explicó algunos de los problemas más capciosos como si hablara con un niño pequeño. Al profesor no le importó, la conocía muy bien y sabía cómo tratarla. En realidad, sabía cómo llevar la clase perfectamente —sus enseñanzas eran de lo más divertidas y siempre se aprendía algo—. Aunque lengua no era su fuerte, puso todo su empeño.
Mientras Sivir se lucía con él, los demás empezamos a hablar, a movernos y a pasarnos notas unos a otros. Yo le envié una a Ebi, pidiéndole que me contara la gran noticia, pero se negó. Le envié más y Christina, Feny, Tony y Elena se me unieron, pero eso la estresó. De repente, se levantó molesta y golpeó la mesa con las manos antes de gritar:
—¡Hay una entrada en el antiguo museo abandonado!
Cerró la boca en cuanto se dio cuenta de lo que acababa de hacer. Nos quedamos boquiabiertos.
—¿Cómo? —inquirió el señor Castor.
—L-Lo siento, profesor —dijo Ebi, sentándose de nuevo.
—¿Vais a ir al museo abandonado? —La fulminó con la mirada.
Ella no respondió.
—Esta mañana escuché a unos adolescentes mayores hablando del antiguo museo y se lo dije a Ebi —mentí.
—Ah, entiendo —respondió el profesor—. Eso es otra cosa, muchachos. No hay nada de malo en ser curioso. Siéntate, Sivir.
Sivir, sin decir nada, regresó a su pupitre.
—Hace mucho tiempo… —empezó al tiempo que daba golpecitos en la pizarra para que todos dejaran de murmurar—muchos años antes de vuestro nacimiento, en este pueblo había un gran museo llamado el gran museo de oro. No se le llamó así porque su temática fuese el oro, sino porque gracias a los ingresos que generaron los centenares de visitas se repararon todos los edificios, se mejoró este instituto, se construyó un hospital y se reformó la iglesia.
Hubo una exclamación general.
—Calma, chicos, aún queda historia para sorprenderos. El museo fue una gran máquina de hacer dinero, pero no duró más de un año. Misteriosamente, una noche la luna llena fue tapada por una columna de humo. Las sirenas de los bomberos, policías y ambulancias nos alertaron del incendio, así que salimos a la calle para ver qué estaba pasando. —Todos escuchábamos con los ojos como platos—. En el accidente murió un niño de vuestra edad que husmeaba por la zona antes de la catástrofe, un guarda de seguridad del museo y dos bomberos que se quedaron encerrados en la parte norte del edificio.
»La gente corría y gritaba, el pánico inundó las calles igual de rápido que el humo tapó la luna. Sellaron todo el perímetro y, aunque se usaron los beneficios obtenidos, no fue suficiente para reparar aquel destrozo. Nadie quería volver a saber nada acerca del museo. Tiempo después, la gente que vivía cerca se mudó a otro pueblo. Decían que los espíritus de los cuatro muertos andaban por allí y el lugar pasó a llamarse el museo maldito.
»Hoy en día sigue habiendo gente que evita pasar por allí, prefieren coger otro camino, aunque sea mucho más largo. Esa es la razón por la que no debéis ir. Desde aquel día, no se ha vuelto a supervisar el museo, que sigue precintado. Es peligroso. Lo que les pasó a los bomberos os puede ocurrir a vosotros, se os puede caer una parte del edificio y quedar atrapados. ¡Sería una locura acercarse!
—¿De qué era la temática del museo? —preguntó con curiosidad uno de mis compañeros.
—Vampiros, hombres lobo y otras criaturas sobrenaturales —respondió el profesor.
Exclamaciones de sorpresa y comentarios en voz alta inundaron la clase. Había muchas dudas que deseaban ser resueltas. Todos conocíamos el museo, pero nadie había escuchado la historia completa y detallada.
—¿Por qué no se ha vuelto a entrar en el museo? —curioseó otro alumno.
—Si es tan peligroso, ¿por qué no han derrumbado el edificio? —inquirió una chica que no solía intervenir en clase.
—¿Había algo en el museo que fuera inflamable?
—¿Qué hacía el niño en el museo? —Mari parecía preocupada.
—¿Había datos prohibidos en el museo? —pregunté. Decenas de ojos se posaron sobre mí, carraspeé y añadí—: Quiero decir… Puede que el incendio fuera provocado, a lo mejor alguien no quería que se supiera algún dato que había dentro…Alguien o algo.
Tras un breve silencio sepulcral, mis compañeros estallaron en carcajadas.
—No dirás que piensas que un vampiro le pegó fuego al museo porque no quería que conocieran su existencia ¿no? —rio el matón de la clase.
No respondí, sabía que saldría perdiendo. Lo mejor que podía hacer era quedarme callada y escuchar lo que decían los demás.
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Editado: 20.08.2020