Me temblaban las piernas. ¿Acaso ese monstruo me perseguía? Para colmo, la imagen del chaval manchado de sangre no me tranquilizaba en absoluto.
Ellos no decían nada. Yo tampoco.
Había una lucha de miradas, sobre todo entre el pelo-verde y yo. Ante una situación tan tensa como aquella solo se me ocurrió una solución: hacerme la sueca e irme como si no hubiera visto nada.
Y eso hice.
Me levanté poco a poco y me giré. Un paso, otro paso… Un paso más rápido, otro aún más rápido… Una zancada, seguida de otra muy larga… Creí que todo iba bien, que había conseguido escapar de esa escena, pero una vez más, la mala suerte me acompañó. El pelo-verde, tan rápido como había llegado, se posó delante de mí y me dedicó una mirada maliciosa llena de odio. Le observé con detenimiento y me di cuenta de que su aspecto parecía más humano. Sus orejas se veían normales, en sus ojos no había marcas negras y no llevaba aquel pañuelo que le cubría la mitad de la cara.
Deseché el pensamiento, lo ignoré, giré sobre mi eje y me fui en otra dirección. Una vez más, se interpuso en mi camino. Repetí el proceso, pero resultaba imposible irme de allí. En cuestión de milisegundos, se plantaba frente a mí.
—¿Cuánto tiempo vas a seguir haciendo el ridículo? —Intentaba descifrarme con la mirada.
—¿Cuánto tiempo vas a seguir poniéndote en mi camino? —contraataqué.
—¡Uhh! Ahí tiene razón —rio pelirrojo.
El pelo-verde le lanzó una mirada acusadora al tiempo que maldecía por lo bajo. La sonrisa del pelirrojo se hizo más amplia.
—¿Cuándo aceptarás que no eres una humana normal? —me preguntó el pelo-verde con la vista puesta otra vez en mí.
Me heló la sangre. Nunca había pensado que no era normal; al menos, no hasta ese momento.
—¿Cuándo pararás de hacer preguntas? —eludí responderle.
—Ven con nosotros —propuso el pelirrojo, que acababa de salvar los seis metros que nos distanciaba en un nanosegundo. Se situó al lado del otro, que le espetó:
—¡No te adelantes!
—¿I-Irme con vosotros? ¡¿Por qué haría algo como eso?!
—Porque es necesario.
—¡¿Necesario para qué?! —solté con los nervios a flor de piel—. Soy una humana de pies a cabeza, no necesito que personas aburridas como vosotras intenten meterme miedo con cosas que NO son reales.
Porque no podía ser real… ¿verdad? Aunque me encantara el tema sobrenatural, no podía existir. Solo estaba en mi cabeza y todo aquello era obra de mi desbordada imaginación. Seguro…
—Sigue sin aceptar la realidad —resopló el pelo-verde al tiempo que se masajeaba la frente.
—La realidad es la que yo he dicho —lo desafié.
—¿Ah sí? Entonces, señorita, ¿sería tan amable de explicarme qué son esas marcas negras de su brazo y cara? —inquirió molesto y burlón—. ¿La razón de la angustia? ¿El cambio de apetito? ¿Voces? ¿Susurros? ¿Tu gente cercana actúa raro o intenta agredirte?
Me quedé paralizada. ¿Cómo sabía todo eso? ¿Acaso me espiaba?
—¡Eres un acosador! —exclamé con los ojos como platos.
El chico con cabellos de color sangre empezó a reír a carcajadas hasta que el otro le lanzó una mirada amenazante. Siguió riendo, pero intentó disimularlo.
—No soy un acosador —suspiró el pelo-verde—. Soy un kaori y conozco los síntomas ya que los he vivido en mis propias carnes. Aunque en ti se hayan manifestado un tanto tarde, no quita el hecho de que lo seas. Lo extraño es por qué estás en el mundo de los humanos.
No salía de mi asombro. ¿Me estaba diciendo que todo lo que había vivido y visto hasta ese momento era mentira? ¿Que la realidad no era como yo creía? Mi mundo se estaba cayendo a pedazos. Así que solo me quedaba una cosa: negarlo, negarlo hasta el final.
—No está bien que un niño y su padre vayan por la noche disfrazados y asustando a las personas; menos aún que intenten convencerles para que vayan con ellos a otro mundo porque el de los humanos no existe.
—Esta niña me está poniendo de los nervios —se quejó el pelo-verde, llevándose de nuevo los dedos a la frente—. Mink, por favor te lo pido, haz algo antes de que arrase con media ciudad.
El pelirrojo se quedó mirándole sin saber muy bien qué decir.
—A ver, nosotros somos kaoris, tú también eres kaori, una kaori que se ha manifestado tarde y no está en su mundo, pero eso es lo que eres en realidad —intentó explicar el tal Mink.
—Acabas de decir lo mismo que tu padre, pero con otras palabras. —Me crucé de brazos.
La situación estaba llegando a un punto en el que, más que miedo, me generaba risa.
—¡¿Mi padre?! —Mink parecía estar haciendo un gran esfuerzo para no explotar en carcajadas.
El pelo-verde gruñó antes de decir:
—No puedes seguir evitando la realidad, ven con nosotros.
—¿Por qué?
—¿Acaso no has visto la gravedad de lo que está pasando? Nosotros solo queremos ayudarte.
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Editado: 20.08.2020