No era capaz de abrir los ojos. Mis párpados estaban secos y mis pestañas se encontraban pegadas entre sí privándome de la vista. Noté la claridad de la estancia y el aturdimiento momentáneo me impidió saber en qué lugar estaba.
El dolor en el cuello me advirtió de la incómoda posición en la que había descansado y podría jurar que nunca me había despertado sintiéndome tan perdido. Me levanté de la dura superficie aún sin abrir mis ojos, hasta que la intensa iluminación me obligó a ello. A pesar de la claridad típica del mediodía las luces del taller se encontraban encendidas. Tanteé el interruptor en la pared y conseguí apagarlas sólo para escuchar el agua fluyendo en algún lugar de la casa. No tuve ni que abrir la puerta para ser consciente del agua que inundaba el resto de las estancias.
El grifo de la cocina estaba abierto y el líquido caía abundantemente. Debía de llevar así casi toda la noche ya que, a pesar de las buenas dimensiones de la planta baja, el agua me llegaba a la altura de los tobillos.
El frío lamiendo mis pies es lo que me hizo recordar. No fue un mal, aquella profunda maldad en esos ojos rasgados difícilmente se podría olvidar. Estuvo aquí. Tomé una profunda respiración antes de cerrar el grifo, abrir la puerta de casa y dejar que todo el agua bañase el césped.
— ¡Papá! —le llamé.
Le busqué por toda la casa, sin embargo él no estaba. Caminé de nuevo hacia el exterior y decidí rodear el edificio. No encontraba absolutamente nada hasta que mis pies pisaron algo viscoso. Alumbré el líquido con la luz del móvil y descubrí un color escarlata que se extendía por el asfalto hasta ocupar un gran espacio. Mi corazón bombeaba rápidamente mientras me agachaba y recogía una pequeña esquirla de color negro. Era dura pero flexible y era lo más parecido a las escamas de caimán de las que el oficial Dumas presume en su oficina.
No sabría explicar el sentimiento que me envolvió en esos momentos. Desesperación e incertidumbre pero, sobre todo, rabia. Y fue en esa última palabra en la que me centré. No estaba seguro de cuánta cordura me quedaba cuando cogí el arma y salí por la puerta principal.
Los mitos, leyendas e historias de terror siempre me habían atraído pero jamás había pensado que algún día yo sería parte de una de aquellas historias. Dejó de importarme el trabajo para entrar en periodismo. Porque estaba dispuesto a acabar con el mito y recuperar a mi padre.
***
El Atchalafaya desprendía esa vez un aura distinta. El ambiente se había oscurecido a pesar del cielo libre de nubes y el agua no dejaba ni siquiera entrever las raíces de los manglares. Mis manos aferraban con fuerza el volante de la camioneta mientras ésta avanzaba a toda velocidad resbalando en el asfalto. Mi atención estaba en la carretera que cada vez se estrechaba más a causa de la flora del lugar y mi pulso se aceleraba acorde al traqueteo de la escopeta chocando contra la parte trasera del vehículo.
Los neumáticos pasaron a ser torturados por el terreno angosto del pantano e hicieron que la camioneta se bambolease cuando se detuvo abruptamente a poca distancia del agua pantanosa.
Las botas de senderismo que me regaló mi padre se apoyaron sobre el terreno por primera vez. La escopeta pasó a mis manos antes de internarme de nuevo en el hogar de mis pesadillas.
Multitud de insectos pululaban por el aire, hallándose la mayor parte sobrevolando las oscuras aguas. La luz se coló entre las ramas de los árboles y el viento viajó veloz creando ondas en la superficie líquida. Mis pies se hundieron cada vez más en el lodo a medida que me internaba en el Atchalafaya. En un principio todo pareció formar parte de un tétrico laberinto sin embargo mis pasos eran seguros y firmes, guiándome así al corazón del peligro. Apenas escuchaba algo más que el sonido habitual de la naturaleza, por lo que mi cuerpo se tensó por completo cuando una rama pareció romperse de forma abrupta en los alrededores.
Ante el crujiente sonido alcé la escopeta. Jamás había sido utilizada por lo que no estaba seguro de cómo hacerlo. Bajé el arma justo cuando la cara de France Collins apareció ante mí. Su vestimenta no era la usual en ella. No vestía con tonos oscuros ni de extravagantes estampados sino que llevaba puesto un chándal que le quedaba mucho más grande de lo que debería.
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Editado: 08.09.2019