¿Primera cita?
Vale, no me apetecía quedar con Henry, pero sí una pizza. No puede ser tan malo soportarlo unas horas, iría a su casa, comería de esa pizza y si se atrevía a insinuarme algo extraño, le rociaría con un spray de pimienta.
Pasar el resto de la tarde metida entre los libros de Historia de la clase del señor Rodolfo, no me apetecía, pero sabía que aprovecharía cualquiera error para descalificarme y no podía permitirlo.
En el fondo había hecho algunas teorías sobre porque no le agradaba:
1. No le agradaba ningún estudiante admitido mediante una beca de estudio.
2. Era alérgico a los extranjeros, aunque fueran legales.
3. Tenía que ver por lo que había pasado con Henry en el pasillo el día del examen.
De todas esas, la última era la que más ruido hacia en mi cabeza. Desde cuándo podía llegar un alumno con tanta autoridad a dar órdenes o amenazar indirectamente, pero sobre todo que un profesor obedeciera.
No le debió agradar que presenciara esa escena y ahora la estaba tomando conmigo. Put* Henry. Como si lo hubiera invocado mentalmente, apareció. Entro a la habitación que compartía con Sofía, como si fuera suya, pero ¿de dónde había sacado esa llave?
— Din don —pronunció como si de un timbre se tratará— ¿Estás lista? No, no lo estás.
— Sí, si lo estoy —señale mi pijama de pantalón largo y pullover junto a mis converse.
— ¿Piensas asistir a nuestra primera cita así? —¿Primera cita? ¿Se había fumado un porro o se golpeó la cabeza al subir?
— ¡No es una cita! —aclaré, como diría mi abuela, cuentas claras, asuntos claros—. Solo es una visita a tu casa, como amigos, con una pizza incluida.
— Una pizza, velas aromáticas, pétalos de rosa sobre mi cama y una botella de vino —lo miré como si le hubiera salido una segunda cabeza.
— No tengo ningún inconveniente en quedarme aquí y dejarte plantado —aclaré.
— No aguantas una broma.
— Cuando vienen de ti me cuesta diferenciarlas —confesé cruzándome de brazos—. Un tiempo compartiendo contigo y sabré diferenciar cuando estás de coña y cuando no.
— Mejor un café sin azúcar contigo y te conoceré mejor —pronunció lentamente acercándose—. Lo de un tiempo compartiendo me suena más serio, como si quisieras conocerme para tener una relación o ¿es eso lo que quieres, niña bonita? Porque si somos sinceros, yo sí lo deseo.
— Justo ahora estás de coña —punto para mí.
— No, justo ahora no estoy de coña —me dejo sin palabras, pero ¿cuándo me había quedado sin que responder yo?
Le sostuve la mirada un rato esperando que comenzará a reír y decir que si estaba de coña, pero no sucedió, tome mi bolsa con mis lleves y mi móvil dentro y salimos al pasillo.
— ¿Me prestas las llaves para cerrar? —pedí como escusa para arrebatárselas.
— No, tú tienes las tuyas —fue su respuesta.
— No puedes tener llaves de mi habitación, Henry.
— ¿Por qué no? Acaso las parejas no lo comparten todo.
— No somos parejas y no es correcto que tengas unas —aclaré sin pensar mucho en cuál sería su respuesta— ¿Qué pasará el día que entres y esté desnuda?
— Que me alegraras la vista —me quedé boquiabierta—. Sueles ir muy seguido desnuda por ahí o tienes horarios específicos, me gustaría tenerlos.
— A las 2:30 casi siempre salgo del baño y me quedo una hora procrastinando hasta que decido vestirme —se quedó callado, no se lo esperaba.
Ahora sí, punto para mí. Catrhyn 1 Henry 1
Saque mis llaves y cerré. Caminamos hasta la salida en un silencio nada incómodo, eso me asusto un poco. Su coche perfectamente negro relucía estacionado en la calle.
No vivía muy lejos, solo a unos minutos aproximadamente de la universidad, en un edificio de seis plantas. Me guío por el estacionamiento hasta la puerta que daba entrada al bloque. Pase de largo el ascensor mientras él se detenía delante del mismo.
— Catrhyn —llamó—. ¿A dónde vas? Es por aquí.
—¿Las escaleras? —pregunté
— Vivo en el quinto piso —aclaró como si me hubiera vuelto loca.
— No importa así hago culo —el ascensor abrió sus puertas mientras él se acercaba a mí.
— Ni digas locuras, no te hace falta, tienes un culo precioso —dijo sin más llevándome hacia el aparato que nos esperaba—. No voy a negar que me gustaría verte subir unas escaleras mientras apareció tu escultural trasero, pero no será hoy.
Me hizo entrar en esta horrible máquina y me tembló hasta el alma. No me gustaban, me daban miedo ¿Y si se quedaba parado? ¿O se caía? ¿Si se iba la luz? ¿Quién nos sacaría?
Me estaba temblando todo el cuerpo y recé porque no se diera cuenta. Las puertas se abrieron y salí como alma que lleva el diablo, al fin podía volver a respirar.
Si no fuera porque no quiero tener que contarle que me dan un poquito de miedo esas máquinas, lo tiraría por la primera ventana que encontrará por hacerme subir en el.
— ¿Por qué estabas temblando? —tenía que fijarse en todo.
—Eh ... —la puerta de nuestra derecha se abrió.
Agradecí a todos los dioses por esa interrupción o más bien a la persona que asomaba por esa puerta con una sonrisita.
— Sabía que habían llegado —dijo una Sofía mirando hacia dentro.
— Es como la quinta vez que abres esa puerta porque tenías ese presentimiento —habló un chico al que no le conocí la voz.
Henry tiró de mí hacia dentro y tuve un mejor panorama de la situación. Un chico que reconocí como el que acompañaba a Henry aquel día en la cafetería, sentado en el suelo y Leo en el sofá rodeaban una mesilla de centro con un tablero de Monopoly, Sofía se le unió ocupando el lugar al lado de su novio.
— A Leo al igual que a la pesada de Sofía ya los conoces y ese de ahí es David —presentó con una mano en mi cintura—. Chicos, mi novia Catrhyn.
Todos lo miramos, Leo con una sonrisita, Sofía lo estaba mirando de forma amenazante y David como si su broma no tuviera ningún tipo de gracia. Henry retiró sus manos de mi cintura y se fue a la cocina con una sonrisa en sus labios.