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Betel corría desesperada, con su pequeño en brazos. El niño llevaba varios días enfermo y la fiebre no cedía. Había escuchado hablar de una nueva doctora que había llegado al pueblo a visitar a unos familiares y que había accedido a dar consulta durante el fin de semana en la casa del mecánico. El único médico que había en ese pueblo del demonio era un charlatán que cobraba carísimo y que le había dicho que su niño sólo tenía “una gripita”. La pobre mujer estaba terriblemente angustiada porque no tenía más que unas cuantas monedas atadas en un pañuelo.
Su marido la había abandonado hacía casi un año y el muy desgraciado se había largado del pueblo sin volver a dar señales de vida, dejándola con dos niños pequeños y el bebé aún por nacer. Ella se había tenido que encargar de sacar a sus hijos adelante como podía. Vendía golosinas que ella misma preparaba en su casa, buscaba ropa para lavar y planchar, o casas qué limpiar. Nunca tenía suficiente, nunca alcanzaban los centavos, pero al menos sus hijos no pasaban hambre. Poquito, pero comían. Y ahora iba a hacer lo que fuera con tal de salvar a su criatura, así tuviera que arrastrase por el suelo para suplicar ayuda.
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Editado: 17.12.2023