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Esa misma noche, Betel yacía en la cama, en brazos de Jorge, dentro de la casita que tenían en el rancho del capitán. Ella permanecía en silencio, aún asustada, mientras él le empezaba a contar lo que había sucedido.
— Cuando el señor Ulises nos contó lo que estaba pasando, fuimos a buscar a ese hombre y lo encontramos en la cantina. Todos los hermanos fueron conmigo, incluso el mecánico se nos unió. Primero me le enfrenté yo, le dije que usted era mi mujer y que los niños eran míos. — Le dijo visiblemente enojado. — Que, si se les volvía a acercar, lo iba a arrestar por intento de secuestro. Pero estaba yo tan alterado y a punto de madrearlo, que mi capitán intervino y me hizo a un lado. Él se le acercó sonriendo como si nada y le dijo que qué bueno que había regresado a hacerse responsable de sus obligaciones, que eso quería decir que iba a pagar todo lo que le adeudaba a usted desde su ausencia hacía más de un año, los meses de renta que tuvo que pagar desde que él se fue, los gastos del parto del más pequeño, su tratamiento y medicamentos de cuando el bebé enfermó de neumonía, la ropa y zapatos que se les había comprado, la inscripción, uniforme y útiles escolares de los más grandecitos que ya iban al jardín de niños y los gastos por alimentación, que en cuanto pagara cada centavo, con mucho gusto la mujer regresaba a su lado junto con los niños a la casa que él debía ponerles, dado que no iban a admitirlo en el rancho; y que, si no le pagaba a usted todo lo que le debía por manutención de las criaturas, acabaría en la cárcel hasta que liquidara su deuda. Cuando el hombre escuchó la cantidad que mi capitán le mencionó, simplemente se dio la vuelta diciendo que él no debía nada, que ni conocía a la mujer ni a los niños y corrió a subirse al primer autobús que salió del pueblo.
Betel soltó un suspiro de alivio y se abrazó fuertemente a Jorge.
— ¿Seguro que ya no va a molestarnos otra vez? — Preguntó aún temerosa.
Jorge negó con una sonrisa cargada de ironía.
— Antes de que el autobús arrancara, las muchachas de la cantina se le acercaron y le dijeron a través de la ventanilla que cómo se notaba que tenía años fuera y que no tenía ni la menor idea de quiénes eran los hermanos Valdez y lo mucho que han hecho por el pueblo. Que usted ya es parte de esa familia por el simple hecho de estar conmigo y que ninguno de ellos y nadie en el pueblo iban a permitir que los lastimara a usted y a los niños, mucho menos yo, que mejor no regresara jamás.
— Ojalá nunca regrese. — Dijo ella, aún temerosa.
— No lo va a hacer. — Negó el tuerto. — Y aunque lo hiciera, nada podrá hacer, porque para entonces usted ya será mi esposa y los niños llevarán mi apellido.
— ¿De qué habla? — Dijo Betel, con el ceño fruncido.
— De que hemos postergado mucho la boda. — Le dijo Jorge dándole un beso. — Y una vez que nos casemos, voy a adoptar legalmente a las criaturas, así nadie podrá decir jamás que no son míos.
— ¿En serio va a adoptar a mis niños? — Preguntó ella, totalmente esperanzada.
— Nuestros niños. — Dijo él colocándose sobre ella y empezando a besarla por el cuello. — Son tan míos como suyos, no lo olvide.
— Gracias... — Musitó ella respirando con alivio y dejándose llevar por las caricias. — Muchas gracias.
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Un mes después, se llevó a cabo la ceremonia civil en la intimidad del rancho “Las Otras Palomas”, donde sólo estuvieron como invitados la familia Valdez. Betel lucía radiante en un sencillo vestido color beige y Jorge usaba traje y corbata además de una sonrisa que raramente se veía en su rostro. La ceremonia fue emotiva y cálida, llena de amor y promesas. Todos brindaron felices por la pareja y les desearon lo mejor.
Durante la fiesta, Jorge tomó a Betel de la mano y la alejó un poco del bullicio.
— ¿Es feliz? — Le preguntó abrazándola.
— Como nunca me imaginé que pudiera serlo. — Respondió ella con un suspiro. — ¿Y usted?
El tuerto sonrió y la miró con amor.
— Usted me dio todo lo que jamás había tenido. — Le dijo besando su frente. — Me dio un hogar al cual ansío regresar cada noche, me dio una familia hermosa, me dio un montón de hijos a los que adoro y, sobre todo, me dio la dicha de poder tenerla a usted a mi lado como mi mujer.
Ella sonrió esplendorosamente y se puso de puntillas para besarlo.
— Lo amo. — Le dijo en voz baja. — Y tengo otra cosa qué darle.
— ¿Qué cosa? — Preguntó él con curiosidad.
— Un hijo propio, de su misma sangre.
Él abrió mucho los ojos, se quedó estático por un momento y luego la abrazó fuertemente.
— Le juro Betel, que no voy a querer menos a los niños que ya tenemos y siempre los voy a cuidar y tratar bien, pero esto... ¡Caray! ¡Qué feliz me hace! ¡Un bebé que voy a poder disfrutar desde que esté en su pancita! ¡Gracias!
Ella asintió conmovida, él se inclinó acercando su boca a la de ella.
— La amo. — Dijo justo antes de besarla.
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Editado: 17.12.2023