El joven logró escuchar "azotes", no sabía a lo que se refería, pero de algo estaba seguro: la gente se alegraba de verlo así... suspiró, no le quedó esperanzas de vivir, solo cerró sus ojos y dejó que los cielos hicieran su trabajo.
"¿Algún día calmará su odio hacia mí?" pensó.
Con eso en mente y sin manera de protestar, se quedó en silencio aceptando el castigo "¿Alguien puede ayudarme?" su figura desde el principio fue lamentable.
Desde que abandonó el pueblo, comió frutos podridos, a veces no encontraba alimentos o se los daba a unos niños que rondaban por las chacras.
No tenía un hogar para refugiarse; fue bien recibido y bien desechado de ese pueblo. Ahora que dormía en los arbustos no tenía miedo de enfermarse, siempre se mantuvo saludable a pesar de dormir en las punas, su único lamento y decepción fue volverse sordo, todavía no recordaba lo que ocurrió, lo único que sabía es que la hierba Quro Quro lo aliviaría por meses.
"¿Cómo es que las cosas terminaron así?" Hasta su voz en su interior sonaba tan lamentable.
Desde pequeño su cuerpo fue débil, soportar los veinte primeros golpes fue suficiente para que comenzara a gritar y temblar. Estaba quebrantado, lastimado, sus lágrimas se mezclaban con la sangre carmesí de sus labios. Al ritmo que le tiraban los azotes, no sabía si podía soportarlo. Su vista se volvía borrosa, quería dormir, irse y no volver, pero la gente del pueblo no lo dejaría escapar, no lo dejaría como lo están haciendo ahora.
—¡No volverás a robarnos!
Uno que otro comenzaba a lanzar piedras grandes provocando heridas en el cuerpo delgado y lastimoso que se exponía a los demás. Fue una barbaridad verlos felices.
Libiak fue el primero en molestarse, dejó de golpear y se dirigió al público:—Después de los azotes podrán lanzar las piedras ¡Sean justos!
Un agricultor que estaba enfadado gritó:
—¡¿Por qué seríamos justos con él?! ¡¿Acaso él lo fue?!—apretó la piedra de su mano—¡Nos robó, además robó las cosas que hacía para mi difunta madre! De todas las riquezas que tuve que ahorrar estos años...—su voz se volvía triste—¡Este hombre se lo llevó en solo una noche!
Libiak alzó una ceja.
—¿Por qué no avisó antes? Aunque hemos recibido varias quejas de él, jamás escuchamos algo como eso.—agitó la cabeza, no era momento de hablar—Ya llegará tu turno de tomar venganza.
El agricultor alterado alzó la piedra amenazando a Libiak:—¡Ustedes jamás hacen caso!—se rio—¿ahora quieren ser justos? ¡Lárguense de aquí! le enseñaremos algo mejor, ya no nos volverá a robar y nos devolverá el dinero, ¡Esto tenlo por seguro! ¡ahora hazte espacio!
Libiak no permitió que el agricultor se acerque, mandó a otro de los soldados a llevarlo lejos para castigarlo. Los demás aldeanos que miraban la escena con aversión se enfurecieron y desataron el infierno.
El joven recibió tantos golpes en la espalda y pecho que comenzó a sangrar. Sintió sus costillas romperse, no podía hacer nada más que llorar.
Mientras los golpes se hacían cada vez espesos por la sangre, un aldeano se acercó y lo sostuvo del cabello, "¿Qué desea ahora?" No le dio tiempo de analizar las cosas, el aldeano abrió su boca y colocó ajíes en su contorno. El aldeano se encargó que lo masticara. Todos podían ver como el joven se retorcía de dolor, veían como su rostro se volvía más rojo que antes. Si algo no le gustaba al joven son: las cosas picantes.
Necesitaba agua, necesitaba ayuda, pero lo que recibía eran más golpes y más burlas de los pobladores.
Sus gritos iban para sus adentros, el joven no podía lograr abrir su boca entumecida, el poblador sostenía su mandíbula para que se pasara los ajíes.
"Mátame por favor" cerró sus ojos "no puedo..." su mente hablaba por sí sola, ¿Cuál era la razón por la que lo lastimaban? Lo único que había hecho fue comer las cosas podridas que dejaban a medio camino. ¿Cuál fue su error? ¿Vivir o llegar a ese pueblo? No podía soportarlo, sus ojos y boca ardían, sus lágrimas ya se habían secado.
El atacante fue el amigo del agricultor, buscaba venganza. Pero estaba lastimando al joven sin respetar el acuerdo. La paciencia de Sayarumi se desmoronó, con su palo ancho empujó al aldeano, su mirada transmitía muchas cosas: irritación y amenaza.
—Vuelve y te enseñaré lo que es justicia, te enseñaré que el moribundo también puede protestar, que tú puedes estar en su lugar en cualquier momento—se rio sacudiendo la cabeza—¿por qué no cambian de lugar? tal vez así puedas entender mejor.
El aldeano se quedó estático, no tenía palabras para amenazar al otro. Se dio la vuelta para pedir ayuda, pero todos lo miraban con gracia. Con vergüenza de haber sido gritado y amenazado se fue.
Samin Sayri observaba la situación desde un rincón. No se interponía, tenía mucha confianza en sus dos soldados. Cuando miró al joven empapado de sangre no sintió lástima.
"Si no puede soportar los golpes, será peor cuando llegue el turno de los aldeanos". Con una leve sonrisa amarga se alejó del lugar.
Una vez cumplido los golpes, los pueblerinos comenzaron a tirar piedras por todos lados: cosas puntiagudas, de barro... el cuerpo del joven estaba tendido en el estrado, tenía su boca semi abierta intentando sacar el ardor del ají; su voz no se escuchaba, las lágrimas en su cara fueron reemplazadas por sangre que había salpicado de su cuerpo. Poco a poco los aldeanos se empezaron a ir; la luna ya había pasado la mitad en el cielo hace horas.
El joven estaba desmayado en el estrado, hace tiempo que la gente se había ido.
Si alguien había llegado a salvarlo, entonces fue muy tarde, él ya estaba destruido.
La noche no fue como días anteriores, esta vez no había la luz que siempre esperaba, no había ese calor del aire, todo era frío, peor que el invierno.
El joven estaba tumbado en el estrado con los ojos cerrados, no había movido ni un músculo desde que todos se fueron.