Pasó las palmas por su rostro con cautela, ofuscado, necesitado al querer librarse de la tensión que llevaba arraigada a su cuerpo, aún cuando pasó una noche bastante placentera y liberadora junto a su pareja. Lo cierto era que tenía esa sensación extraña tan asentada dentro de mí, como si se tratara de una aguja al pinchar su corazón, casi doliendo.
Quería quitársela de inmediato, tal vez contrarrestar la incomodidad pensando en la mujer que había dejado en casa, no obstante, la tarea se le hacía tan complicada que era más fácil hacerle caso a las gotas de lluvia que golpeaban el vehículo a rememorarla como si se tratara de algo que llamara su completa atención.
Tenía una relación laboral y extra laboral con esa mujer, no pasa a ser su novia, ni su mujer. Desde un principio dejó en claro que no habrían compromisos de ninguna índole con ella. No iba a acompañarla a eventos a los que tenía que ir con alguien, no asistiría a cenas familiares, ni andarían tomados de la mano entre la multitud. Solo se trataba de placer, algo con lo que ella estaba de acuerdo. Lo que pensara, lo que sintiera, no iba a obligarle a corresponderle solo porque ya estuviera comprometida.
Esa había sido la resolución con la que estuvieron de acuerdo desde el inicio. La responsabilidad de darle algo distinto no recaía en él, ni podía lidiar con esos tipos de espectros sentimentales a loa que no estaba arraigado desde hace mucho tiempo.
Prefería mantener un margen esclarecido, así, si tenía que cortar de tajo cualquier eventualidad que los involucrara a los dos, ninguna clase de problemas recaerían sobre su pellejo.
Exhaló, intentando buscar algo en la radio que alejara el impulso de querer salir de allí, moverse hacia esa oficina, además de verla de lleno solo para poder identificar lo que le estaba pasando. Verla desde el espejo con ese lápiz en la boca, su cabello recogido con otro objeto que podría sacarse de allí para usarlo en las hojas que veía, le hacían retumbar con fuerza el corazón en su pecho, como si la ansiedad le dijera que en cualquier momento iba a descubrirlo o al menos ambos podrían encontrarse con la mirada.
No dejó de observarla, pasando la vista con lentitud por su piel blanca, suave, casi pudiendo tocarla. Se imaginó teniéndola en frente, sin verla a los ojos, llevándole los mechones tras sus orejas, con la respiración de la rubia completamente descolocada.
El pulso se le desbocó de inmediato, rememorándola, aunado a ella en ese momento en que la pegó contra sí y todas sus fuerzas, toda clase de valentía, se redujo a una debilidad inminente a la que no pudo sacar de sí por unos minutos. Ni siquiera lo apartó, no le importó verlo de ese modo, burlarse, si acaso, lo único que hizo fue clavársele en el cerebro con todas sus actitudes, pareciendo la reina del mundo o en todo caso, la reina de su mundo.
Tragó, respirando hondo, con las palmas sudadas al avistar ese desafío en su cabeza. ¿Cómo era que se mantenía tan segura? ¿Cómo no perdió el control en su presencia? Después de todo, le estaba haciendo perder el tiempo. El mal rato seguro se le manifestó en una bilis molesta que subía a su garganta con ese mal sabor que debía de tragar para no echarle todo encima.
Qué inútil se sentía. ¿Doblegarse así? ¿Salir corriendo como si hubiese visto un fantasma? Esa nunca había sido su forma de actuar ante las circunstancias que lo aturdían y es que nunca estuvo preparado para lidiar con ello, precisamente con una mujer a la que la seguridad se le salía de los poros e incluso en esa galaxia hipnotizante de sus ojos, no parecía prestarle atención.
Tenía que admitirlo. Dejarlo de lado sería un grave error, se haría daño a sí mismo al ocultar la verdad. Aquella que le asentaba lo mucho que se sintió intimidado al escucharla, pensar siquiera que se sentarían a hablar de negocios, de algo a lo que no cedería aún si le ponía el mundo entero a sus pies.
La forma en que habló de ese lugar traía consigo una sensación, como si para ella fuese especial, manteniendo la firmeza de cada palabra a la que le daba forma con un entusiasmo que lo llenaba de escalofríos a más no poder.
No sabía si se atrevería a competir contra ello, hacerle caso a su amigo, incluso, tomando en cuenta que lo que menos le parecía correcto, era el hecho de jugar con los sentimientos de una mujer. No estaba bien, lo tenía claro desde hace mucho tiempo, así que pensar en ello solo le molestaba. Ni siquiera debió dejarlo seguir, ese plan podía irse por la borda en segundos, más, considerando lo sucedido a su lado, lo mucho que le estaba afectando desde el primer instante en que lo ignoró.
Nadie, absolutamente nadie, hizo algo como eso. En su vida siempre estuvo rodeado de atención, hasta que ella se la negó por completo.
Miró la pantalla del móvil que seguía centelleando ante las llamadas que llenaban de vibraciones el lugar. No quiso contestar, su mirada se volvió hacia el espacio donde la fémina ya no estaba, sino que la oficina parecía haberse quedado iluminada, como si nadie estuviese allí.
Tomó las llaves del auto, con el ceño fruncido, extrañado al abandonar el asiento tan pronto pudo, cerrando para caminar en dirección a ese apartado, evitando cualquier contratiempo. A lo mejor tenía cámaras de vigilancia o algún seguridad podría estar pendiente de sus pasos, aunque eso no le importó en lo absoluto, sino que le confirmó que la construcción no estaba tan protegida como creía.
¿Acaso pensaba que podría luchar contra los maleantes? ¿Qué clase de súper heroína se creía como para dejar un sitio así, sin resguardo? Caramba.
#4202 en Novela romántica
#1228 en Chick lit
#936 en Novela contemporánea
jefe millonario, romance drama pasado secretos, madre soltera humor
Editado: 04.12.2024