La Amante Adorada Del Príncipe

Capítulo 2

El hombre confuso sin comprender a esta mujer desconocida tomó camino a la sala donde había dejado la camisa. Al encontrarla recordó el por qué se la había quitado; estaba manchada de sangre.

Se volvió hasta ella, que lo había seguido cautelosa, y dijo:

—¿Qué hago aquí?

Ella levantó una ceja.

—Te he encontrado herido en el bosque. ¿Quién eres?

Él dejó de mirarla y su mano fue hasta su frente como si tratara de recordar. Y en efecto, eso era lo que estaba haciendo.

—Eso mismo me pregunto... ¿Quién soy? Pensé que tú sabrías.

Nahiara se encontraba asustada para este momento. ¿Qué se suponía que iba hacer con un hombre sin memoria? Echarlo así no era muy ético.

—No sé nada. Solo te encontré en el bosque de los Pussett.

—¿Quiénes son esos? —inquirió curioso.

Nahiara comprendió que era grave ese golpe para que no recordara a esta familia.

—Es la realeza. Te encuentras en Noelia un pueblo cerca de la capital de Kvenland.

El hombre ahora le dio más dolor de cabeza al forzar su cerebro a recordar. Nahiara se dio cuenta y le dijo:

—Por favor, siéntate.

El hombre, confuso, respondió:

—Pensé que me había echado...

Nahiara se cruzó de brazos.

—No puedes irte así. Dale gracias a mi madre que un día juré serle fiel a los enfermos. Por eso y muchas cosas más hoy en día me encuentro entre las peores posiciones.

—No entiendo nada de lo que me dices, pero bendigo a tu madre por eso. —Nahiara se encontró entre confusa y divertida.

El acento del hombre era neutral sin ningún parecido al de los pueblerinos.

El hombre tomó asiento en el mueble y relajó su cuerpo. Nahiara observó su anatomía perfectamente marcada y dejó sus pensamientos volar. Pero entonces, se reprendió.

Carraspeó, y dijo:

—Ponte una camisa —el hombre se miró, y luego a ella, y no pudo ocultar una sonrisa—. Trata de recordar algo, mi hijo pronto vendrá de la escuela y almorzaremos.

El hombre se puso esa camisa manchada en sangre y la mujer asintió convencida de que no estaba loca por haber reaccionado así.

No todos los días tienes un hombre bien parecido en la sala de tu casa sin camisa.

—¿El padre del niño sabe que estoy aquí? Debería darle las gracias por permitir...

Ella suspiró y cerró sus ojos... Ahí iba todo.

—No tengo esposo.

El apuesto caballero, hizo silencio. Para luego decir:

—Lo siento. ¿Por qué me has traído aquí entonces? No sabe quién soy, es peligroso y no muy bien visto.

—Soy Sasenac. Eso debería contestar tu pregunta.

Él asintió.

—¿Qué tipo de sanadora?

—No soy un hereje por más que intenten decírmelo. Solo... uso plantas.

—¿Pociones?

Ella entrecerró los ojos y lo fulminó con la mirada:

—¡Son plantas medicinales! Veo que la perdida de memoria no quita lo imbécil de la gente.

El hombre se puso rojo avergonzado. Entonces, se disculpó:

—Lamento ofender a usted, mi señora.

Nahiara rio sin una pizca de gracia.

—No te burles de mí llamándome señora. Ya pronto te vas a arrepentir por ello. Pero mientras tanto, debes mejorar para que puedas marcharte. Apuesto a que tu perdida de memoria es temporal.

Él no supo que decir. Así que solo asintió como respuesta y la observó irse a la cocina, luego de tomar una bolsa con vegetales que estaba en una pequeña mesa en medio de la sala.

Observó el lugar que a pesar de su pequeñez se encontraba limpio. Claro, tampoco era algo tan perfecto, sino que era notable que una mujer vivía en él.

Algo no cuadraba para él y era que no se sentía cómodo en un sitio tan diminuto, como si dentro supiera que no estaba acostumbrado. Pero no tenía cómo comprobar esta teoría y debía esperar a que pronto sus recuerdos volvieran.

Tomó el relicario dorado que guindaba sobre su cuello y lo abrió por primera vez en el día. En él se encontraba un pequeño retrato de un niño parecido a este, comprendiendo que era suya. Lo cerró y observó que detrás estaba marcado un nombre de pertenencia.

Escuchó pasos de la mujer, que venía de vuelta a la sala, en sus manos un jarabe. Pero antes, que se lo ofreciera, él dijo:

—Un gusto, mi nombre es Gerad.

Ella sorprendida, agregó:

—Oh. El gusto es mío, Gerard. Nahiara es mi nombre...

Esa fue la primera vez que él sonrió delante de ella.

Nota:

¿Qué les esta pareciendo la historia? Recuerden que estos son pilotos, hagan bulla para seguirla. 

 




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