La Amante Adorada Del Príncipe

Capítulo 4

Gerard se encontraba pensante en el patio junto a las casitas de los pollos que Florián criaba con su madre para los alimentos.

—¿Tanto piensas sin recuerdo aparente? —bromeó el inteligente niño.

Gerard se sentó al lado del pequeño, en un tronco de madera situado recostado en el suelo.

—Pienso en quién en realidad soy.

—Yo creo que no debes pensar tanto. Mira, que no es bueno si no quieres volverte loco.

El hombre rio. ¿Cómo era que ese niño sabía de esas cosas? Si su mente no le fallaba más de lo que ahora estaba, usualmente los pequeños a esa edad juegan con barro.

—¿Cómo es que sabes tanto?

—Mamá me ha educado en casa... —el niño tomó una pequeña piedra e hizo que una gallina saltara y luego corriera asustada—. Siempre me ha dicho que debo saber, para sobrevivir en el mundo.

Esta vez fue Gerard quien espantó un pollo con la piedra.

—Tú madre sabe mucho. También es linda.

Florián lo miró con una ceja levantada.

—Nos has salvado del chisme del pueblo. Ahora mismo Edme debe estar preguntando de todo sobre ti. Tal vez ahora dejen a mamá en paz.

—¿Te ha gustado que finja ser tu padre?

El niño asintió y sonrió.

—Por lo menos puedo decir ahora, que tuve uno de mentira.

El sol se estaba ocultando cuando Nahiara fue en busca de los dos en el patio. Ambos habían creado una conversación sobre los caballos.

Ella se detuvo a unos pocos pasos para escucharlos hablar: Se oía al niño divertido al estar conversando con alguien de su mismo género.

—Y creo que es más fuerte por eso.

—Me parece que sí —rio Gerad.

Nahiara los dejó seguir conversando un rato más, y fue a preparar la cena. Desde el ventanal de la cocina podía observarlos disfrutar de la compañía que ambos se brindaban.

Al cabo de una hora Nahiara mandó a su hijo a bañarse después de ella misma haber ido al río con un balde de agua.

También había cargado otro para el invitado. Ella era una mujer fuerte con manos de hombre para nada delicadas.

—Le caes bien.

—Los hombres nos entendemos...

—Eso lo creo —apuntó ella con una sonrisa.

Se encontraban en la sala. Nahiara curaba la herida que seguía viva en la cabeza del hombre. Limpiando con sus medicamentos de plantas y alcohol en vino.

Ya era de noche y había una vela sobre la mesa que casi estaba por acabarse.

—Edme ha estado contenta con la noticia de mi esposo...

Gerard dijo:

—Yo también estoy contento —Nahiara presionó la herida—. ¡Aush!

—No es para tanto.

—Duele.

—Para haber vuelto de la guerra eres un llorón —bromeó.

Para este momento ya habían cenado hace rato y el niño estaba dormido en su habitación.

—¿Se la ha creído toda?

—Así es. Por cierto, si te preguntan: estuviste seis años en las fronteras y al fin te han dado de baja para estar con tu familia.

Nahiara reía y Gerard también.

—Mentir suele ser malo. Pero este momento lo requería.

Nahiara cambió el vendaje con viejos trapos que tenía guardados y dejó al hombre en el mueble.

—Tienes razón. Y por eso, puedes quedarte hasta que te recuperes, si eso deseas.

Gerard no quería sonreír porque eso delataría sus ganas de conocer a esa mujer, pero fue imposible, porque al asentir, en sus labios se dibujó una dulce sonrisa.

Nahiara se fue a su habitación que estaba al lado de la de su hijo y Gerard se recostó en el mueble entre sábanas.

Dentro de él existía ese sentimiento de que estaba viviendo algo nuevo. Y esa sensación era agradable como si en este momento comenzara una nueva etapa en su vida.

Seguro para el día siguiente amanecería mejor y pudiera ayudar un poco a Nahiara con la casa.

Fue al mediodía cuando ella no estaba en la casa y su hijo en la escuela que se encontró reparando las casas de los pollos que estaban descuidadas. Además, que estos animales se escapan por un hueco, que él había notado, el día anterior a este.

Buscó dentro de la casa, clavos y un martillo, que había visto puestos, en una pequeña repisa de la sala. Eso era lo bueno de esta casa, que era tan pequeña que podías conseguir todo sin tantos problemas.

Pero faltaba algo importante: Madera. La madera que estaba tirada en el patio de Nahiara estaba podrida inservible. Debía conseguir nueva, para reconstruir las pequeñas jaulas.

Gerard era como un arquitecto. Su mente dibujaba lo que debía hacer, y eso lo llevaba en práctica. Se imaginó que tal vez en su pasado era uno y por alguna razón había terminado en este lugar. Pero mientras tanto debía ayudar en algo.

—¿Necesitas ayuda? —escuchó decir, a una voz masculina—. Veo que necesitas madera...

Gerard no comprendía como este hombre sabía lo que él estaba buscando. El individuo desconocido se encontraba al otro lado de la cerca de madera situado por encima de esta mirando lo que hombre hacía. Y entonces, comprendió que era porque llevaba en sus manos madera podrida y un martillo.

—Así es. ¿Sabes dónde puedo conseguir? No tengo conocimiento en este momento...

—¡Claro! Por cierto, mi nombre es Martín —cruzó este, la cerca de un salto—. Tú debes ser Gerard.

Gerard abrió sus ojos con sorpresa y Martín captó este momento.

—¿Cómo es...?

—Lo siento. Pues, las noticias corren rápido —claro. Edme—. Nos da gusto que el padre del pequeño Florián haya llegado después de tanto. Me imagino que ha sido una sorpresa encontrarlo tan grande.

Gerard quería ahorcar a Edme por chismosa. Ahora comprendía todo sobre Nahiara y su vida

Respiró profundo para retomar la conversación...

—Ha sido sin duda toda una sorpresa.

—Eso imagino. Y, con lo otro: conozco un sitio donde podemos encontrar madera económica...

Gerard recordó que no tenía dinero y sus emociones se fueron abajo.

—No... Eh, lo siento —se rascó la herida—. Pero ha sido bueno que me lo dijeras para otro día ir.

Martín captó y dijo:




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