Gerard había pasado toda la tarde reconstruyendo la casa de los pollos junto a Martín que se había ofrecido a ayudarlo.
Habían cargado las tablas de madera hasta la casa a vista de todos los chismosos del pueblo que ya decían que el esposo de Nahiara había llegado a cambiar su vida.
Cuando el último clavo estuvo en su sitio Gerard dejó el martillo. El pequeño Florián llevaba rato observando después de haber llegado de la escuela y se encargaba de cuidar los pollos,
que estaban fuera de las jaulas.
—Martín —llamó Gerard al otro chico—. ¿Me traes la malla?
—¡Claro sí Gerard! —ambos hombres pusieron la malla por donde los pollos pudieran respirar y la dejaron lista.
Florián veía la obra bien elaborada de Gerard y no lo podía creer; había logrado todo esto en mediodía. Su mamá iba a quedar impactada con esto.
—¿Puedo meter ya los pollos? —inquirió.
—Es correcto, Florián —respondió Gerard.
Mientras el niño hacía eso los dos hombres, que estaban agotados, se sentaron a mirar desde el suelo.
—Tu hijo es muy inteligente —elogió Martín—. No hace tanto me ayudó a resolver unas cuentas que llevaba rato sin resolver. Es como si hubiera un gran cerebro en esa pequeña cabeza.
Gerard asintió sonriente.
—Lo creo. Ha estado tanto tiempo ocupado en ser bueno que seguro ha desarrollado un buen potencial y ha madurado un poco.
Una mujer pasó hasta el patio; estaba embarazada su panza enorme la delataba. Iba vestida con trapos limpios que cubrían todo su cuerpo, era tan joven como Martín.
En sus manos traía una bandeja con tres platos y dijo:
—¡He traído comida para estos fuertes y guapos hombres!
Gerard sonrió. La mujer era bonita y emanaba un aire dulce.
—Se llama Stel. Mi esposa —agregó Martín.
Gerard se presentó ante la dulce Stel que había traído comida para los tres y fue hasta Florián con su plato y el de él. Ambos se sentaron en el suelo y comieron juntos.
Mientras que Martín hablaba con su esposa y también comía de su plato. En eso llegó Nahiara y todos hicieron silencio al ver su cara de sorpresa encontrándose con personas dentro de su casa.
—¿Se puede saber qué está pasando?
Stel sonrió y dijo:
—Hola. He traído comida para estos hombres que han trabajado toda la mañana.
Nahiara no comprendía, y su hijo agregó, desde el suelo:
—Gerard ha reparado la casa de los pollos.
Nahiara llevó su vista hasta la nueva y mejorada casa pollera. Fue una sorpresa porque desde hace mucho ella tenía planeado repararla. Se encontró segundos después con Gerard a su lado.
—Intento ayudarte, en lo más que pueda. Ayer observé la casa de estos animales y se me ocurrió esta idea. Espero no haber causado molestias...
Nahiara que estaba cruzada de brazos los dejó y miró con ojos cristalizados la casa de los pollos y luego los azules ojos de su esposo de mentira.
—Muchas gracias. De verdad, aprecio mucho esto. Pero no debes hacerlo, siempre he estado sola y no necesito ayuda de nadie.
—Ahora no estás sola Nahiara —él tal vez por el momento de verla así afligida llevó su mano hasta su mejilla, limpiando la suciedad en ella, y agregó—: Mientras me encuentre aquí con ustedes dos, ayudaré en lo que sea necesario.
Ella limpió, la amenaza de un derrame de lágrimas sobre sus ojos, y agregó también:
—Bien. ¿Cómo te encuentras? ¿Tú herida no te ha molestado, algún recuerdo?
Él sonrió y negó.
—Todavía no te libras de mí Nahiara.
Ella tragó grueso para no devolver una sonrisa a esa insinuación.
—Nadie ha dicho que eso quiero. Por ahora, claro.
Gerard asintió y dejó que Stel se acercara.
—Nahiara, lamento si incomodé en tu hogar. Mi esposo ayudaba al tuyo y me tomé la libertad de traerles comida.
Nahiara negó con una sonrisa.
—Para nada Stel. Pues, me has librado de la cena —bromeó y los hombres rieron.
—He dejado para ti en la cocina...
—Ah, ¿sí? Oh.
—¿Me acompañas?
Y entonces, Nahiara hizo algo que nunca pensó que haría con otra persona: tomó las manos de esta mujer y ella no lo vio con desagrado sino que más bien la sostuvo con fuerza.
—No deseo que te caigas con tan enorme panza.
La joven y dulce mujer respondió:
—Ya falta poco y espero todo salga bien.
Los hombres terminaron de comer y encendieron una fogata en el patio con la idea de quedarse a hablar por la noche. Mientras eso sucedía dos mujeres se conocían dentro de la casa y preparaban la cena juntas.
Nahiara en un momento dado pudo respirar libertad por primera vez.