La Aprendiz

Cinco.

 

Helen.

La casa era antigua. Los muebles y todo por igual. Algunas hojas marchitas regadas en el suelo. Puse mi maleta en el suelo viendo el techo y el candelabro de plata. Algo sonrojado por como me miraba Astrid. Haciéndome una seña para que la siguiera, subiendo las escaleras de madera al segundo piso. El lugar no era una maravilla pero había algo que te hacia sentir calma. Como si estuviera en el lugar indicado.

Llegamos a una de las habitaciones del lugar. Mirando la cama vieja y la ventana sin lavar.

— Espero que te sientas a gusto aquí — dijo Astrid suspirando.

No dije nada sentándome en la cama.

— ¿Cuándo empezamos las clases? — pregunté con calma.

— Mañana. Eres libre de salir y ver la casa y los jardines. Es bueno que te familiarices — dijo Astrid sonriendo un poco —. Estaré en la cocina preparando la cena. Instálate si lo deseas — añadió saliendo por la puerta.

Cuando salió me tiré hacia atrás en la cama. Viendo el techo mal pintado de madera sonriendo un poco. Si pudiera me quedaría en esa casa mágica por el resto de mi vida. No me importaba cual maltratada estaba, para mi era perfecta y hermosa. Como un templo antiguo lleno de secretos y sabiduría. Regalando su conociendo a quien tuviera la valentía de entrar en el.

Me levante para sacar una ropa y darme una ducha. Con intenciones de ayudar a Astrid a preparar la comida. No era una creída o ociosa en mi casa. Ayudaba a mi madre en todo lo que podía.

Una cosa que me gustaba de la habitación era que tenía su propio baño. Quitándome la ropa llenando la tina para bañarme. Cuando se llenó de agua, entré con suavidad tratando de relajarme. Tomando el jabón para pasarlo por mi cuerpo. Al parecer Astrid me esperaba. La habitación estaba preparada para la llegada de una persona. Probablemente lo había visto o percibido.

Al terminar de bañarme, me puse algo mas cómodo bajando para ayudarle con la comida. Mientras ella caminaba de un lado para otro buscando algunas verduras y picando en silencio. Astrid era todo un misterio. Muy silenciosa y callada, mirando por la ventana como el viento azotaba los árboles con suavidad. Vestida con un pantalón desgastado y una camisa verde oscuro. Llena de collares y anillos con piedras y símbolos. En su cabello algunas plumas entre medio de esa melena que jamás peinaba. Sin zapatos, sin importarle el frío del panorama.

— Pronto lloverá — solo dijo suspirando.

— ¿Sabías que vendría? — pregunté.

— Sabes que si — contestó con naturalidad aun picando.

— Es raro llegar a un lugar y que no te den la bienvenida — observé cortando un poco de pan.

— Pues, bienvenida — dijo un poco aburrida sin mirarme.

— Gracias — le dije sarcásticamente negando con la cabeza. Concentrándome en lo que estaba haciendo.

— De que vale la bienvenida cuando este siempre ha sido tu hogar — dijo dejándome sin palabras.

 



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En el texto hay: romance, conocimiento

Editado: 01.09.2019

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