—No es para tanto, niño —dijo Sara lo más dulcemente posible—. ¿De verdad no piensas volver a hablarme?
—¡No!
Diego se cruzó de brazos y apartó la mirada. Estaba sentado en el suelo con la espalda contra la pared. Se había enrollado una camiseta alrededor de la herida de su pierna y aunque no se quejaba, saltaba a la vista que le dolía mucho.
La rastreadora había colocado un cojín bajo la cabeza de Mario, que seguía inconsciente en un rincón. Se hallaban en una estancia amplia, repleta de sillas, con un proyector y una pantalla enorme en la pared del fondo. Daba la impresión de que Mario tenía un cine en miniatura en su casa. La puerta era de cristal y Sara no podía evitar una tremenda sensación de fragilidad. El niño le había explicado que la protección se basaba en la runa que había grabado, no el material del que estuviera hecha la puerta, pero ella no lograba sacarse de encima la idea de que cualquiera podría romper un cristal. Se le pasó por la cabeza arrojar una silla contra la puerta, para comprobar la resistencia del símbolo, pero lo descartó, no era momento para entretenerse con juegos.
—Déjame que eche un vistazo a tu pierna.
—¡Que no!
El niño dio un manotazo al aire y luego cruzó de nuevo los brazos.
—Te prometo que no pensaba con claridad. No lo hice a propósito.
—¡Claro que sí! Cargaste con el delincuente, ¡y yo estaba herido! Ese cerdo es el culpable de todo, seguro, y tú le salvaste en lugar de ayudarme a mí.
—Tenías a Miriam para ayudarte. No podía dejarle solo, le hubiera matado el demonio.
—¡Pues que se muera! —Diego dio un puñetazo en el suelo—. Es su hija la que intenta masticarnos. Y no te fíes tanto de Miriam. Cuando las cosas no concuerden con su código asqueroso, verás lo maja que es la tía. Asco de ángeles, de verdad.
Sara no quería hablar de los ángeles, pues el niño se enfurecía, gruñía y se volvía insoportable. Y era muy complicado discutir con alguien que no puede mentir porque eso implica que todo lo que dice es cierto o él piensa que lo es. Además, aunque aún no conocía los detalles de su maldición, parecía más que razonable que tuviera motivos de sobra para albergar ese rencor perpetuo hacia los ángeles y sus seguidores.
—Niño, no puedes enfadarte conmigo, no lo soportaré. Tú me has enseñado lo poco que sé de este mundillo, y me salvaste de Silvia cuando intentaba atraparme durante el exorcismo, ¿recuerdas? Me ayudaste a cruzar las runas y me pusiste a salvo. ¿Cómo podría desearte algún mal? No tiene sentido.
Lentamente y a regañadientes, Diego giró la cabeza hacia ella. Sara le devolvió una mirada arrepentida y sincera.
—Está bien. ¡Maldita sea! No puedo enfadarme contigo si me miras así.
Era una protesta pero el tono revelaba que en el fondo se alegraba.
Sara tuvo la fuerte impresión de que el niño la apreciaba. Podría preguntárselo directamente, para forzarle a que le diera una respuesta, pero sería aprovecharse de su maldición y no lo hizo. La invadió una gran alegría al constatar que al menos un miembro del grupo se llevaba bien con ella y la tenía en buena consideración.
No pudo evitar darle un beso en la frente. Diego fingió que le molestó la muestra de afecto.
—Y ahora, niño gruñón, vamos a ver esa pierna. ¡Dios! Es el peor vendaje que he visto en mi vida.
La rastreadora retiró la camiseta empapada de sangre.
—¡Ay! ¡Cuidado, tía!
La herida seguía sangrando. Sara no tenía conocimientos suficientes para evaluar la gravedad del zarpazo.
—¿No puedes curarte? El Gris estaba mucho peor que tú y le dejaste como nuevo.
—Yo soy la única persona a la que no puedo curar. ¡Putos ángeles! No tendría mucho sentido que pudiera hacerlo, dada la maldición.
Sara cada vez sentía más curiosidad por conocer todos los detalles de la maldición. No entendía cómo algo supuestamente tan terrible le permitía curar a la gente. A ella le sonaba más bien a bendición, incluso a milagro.
Encontró algo de ropa sobre una de las sillas. Rasgó una camiseta para usarla de venda.
—Está limpia, no te preocupes. Menuda chapuza habías hecho. No te muevas, que no me dejas vendarte. Y no te quejes tanto. Eso es. ¿Lo ves? Ya está. ¿No te sientes mejor?
Editado: 26.02.2018