Miriam empezaba a desesperarse. Desde que había dejado al niño, a Sara y a Mario a salvo, no lograba dar con el Gris.
Y necesitaría su ayuda.
Los demonios no eran su especialidad, pero no se requería a un experto para saber que este era demasiado fuerte y poderoso como para tratarse de una posesión normal y corriente. Y ahora su misión peligraba.
Había sido un error permitir al Gris seguir adelante con el exorcismo, y ella no cometía errores. Por algo era la favorita de Mikael. Debería haber entregado al Gris inmediatamente, pero no lo había hecho, y ahora todo podía salir mal.
Si la niña mataba al Gris, tendría que entregar su cadáver al cónclave. Mikael la había autorizado a matarle si se resistía, pero no era esa la explicación que tendría que dar al ángel, tendría que reconocer que había sido su falta de juicio lo que le había permitido enfrentarse a un demonio. Y esa era una idea muy poco atractiva, especialmente porque Mikael le quería vivo. No lo había dicho explícitamente, pero ella le conocía, sabía interpretar sus gestos y el tono de su voz. El ángel quería al Gris con vida, y ella suponía que era para matarlo él mismo.
La centinela había estado presente en varios exorcismos en los que el Gris había participado. Nunca había fallado. Siempre liberaba a la víctima, aunque a veces se le escapaba el demonio en cuestión, y siempre lo había logrado con relativa comodidad. Por eso le había consentido seguir adelante, por la confianza que inspiraba en ella.
Y por algo más.
No podía engañarse a sí misma. Sus sentimientos hacia él se habían desarrollado extraordinariamente, más allá de su control, embriagándola, enturbiando su voluntad. No hasta el punto de no cumplir con su misión, eso era impensable, pero sí lo suficiente como para retrasar el momento de entregar al Gris el máximo posible y pasar todo el tiempo que pudiera junto a él. Le carcomía por dentro lo último que le había dicho el Gris, que era una chiquilla emocional porque nunca había estado con un hombre. Jamás hubiera tenido esa imagen de sí misma de no ser por estos últimos días. Ella controlaba sus sentimientos mejor que nadie, y en el plano sentimental era especialmente sencillo. Los hombres le inspiraban un rechazo instintivo desde que la violaron, así que apenas le suponía esfuerzo dominar sus escasos impulsos sexuales. Hasta que conoció al Gris.
Entonces algo fue creciendo en su interior, algo novedoso, un deseo que ella no conocía y que tardó en comprender que no podía someter a su voluntad. Tal vez se debía al hecho de que podía estar con el Gris sin ensuciar su alma, como él había señalado, o tal vez no. ¿Qué importaba eso? Lo que contaba era la atracción, que estaba ahí, en su interior, y quemaba. Y sabía que eso no podía ser nada bueno.
Así que registró la casa buscándole, intentando llegar a tiempo para ayudarle a vencer al demonio. Tuvo que emplearse a fondo para derribar alguna puerta, o incluso un tabique, con su martillo. Había muchas runas de protección esparcidas por el chalé, y la niña también había ido sembrando las suyas, lo que dificultaba su avance.
Llegó a la entrada, guiada por un temblor que sacudió toda la casa. El suelo se había derrumbado, abriendo un boquete enorme en el centro. No vio a nadie. Había un espejo en la pared inmenso, ennegrecido y agrietado, como si le hubieran apuntado con un lanzallamas. Miriam supo inmediatamente que el Gris había estado allí.
Abandonó el lugar siguiendo más ruidos, voces amortiguadas por la distancia, gritos y muebles cayendo. La centinela apretó el martillo y corrió a la primera planta. En el pasillo se topó con la runa de sangre que había grabado el Gris en el suelo. Era muy fuerte y le impedía el paso. Entró en una habitación. Solo había una puerta, por la que había entrado, con lo que no podía seguir avanzando, a menos que...
Alzó el martillo y lo estrelló contra la pared. Podía oír voces al otro lado. No distinguía la conversación pero era obvio que había varias personas, y desde luego el demonio era una de ellas. Alguien gritaba desesperadamente. Detuvo su siguiente golpe al captar algo con claridad. Estaban hablando de un cuadro y de la Biblia de los Caídos. No le costó imaginar que la pequeña Silvia estaría interesada en el libro y que trataría de arrebatárselo al Gris por todos los medios.
Pegó la oreja a la pared, buscando un punto en el que le llegara la conversación con mayor nitidez. Al parecer estaban en una pausa, porque apenas oía nada.
Miriam dudó. Derribar la pared causaría mucho ruido y alertaría al demonio, con lo que perdería la ocasión de atacar por sorpresa. Por otra parte, el Gris podía necesitar su ayuda; si se retrasaba mucho, tal vez sería demasiado tarde. Resolvió el dilema rápidamente. Ella era una mujer de acción, no se limitaría a escuchar detrás de una pared.
Editado: 26.02.2018