La Bruja Roja

01. Sin anestesia

Me sentía bien, en un estado de completa y profunda paz. Mi cuerpo se sentía liviano, mi mente estaba en blanco, no había ni frío ni calor, dolor o angustia, sólo era yo existiendo en medio de un todo, y un nada. Algo así como estar debajo del agua. Estuve en ese estado quizás por minutos u horas, no se decirlo, pero lo que sí se con claridad fue el momento en que salí de ese estado: como una soga desde mi cintura, sentí un jalón que al principio fue leve pero se hizo casas vez más fuerte, como si mas personas se unieran a esa soga invisible que me sacaba de mi ensoñación.

El recorrido fue rápido, y casi sentía el peso del agua intentando llevarme de vuelta a ese estado de completa paz.

Yo quería quedarme. Aquí no tenía responsabilidades, problemas o estúpidas presiones sociales, no estaba triste ni enojada con nadie y nadie estaba en malos términos conmigo.

No tenía que recordar, y nadie estaba para recordarme. Estaba cómoda, cálida y fría al mismo tiempo y simplemente no quería volver a la terrible realidad. Recordar me traería de vuelta y si eso me hacía débil con todo el gusto del mundo me declaro una debilucha, no tenía que ser fuerte y nadie me obligaría porque...ya no había nadie a quien proteger ni guiar.

Aún podía escuchar sus risas torpes, la forma en la que modelaba con los tacones de mamá en la mitad del pasillo, las veces que jugamos videojuegos, los secretos que ambas nos contamos.

—¡Debes despertar, Mary Grace!

Gabrielle está muerta.

—¡Si no bajas en este instante, te dejaré botada!

Mamá está muerta.

—¿Aún no se levanta de la cama? ¡Son las siete de la mañana!

Papá está muerto.

Pero yo no.

El jalón se hizo más fuerte y volví a respirar.

Recordé todo, desde mi primer día de escuela hasta mi último desayuno familiar. Los vuelos y las fiestas, las razones de un río de lágrimas y carcajadas escandalosas. Recordé mi vida y recobre la consciencia.

Abrí los ojos, pero la luz era tan potente que volví a cerrarlos. Un pitido insoportable llegó a mis oídos, pero no pude taparlos pues mis manos estaban aún dormidas ¿Estaría en el hospital, recuperándome? ¿O ya estaría donde se supone que es el final del ciclo? Después de un rato uno de mis oídos volvió a funcionar, pero aún se me dificultaba escuchar algo más que murmullos lejanos.

—...está despertando...

—no olvide el...

—Hay que inyectar...

—...la sangre...es rara...

A penas y podía entender algo cuando otro jalón me devolvió a la inconsciencia. Esta vez sí pude ver algo más que nada, estaba en mi habitación: paredes rosa pastel y cuadros regalados adornaban las paredes, un gran librero marrón en una esquina y mi Peinador en otra. El olor particular de mi perfume favorito flotaba en el aire, no tan fuerte ni tan dulce, pero me hacía sentir tan segura y calmada...

Rodé en la cama y casi vuelvo a dormirme cuando siento como un peso extra cae sobre mi costado sacándole un quejido a la cama y a mis costillas.

—¡Mary, es hora de levantarse!— Gabrielle empieza a saltar sobre mi, frunciendo mi ceño volteó para verla con su uniforme impecable y su cabello suelto.

Siempre había sido la más bonita y agradable de las dos, éramos como Cindy Lou y el Grinch, más o menos.

Solté un gruñido, pero me dediqué a ignorarla mientras me quitaba las sábanas de un tirón.

—Mami y papi ya están en el carro, así que muévete.— declaró mi hermana de once años y salió de mi habitación dando un portazo.

Generalmente esa frase activada la adrenalina dentro de mi sistema, pero esta vez fue casi como una pastilla para dormir pues apenas y pude levantarme de la cama. Mis pies pesaban, mi garganta ardía y estaba casi segura de que pronto iría corriendo al baño sólo para expulsar mi inexistente desayuno, pero ya tenía el uniforme puesto (por más extraño que suene eso) y sólo debía tomar mi mochila...

Pero eso sonaba tan agotador de repente, la cama me estaba llamando a gritos...Oh, esa era mi madre.

—¡Mary Grace Miller, o bajas en este instante o pienso dejarte en casa...Y ni creas que eso significa que te salvaras de ir a la revisión de rutina!

Demonios.

A pesar de las quejas de mi cuerpo, seguí mi camino hasta las escaleras. Ni siquiera sabía que materia tocaba hoy, si tenía mi celular en la mochila o siquiera usaba el uniforme correcto, sólo quería llegar al auto e ir a la escuela hasta que papá se diera cuenta de que parecía más una paciente terminal en su última semana que una adolescente de catorce años. Las escaleras aparecieron ante mí al final del pasillo que conformaba el segundo piso de mi casa, pero extrañamente estas parecían más largas que de costumbre haciendo que mi yo interna duplicará por volver a la cama.

—¡Grace, es hora de irse!— ok, papá estaba enojado.

Sin oír ni mi propia consciencia, baje las escaleras tanto como mis rodillas me lo permitieron haciendo el recorrido casi tolerable a pesar de haber pasado quizás los años que llevaba viva para bajar los primeros cinco escalones. No sabía porque simplemente gritaba que me sentía del asco y volvía a dormir, quizás tenía examen ese día o no me apetecía estar en casa, pero mi mente estaba empeñada en hacerme entrar a ese auto.

Al llegar al final de la escalera estaba encendida en fiebre y apenas podía moverme, las articulaciones de mi cuerpo estaban al borde de un colapso y mentalmente estaba agotada, el sudor corría por mi nuca haciéndome sentir pegajosa al punto de que ni siquiera me digne en verme en el espejo de la sala. Estaba a punto de cruzar el umbral de la puerta principal cuando mi cuerpo dejó de moverse, el pequeño cable que unía mi cerebro al resto de mi me abandonó, dejándome parada en frente de la puerta para ver como mi familia entraba al auto.

El mismo que vi arder, el mismo en el que ardí.

Intente gritar, patalear, correr, algo, pero estaba congelada viendo como con la naturalidad del mundo entraban a lo que sería su crematorio. Me sentí impotente e inútil cuando arrancó y ya estando a una buena distancia, casi al final de la calle, volví a tener control sobre mi cuerpo. Corrí como nunca, pero nada salió de mi boca, vi la de Gabrielle moverse y a papá lanzar una risita, mamá se arreglaba y la imagen parecía digna de una foto familiar de revista.




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