La semana siguiente paso sin problemas. Seguí una rutina de exámenes y reposo excesivo, pero eso no hizo menor la impresión de las enfermeras cuando el doctor Peterson anunció que partiría a un mes después del accidente. Y mucho menos, había tenido varias costillas rotas, el hueso de mi muslo tuvo que ser reconstruido e incluso mi cabeza había echo trizas la ventana, pero estaba en casi perfecto estado, así que mi estadía en el hospital terminaba hoy.
Me despedí de todas las enfermeras con bastante cariño, en este hospital trabajo mi madre y lo había visitado en varias ocasiones después de que la abuela muriera. Por supuesto, ella no estaba en condiciones de cuidarme así que pasaba mucho tiempo en la sección de rayos X con la encargada, que era una mujer mayor y muy simpática a la que ayudaba a doblar gasas.
Después de recoger todo y subirlo al carro, el doctor Peterson vino a buscarme en. Mantener el equilibrio aún era difícil, pero con un poco de ejercicio me acostumbraría.
Eso de hacer ejercicio, por supuesto, era una mentira.
Ya en el auto, el me dijo que deberíamos volver a mi casa por mis cosas. No sabía donde estaba la llave, así que no pudo entrar el mismo para evitarme...Bueno, esa experiencia.
Yo, la verdad, me sentí un poco débil para ir ese mismo día. Mi estómago se revolvió, pero no pude negarme.
Sería mi última visita a mi casa por quizás mucho tiempo.
Donde viví era una casa de dos pisos en un buen vecindario de la ciudad, cerca del centro porque mi escuela y el trabajo quedaban casi a siete cuadras. Era de color marrón oscuro, y los marcos de las ventanas era blancos. La puerta principal, sin embargo, era lo que las llamaba la atención por su altura y su color llamativo.
Cuando aparco el auto, me ayudó a bajar pero me soltó al poco rato. Vi el pequeño jardín que estaba muerto por el descuido de varios años, mamá nunca tenía tiempo y a mi me faltaron las ganas para darle vida, pero nunca tuve una buena mano para las plantas, así que rápidamente olvide mi proyecto.
Dentro del pequeño jardín hacían unas cuantas decoraciones, pero la que menos llamaba la atención era la que tenía el grifo donde de conectaba la manguera.
Era un sombrero de champiñón que mamá había comprado sólo por gusto y que a mi siempre me pareció horrendo, pero no podía negar que era un buen escondite para la llave de repuesto. La tome con algo de dificultad por la maleza y el suelo irregular, pero una vez estuvo en mi poder fue sólo cuestión de unos cuantos pasos para entrar a la residencia.
Al abrir la puerta, el olor ha guardado inundó mis fosas nasales. Todo seguía como lo había dejado la mañana antes de partir: Los platos sucios del desayuno, el pequeño desastre de la sala, incluso la alfombra a los pies de las escaleras estaba descolocada en una esquina.
Respire profundamente, y mire al doctor Peterson, quien hablo antes de mi.
—Recogeré el desastre de la cocina, ¿puedes empacar tu sola?
Me límite a asentir con la cabeza, y mientras el ingresaba a la cocina yo comencé a subir las escaleras.
Después de un tediosos ascenso, donde vele por no rozar la tela suave de la falda con la herida , estuve en el pasillo que llevaba a todas las habitaciones. No tenía ventanas así que estaba todo muy oscuro, pero no me importó pues había recorrido los mismos metros desde hace catorce años.
Primero llegue a mi habitación donde los colores rosa y marrón oscuro destacaban. Mi cama estaba desordenada, y mi librero estaba lleno de polvo por el abandono, pero todo eso era normal.
Porque ese día prometía ser tan normal como los otros.
Desviando el rumbo de mis pensamientos, me acerqué a mi armario y saque mis maletas para empezar a empacar. Desde ropa, calzado y demás artículos personales como collares y perfumes, pronto mis maletas estuvieron llenas de todas mi pertenencias al cabo de dos horas.
Abrí una puerta al lado de mi armario, y entre al baño que compartía con Ellie. Era blanco con baldosas color pastel, y sobre el lavamanos estaba el maquillaje de Gabrielle. No me atreví a tomar algo mamá que lo esencial, más sin embargo tome uno de sus labiales favoritos.
Tome mis pertenencias ya empacadas, y salí al pasillo después de cerrar mi habitación con llave.
Antes de que pudiera irme, decidí dejar las maletas a mitad del pasillo y entrar a la habitación de mis padres.
Casi parecía una habitación de hospital, con sus cortinas y sábanas blancas me recordaba más a un comercial que a una habitación real. La luz entraba por la ventana casi celestialmente, dándole un aire sofisticado y fantástico a la estancia.
Me frustraba.
Esa perfección, la falta de desorden y todo bien acomodado. Ambos eran iguales a esta habitación: etéreos y perfectos hasta que fijas la vista mejor.
De los pocos muebles del lugar sobresalía el gran librero de papá, que cubría una buena parte de la pared y era la única zona que estaba siempre desordenado. No importaba cuantas veces mamá lo arreglará, mi padre pasaba como un tornado por el lugar, dejando libros sobre libros abiertos. Era el rincón oscuro, la grieta que mostraba algo de humanidad en esa habitación.
No sabía el porque, pero decidí acercarme a ver mejor esos libros. La primera y última vez que me había atrevido a tocar alguno de esos libros termine siendo regañada por ambos, mamá y papá, supuestamente por arruinar su orden propio. Ni siquiera recordaba bien sus palabras además de "hay cosas importantes ahí que no debes tocar", y como mi principal objetivo siempre fue que ambos estuvieran satisfechos con mi comportamiento nunca volví siquiera a pensar en entrar de nuevo.
Debían haber más de cincuenta libros de todos los tamaños y colores. Algunos estaban en idiomas conocidos como francés e inglés, pero en su gran mayoría habían libros en ese raro idioma que vi en los archivos. No lo entendía, pero tampoco podía decir que me era extraño.
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Editado: 19.11.2021