Viviana McCartney.
La historia de mis padres, pues sí, quiero comenzar por aquí.
Fue una mañana ajetreada de un lunes cualquiera cuando la hermosa mujer de cabello castaño claro y perfectas caderas resaltantes apareció en el despacho de mi padre, luciendo un hermoso traje color vino cernido a su cuerpo–pero no demasiado–, una chaqueta formal de color negro y unos hermosos tacones del mismo color de la chaqueta. Mi madre, en un afán intento de siempre lucir presentable dejo embobado al gran empresario Damián McCartney, un joven emprendedor, en busca de una buena secretaria que cumpliera con los requisitos; mi padre tuvo que hacerle una entrevista obligatoria más el mes de prueba, no quería dejarse engañar por las apariencias, pero, ¡Vamos! ¿De quién creen que herede este gran coeficiente intelectual?
Bien, comenzaron a salir, a conocerse, se enamoraron, mi madre quedó embarazada y trajo a Andrew al mundo; luego seguimos Adam y yo, lo cual es curioso, porque cuando a mi madre le hicieron la ecografía solo había un bebé y era niña, luego a la siguiente ecografía dijeron que era un niño–«ya que Adam se escondía o yo me escondía»– y a los seis meses descubrieron que veníamos dos en camino. Fueron pasando los años y fuimos creciendo los tres.
Desde el primer momento yo fui la preferida, lo comprobamos cuando a los siete años mi madre estaba embarazada de nuevo, todos fuimos al centro comercial a comprar ropa para el nuevo bebé y mis padres olvidaron a Andrew y a Adam en la tienda–«Tuvimos que volver por ellos»–. Luego a los meses, vino el pequeño Andy a la familia, dando más felicidad a nuestro hogar; a nuestro dulce y perfecto hogar.
Siguieron pasando los años, cumpleaños, Halloween, navidades, todo perfecto, como si fuese sacado de uno de los cuentos para dormir que Andrew solía contarme por las noches.
Andrew creció, ahora conserva un muy tonificado cuerpo, sus ojos son de un tono azul cielo y su cabello está un poco más castaño claro, a un empujón para el rubio– «es la viva imagen de mamá»–; Adam ahora parece más mi hermano mayor que mi hermano gemelo, desde los nueve años creció una cabeza más que yo, su cabello aún conserva su castaño natural, su cuerpo delgado está menos tonificado que el de Andrew, pero aún así sigue siendo atractivo para las chicas y sus ojos tienen ese tono gris–azulado que caracteriza a nuestro padre. Adam sin duda alguna, es nuestro padre en su mismísima juventud.
Por ser gemelos dicigóticos o mellizos, yo soy más asemejada en rasgos a mi madre. Así que por mi parte, todo permanece casi igual, exceptuando algunos pequeños cambios en mis pechos, caderas y glúteos, sigo siendo delgada, mi cabello castaño está intacto, mis ojos grises–azulados y mi estatura no paso más de 1.68.
«Me he quedado enana, según Adam»
Por último–pero no menos importante–está el pequeño Andy; Andy es una mezcla de mi madre y mi padre, su cabello es castaño oscuro y sus ojos–a excepción de todos–son grises verdosos con pequeñas motitas azules, cara perfilada de mi madre y hombros anchos como mi padre. Él es el último de la familia McCartney Seller, puesto a que Andrew, Adam y yo le hemos pedido a nuestros padres que pararan la fábrica de bebés luego de tener a Andy.
«Han cumplido su palabra, no puedo quejarme»
–¡Tierra llamando a Vivi!
Abrí mis ojos.
Me encontraba en una de las tumbonas en el patio trasero de mi casa, a unos metros de la piscina.
–¿Qué? –Mire a Gina colocarse una bata para tapar su cuerpo semidesnudo.
Rodó sus ojos.
–Que me voy, llevo media hora repitiéndolo –Resopló.
Me levanté de la silla y me tiré de clavado al agua escuchando su grito, salí a la superficie y sonreí inocentemente al verla enojada.
–Eres una...–Apretó sus labios– ¡Golfa! –Exclamó, indignada.
Reí.
–No digas groserías, Gina, tendrás que poner diez dólares en el frasco.
Frunció el ceño y se cruzó de brazos.
–Yo no vivo aquí –Se defendió, para luego sacar su lengua de forma infantil.
–Pero eres parte de la familia– Ataqué.
Soltó un gruñido y se sentó en una de las sillas.
–Eres una perra, Vivian– Susurró, sin ningún tipo de filtro.
Nadé hasta la orilla de la piscina.
–Van veinte dólares– Canturreé, riendo. Rodó sus ojos–Vamos, Gina. ¿Por qué te vas? A penas son las... ¿6:30? Como mucho– Calculé la hora por la puesta del sol, pronto caería la noche.
Hizo una mueca.
–Mi padre se va hoy, Vivi, no puedo dejar sola a mí madre–Susurró.
Hice una mueca de tristeza al ver sus ojos cristalizarse.
–Todo estará bien, Gina, yo estaré contigo.
Asintió y limpió una lágrima de su mejilla, forzando una sonrisa. Me salí de la piscina y me senté a su lado.
–Eres la mejor amiga que puedo tener.
Sonreí.
–Y tú la mía– Aseguré– Te abrazaría, pero estoy mojada y conociéndote, tendrás que poner treinta dólares en el frasco.
Se rio con fuerza.
–Tienes mucha razón– Respondió entre risas, suspiro varias veces y calmo su respiración– Bueno, ya me voy, Viv. Tal vez pase mañana o si no, nos vemos el lunes– Hablo levantándose.
Asentí levantándome.
Tome mi bata y me la coloque, Gina se quitó su bata y se colocó su enterizo floreado, haciendo lucir muy bien su cuerpo pequeño. Sacudió su cabello castaño lleno de mechones claros y rubios, lo aplastó con ambas manos descuidadamente, tomo su bolso, guardo sus cosas, se colocó sus lentes de sol y me miró alzando una ceja.
–¿Qué? –Preguntó. Negué, recostándome de nuevo en la tumbona y tomando mi teléfono– ¿No vas a acompañarme a la entrada?
Editado: 09.09.2022