La búsqueda del fénix dorado

7) La habilidad de hablar con los animales

—¿Por qué explotó el dragón? —preguntó Max, después que caminar un largo trecho en silencio.

—No lo sé —contestó el anciano—. Procura guardar silencio, aún estamos en el bosque y no sabemos qué criaturas podamos encontrar.

—Lo siento —se disculpó Max. De pronto se sentía agotadísimo.

Tardaron más de una hora (o al menos fue lo que calculó Max) en regresar a la cabaña. Max había tratado por todos los medios quitarse de encima los desechos que le habían caído cuando explotó el dragón, pero solo había logrado quitarse, a lo mucho, la mitad. Mientras que Sam, que también se había embarrado, ni siquiera lo intentó.

Mientras caminaban en silencio, Max meditaba sobre lo sucedido. Le dio mil vueltas al asunto en su cabeza, pero no se explicaba cómo había sido capaz de hacer volar en mil pedazos a un dragón. No encontró respuesta. Lo único que se pudo responder fue que no había sido él, sino que el dragón había explotado por causas ajenas, muy extrañas por cierto.

Por fin llegaron a la cabaña. Recostada en el marco de la puerta estaba Jennifer.

—¡Volvieron! —dijo al verlos aparecer.

—Sí, así parece —dijo Max.

—Puaj, qué asco ¿Qué es lo que traen encima?

—Restos de dragón —respondió Max.

—¿En serio?

Max asintió.

Entraron en la cabaña, unas velas alumbraban la pequeña cocina.

—Voy a tomarme un baño —les gritó Sam desde afuera.

—¿Consiguieron el diamante? —preguntó Jennifer a Max.

—¿Tú qué crees? —dijo Max con una sonrisa.

—No sé.

—Claro que sí —sonrió Max—. Por poco y nos cuesta la vida, pero espero que ese diamante nos sirva para encontrar al fénix dorado.

—¿Lo tienes allí?

—No. Lo tiene Sam.

Después siguió una larga conversación en la que Max contó todo lo que había sucedido, desde que partieron de la cabaña, hasta que el dragón explotó. Jennifer escuchaba maravillada, bastante incrédula ante la asombrosa aventura que Max relataba.

—¿En serio tú hiciste eso? —preguntó cuando Max le contó lo sucedido con el dragón.

—Bueno… no sé si yo lo hice, sólo sé lo que vi.

Después que Sam regresó de bañarse, Max hizo lo mismo. Luego se acostaron a dormir, todos estaban muy cansados. Max y Jennifer tuvieron que dormir en el suelo. Sam apenas tenía una manta extra y los chicos tuvieron que compartirla para no pasar frío. Increíblemente hasta esos momentos se dio cuenta Max que no llevaban mantas ni nada para pasar la noche.

A un lado de ellos se echó Samy, el perro que hablaba con Sam.

El siguiente día llegó muy pronto, o al menos fue lo que le pareció a Max, un rato estaba durmiendo y un rato después el sol ya se asomaba por la ventana. Cuando los chicos se levantaron, la cama de Sam ya se encontraba vacía. Los chicos se asearon un poco y luego salieron al patio. Allí parado viendo al sol se encontraba Sam, al lado de éste paseaba Samy, caminando de un lado a otro.

—¿Están listos, chicos? —preguntó Sam.

—Sí —dijo Max.

Sam se encontraba en el centro de un círculo, formado por muchas líneas que lo cruzaban de diferentes formas. Era imposible distinguir figuras concretas entre tantas líneas.

—¿Qué es este círculo? —preguntó Max, que estaba seguro que dicho círculo no se encontraba allí el día anterior.

—Es un círculo —respondió Sam—. Me servirá para realizar el hechizo con el diamante, si no lo usara ustedes adquirirían todos los poderes del diamante y les aseguro que no les gustaría para nada. Ahora colóquense dentro del círculo.

Max y Jennifer hicieron lo que les indicó Sam, se colocaron en el centro del círculo. Luego, entre ambos, Sam colocó el diamante por el que la noche anterior habían arriesgado la vida.

—Uno frente al otro, con el diamante entre ambos —indicó el mago.

Después de unos pocos segundos Sam extendió los brazos hacia el cielo, con el bastón en la mano derecha. Una cálida brisa empezó a correr en el patio. Max cerró los ojos, fue la última indicación que escuchó del mago, después los oídos se le apagaron. No sabía si Sam estaba hablando o no, apenas escuchaba murmullos, aunque quizá era el viento. Sintió que sus pies dejaban el suelo, como si hubiera sido trasladado a otro lado, ya que empezó a sentir calor y frío, una mezcla muy rara para él. Algo que no sabría describir, sintió entrar en su alma. Estaba empezando a sentir miedo, no sabía qué iba a pasar a continuación.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.